jueves, 4 de julio de 2024
EL CONFLICTO CHILENO-YUGOSLAVO (1947)
A lo largo de su historia Chile ha mantenido conflictos con varios países, unos cercanos como Perú y Bolivia, y otros lejanos como Estados Unidos o España, sin embargo alguna de estas disputas llaman la atención por sus protagonistas. Este fue el caso del conflicto chileno-yugoslavo de 1947.
En abril de 1947, en los comienzos de la Guerra Fría, el presidente chileno Gabriel González Videla rompió con sus antiguos aliados comunistas y durante los siguientes meses se produjo la persecución de estos. En este contexto, en octubre, se dieron en las minas de carbón del país varias huelgas, responsabilizándose de estas a los comunistas.
Pronto, lo que parecía un conflicto local, se internacionalizó debido a que González Videla ordenó el día 8 la expulsión de Chile de dos diplomáticos yugoslavos acusados de fomentar la agitación obrera en el país y de actuar como satélites de Rusia para entorpecer la defensa del hemisferio occidental. Estos diplomáticos eran Andrej Cunja, Encargado de Negocios de la Legación yugoslava en Santiago, y Delibor Jakasha, secretario de la Legación yugoslava en Buenos Aires y de visita en Chile en esos momentos.
Ambos fueron trasladados a Argentina y tras esto González Videla conferenció con su homólogo argentino, Juan Domingo Perón, el cual le brindó su colaboración. Después de llegar a Argentina los diplomáticos yugoslavos fueron detenidos e interrogados por las autoridades de ese país, las cuales comenzaron una investigación junto a sus colegas chilenos, al mismo tiempo que el asunto despertaba la atención de los Estados Unidos.
El día 11 el ministerio de Asuntos Exteriores de Yugoslavia emitió un comunicado negando todas las imputaciones contra sus diplomáticos, acusando al Gobierno de Chile de violar los principios elementales de las relaciones internacionales y apuntando a que el Gobierno de Chile seguía las directrices de potencias extranjeras. Por todo esto, el Gobierno yugoslavo decidió romper relaciones diplomáticas con el de Chile, el cual mostró indiferencia por esto, aunque defendió su proceder y señaló las actividades subversivas y de espionaje de Jakasha.
El mismo día desde Moscú se fue más allá y se acusó a los círculos reaccionarios de Estados Unidos de presionar a Chile para actuar así contra los diplomáticos yugoslavos. Poco después el gobierno de Belgrado protestaría por el trato que sus diplomáticos estaban recibiendo en Argentina.
El día 12 la prensa chilena publicó la correspondencia hallada en el equipaje de Jakasha. En esta se señalaba que las huelgas continuaban según los planes de M. T., siglas que se suponía correspondían al Mariscal Tito. En otros documentos conocidos por González Videla se acusaba a dos generales yugoslavos, uno que había asistido a su toma de posesión y otro que era embajador en Argentina, de organizar actividades subversivas.
Al mismo tiempo estalló otro conflicto, esta vez entre Chile y la Unión Soviética, ya que la noche del día 9 la embajada de la U.R.S.S. en Santiago fue ametrallada por desconocidos. Como consecuencia de esto la U.R.S.S. protestó, señalando que este incidente ocurrió como “consecuencia de la propaganda hostil desatada contra Rusia” y exigiendo una investigación.
Durante los siguientes días el Gobierno de Chile conoció nuevas informaciones que comprometían a elementos yugoslavos y rusos, sin embargo estas eran puestas en duda por altos cargos chilenos, aunque esto no fue un obstáculo para que finalmente se llegara a la ruptura de relaciones.
Así, el día 21 el ministro de Relaciones Exteriores de Chile, Germán Vergara Donoso, entregó una nota a Dimitri Zhukov, embajador ruso en Santiago, en la que anunciaba la ruptura de relaciones diplomáticas y comerciales con la U.R.S.S. En esta nota se acusaba al comunismo internacional, dirigido por la U.R.S.S., de instigar las perturbaciones por las que Chile había pasado en los últimos meses.
Igualmente, ese día se anunció la ruptura de relaciones con otro país, uno vinculado a la U.R.S.S., Checoslovaquia. En un primer momento el representante checoslosvaco en Chile mostró su sorpresa, pero luego las autoridades de Praga señalaron a los pretextos imaginarios esgrimidos por Chile para romper relaciones.
Durante los siguientes días se produjo en Chile una ola represiva contra elementos comunistas. Mientras, hubieron problemas para la salida de Santiago del embajador soviético y para el regreso de Moscú del chileno, situación que se alargó varios meses.
Por último, hay que señalar que la situación de ruptura se prolongó varios años, y en el caso de Yugoslavia las relaciones no se restablecieron hasta 1950.
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jueves, 27 de junio de 2024
LOS EMPERADORES DE AMÉRICA
Durante la historia de la América española los reyes de España utilizaron el título de “Rey de las Indias” para referirse a su dominio sobre aquellos extensos territorios, sin embargo, existieron otros títulos más llamativos y ostentosos y menos frecuentes y conocidos, como los de “Emperador de las Indias”, “Emperador de América” o “Emperador del Nuevo Mundo”.
La primera noticia que tenemos sobre el uso del título de emperador en referencia al territorio americano es de 1522. Ese año Hernán Cortés escribió a Carlos V su Segunda Carta de Relación, en la cual le sugería que se intitulara emperador de los territorios recién conquistados, es decir, de Nueva España, México, y que este título tuviera la misma dignidad que el de Emperador de Alemania, que Carlos ya ostentaba.
Años después, durante el reinado de Felipe II, hay noticias sobre la intención de que el Papa le otorgara a este rey el título de “Emperador de las Indias” o “Emperador del Nuevo Mundo”. Durante esa época el vasco Esteban de Garibay señaló en una de sus obras que a Felipe le compete el título de “Emperador del Nuevo Mundo” e incluso le llega a llamar “Emperador de la Monarquía del Nuevo Mundo”.
Sin embargo, estas designaciones no se oficializaron y solo fueron informales, utilizándose solo en dedicatorias de obras dirigidas al monarca o que le conmemoraban. Así, en época de Felipe III, ya a principios del siglo XVII, encontramos un libro dedicado a su persona en el que se le llama “Emperador de las Indias”.
Más adelante, durante el reinado de Felipe IV, el conocido como “el Grande” o “el Rey Planeta”, el título de “Emperador de las Indias” y otros similares se vuelven algo más frecuentes, por lo que podemos encontrar varias obras escritas dedicadas o dirigidas a él que lo utilizan. Este es el caso del panegírico fúnebre publicado en Granada en 1666 con motivo de su fallecimiento y en el que se le llama “Rey de España, y Emperador de América”. En este reinado también encontramos este título en referencia a su hijo y heredero Baltasar Carlos de Austria.
Durante el siguiente reinado, el de Carlos II, encontramos referencias al “Emperador de las Indias”, pero también al “Emperador de la América”, al “Emperador del Nuevo Mundo Americano” y al más rimbombante “Emperador de los Mundos”, en referencia al Viejo y al Nuevo Mundo. En el reinado de “el Hechizado” también podemos encontrar otras menciones ostentosas del estilo de “Monarca Invicto de ambos Mundos” o “Monarca Católico de ambos Orbes”.
A continuación, tras la entronización de la dinastía de los Borbones en el siglo XVIII vemos como el título de “Emperador de las Indias” se sigue utilizando. A Felipe V, además de llamársele así en varias dedicatorias, se le nombra en alguna ocasión como “Emperador siempre Augusto de las Indias” o “Emperador del Nuevo Mundo”, título este último que aparece en una obra publicada en Madrid durante la Guerra de Sucesión.
En 1725 encontramos dos obras conmemorativas del efímero Luis I, una por su entronización y otra por su funeral, en las que se le llama “Emperador de la América” y “Emperador de las Indias” respectivamente. Años después, durante el reinado de su hermano Fernando VI, en varias obras, algunas publicadas en Lima o Manila, se le llama “Emperador de las Indias”, aunque el título aún no parece ser oficial.
Tras la muerte de Fernando llegó al trono su medio hermano Carlos III. Con él el título de “Emperador de las Indias”, además de utilizarse en dedicatorias y obras conmemorativas, se oficializa e institucionaliza y podemos encontrarlo en Reales Cédulas y en medallas conmemorativas.
Esto continúa con su hijo y sucesor Carlos IV. Con este monarca encontramos menciones al título de “Emperador de las Indias” en dedicatorias, medallas conmemorativas e incluso en el encabezamiento de un tratado firmado en 1793 con varias tribus norteamericanas como las de los Creek y los Cherokee. Años después, en 1807, en otro tratado, el de Fontainebleau, firmado entre la Francia napoleónica y la España borbónica, Napoleón se comprometía en su artículo 12º a reconocer al rey de España como “emperador de las Américas”.
Tras Carlos IV, estos títulos comienzan a entrar en desuso y durante el turbulento reinado de su hijo Fernando VII solo encontramos algunas referencias a ellos, pero con la perdida de la mayor parte de los territorios americanos el título desaparece.
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viernes, 21 de junio de 2024
EL PLAN PERUANO PARA INVADIR PARAGUAY Y BRASIL (1818)
Como hemos visto en otros videos, durante las guerras de independencia de Hispanoamérica se planearon audaces expediciones contra españoles y portugueses, sin embargo aún hay alguno de estos proyectos que son poco conocidos, como el plan peruano que pretendía invadir Paraguay y Brasil con tropas de las Provincias Unidas del Río de la Plata y del Perú.
En 1817 el general José de San Martín encabezó el Ejército de los Andes que penetró en Chile y que venció a los españoles en la batalla de Maipú en abril de 1818, tras esto comenzó a preparar la Expedición Libertadora del Perú. En esas fechas, o quizás algo antes, San Martín recibió de patriotas peruanos varios informes sobre la situación en el Virreinato del Perú. En uno de estos informes encontramos un atrevido plan para libertar Sudamérica tanto de los españoles como de los portugueses.
El texto comienza diciendo que el propósito del plan es el de “emancipar el nuevo continente del dominio de España”, no quitando un “eslabón a la cadena que sugeta la América, sino romperla y deshacerla toda de modo que sea imposible forjarla de nuevo”. A continuación, se señala que el ejército combinado que se cree actuará en todo el continente. Luego, se hacen observaciones sobre la oficialidad de este ejército, sobre las provisiones y sobre las labores de inteligencia que deben desarrollarse durante los preparativos de la expedición.
Seguidamente se señala que la expedición a Lima debe hacerse por mar, por lo que San Martín debería ser nombrado general de mar y tierra. Asimismo, se apunta a la necesidad de buscar y destruir a la marina enemiga, incluso en el interior de sus propios puertos. Luego habría que desembarcar en un lugar próximo a Lima y así aislar al virrey Joaquín de la Pezuela y a los realistas, a los que se refiere como Fernandícolas, del interior y del valle de Cañete.
Prosigue el anónimo patriota peruano diciendo que el ejército que Buenos Aires tenía en el Alto Perú, la actual Bolivia, debería penetrar hasta Cuzco mientras se estrechaba el cerco a Lima. Sin embargo, el autor del plan parece desconocer que las tropas a las que se refiere, las de la Cuarta Expedición Auxiliadora encabezada por el tucumano Gregorio Aráoz de La Madrid en 1817, habían abandonado el Alto Perú ese mismo año.
Seguidamente, una vez tomada Lima, dice el plan que “6.000 hombres de gente de color con oficialidad blanca serán destinados a Panamá y Portobelo” y una vez allí se pedirían auxilios a los almirantes ingleses de Barlovento y Sotavento para mantener la posesión del istmo.
Según el texto del plan, hecho esto y asegurada Lima, se reforzaría el ejército hasta llegar a los 8 o 10.000 hombres, el cual, con todos los recursos disponibles desde Cuzco al Río de la Plata, caería “como un rayo sobre el Paraguay, allanará sus diferencias y penetrará por Entre Ríos hasta San Pablo e intimará al rey Juan la entrega de Montevideo a su gobierno so pena de atacarlo en la misma capital e incendiarle la casa”.
Sobre este párrafo hay que hacer varios apuntes. En primer lugar, pese a las intenciones de Buenos Aires de incorporar a Paraguay a las Provincias Unidas, este territorio, gobernado por el dictador José Gaspar Rodríguez de Francia, permanecía independiente, de ahí la propuesta de invadirlo y de “allanar diferencias”.
En segundo lugar, Entre Ríos formaba por entonces parte de la Liga de los Pueblos Libres encabezada por el oriental José Gervasio Artigas, Liga que se encontraba enfrentada a los unitarios de Buenos Aires, cosa que el autor del plan pasa por alto. Además, teniendo en cuenta su situación geográfica quizás el autor se equivocó en señalar a esta provincia como lugar desde el que invadir Brasil, queriéndose referir en realidad a Corrientes o Misiones.
Y en tercer lugar, la mención a Montevideo se refiere a la ocupación luso-brasileña de esta ciudad desde enero de 1817, con la cual el autor del plan quería acabar invadiendo el Reino del Brasil, tomando São Paulo y amenazando al rey Juan VI con atacar también la capital, o sea, Rio de Janeiro.
A continuación, el patriota peruano hace cálculos de cuantos hombres serían necesarios para libertar el resto de Sudamérica y, teniendo en cuenta el aporte que debería hacer cada territorio, arroja una cifra de 47.000 hombres, los cuales serían suficientes para defender las costas del Pacífico y del Atlántico y el Alto Perú.
El siguiente paso en este plan era el de marchar sobre Quito y Santa Fe de Bogotá, y una vez en Nueva Granada, la actual Colombia, el ejército patriota combinado invadiría Venezuela por varios puntos, expulsaría a los españoles de los territorios de Maracaibo y Coro, y engrosaría sus filas con tropas venezolanas. Luego la expedición se dirigiría sobre el norte neogranadino y tomaría Mompox, Santa Marta y los pueblos del bajo Magdalena, para a continuación asediar y rendir Cartagena.
Por último, termina el anónimo peruano diciendo que en todos estos territorios se deberían establecer gobiernos provisorios hasta que se celebrara una gran asamblea que decidiera la forma de gobierno que tendría que instaurarse, siendo Inglaterra y Estados Unidos los modelos a seguir.
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miércoles, 12 de junio de 2024
EL IMPERIO BELGA DE ARGENTINA
Con la independencia de Hispanoamérica parecería que el colonialismo europeo había tocado a su fin en aquellos territorios, sin embargo el continente fue testigo de innumerables proyectos europeos para colonizar territorios en la nuevas repúblicas americanas. Este fue el caso del osado proyecto belga para colonizar extensos territorios en Argentina.
Todo comenzó con la independencia de Bélgica a principios de la década de 1830. Tras esta, el nuevo reino anhelaba tener colonias como el resto de países europeos, por lo que durante los primeros años del reinado de Leopoldo I hubo intentos de adquirir la isla de Pinos, hoy isla de la Juventud, en Cuba. Poco después, en la década de 1840 se estableció una colonia belga en Santo Tomás, Guatemala, aunque su vida fue efímera. En esos mismos años se intentó establecer otra colonia en Bolivia, aunque el proyecto no llegó a materializarse.
Años después, en 1858, Alfred Marbais du Graty, un belga asentado en la Confederación Argentina, escribió un libro sobre aquel país, sus cultivos, sus minas y demás características del territorio. En esta obra aparece una carta escrita en 1857 por Marbais al rey Leopoldo en la que le señala la prosperidad de la Confederación Argentina, lugar que ofrece muchas ventajas para asentarse al exceso de población belga, además indicaba que la colonización belga de los territorios argentinos abriría un nuevo mercado a los productos belgas.
En esa misma época el conde de Berlaymont recibió una concesión al norte de la ciudad de Paraná con la condición de instalar en unos meses algunas familias belgas allí, sin embargo, fueron pocas las que llegaron a Buenos Aires.
Durante los siguientes años el hijo del rey Leopoldo, también llamado Leopoldo, pretendió antes y después de convertirse en rey el establecimiento de colonias belgas, entre otros lugares, en Filipinas, Fiyi, Indochina, Abisinia, Formosa o Entre Ríos en la Confederación Argentina.
Este último proyecto es conocido por una carta de 1861 escrita por el joven Leopoldo, aún duque de Brabante, al barón Lambermont. En ella Leopoldo indicaba a Lambermont, por entonces Secretario General del Ministerio de Asuntos Exteriores, las oportunidades que ofrecían los países de la Cuenca del Plata. Decía Leopoldo que había allí “todo un mundo de increíble fertilidad y riqueza esperando la explotación europea”.
A continuación Leopoldo decía que estaba especialmente interesado en la provincia argentina de Entre Ríos y en la pequeña isla Martín García. Respecto al primer territorio vemos un salto cuantitativo respecto a proyectos anteriores, pues se pasa de pequeñas concesiones a ambicionar un territorio de varios miles de kilómetros cuadrados.
Con respecto a la isla Martín García, codiciada por muchos en el pasado, Leopoldo no tenía muy claro a quien pertenecía y preguntaba a Lambermont si se podría establecer allí un puerto libre bajo la protección moral del rey de los belgas. Curiosamente poco después Italia arrendaría cerca de allí la isla de la Libertad a Uruguay durante un breve espacio de tiempo.
Finalmente, el proyecto de Leopoldo de colonizar la provincia de Entre Ríos y la isla de Martín García no fue llevado a cabo, aunque desconocemos el motivo. Pero con esto no acabaron los anhelos coloniales de Leopoldo y años después, ya siendo rey, consiguió un gran territorio en el corazón de África, el Estado Libre del Congo.
Por último, hay que señalar que aunque la colonización belga de todo Entre Ríos no se llevó a cabo, con posterioridad se crearon pequeñas colonias belgas en el pueblo entrerriano de Villaguay y en el paraguayo de Mbocajaty.
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viernes, 7 de junio de 2024
LOS POLACOS QUE LIBERTARON VENEZUELA Y COLOMBIA
Durante las guerras de independencia de América los ejércitos patriotas vieron engrosadas sus filas con numerosos extranjeros, sobre todo británicos y franceses, aunque es menos conocido y a la vez llamativo la existencia de pequeños contingentes de otras nacionalidades, como rusos, suecos o polacos. En el caso de los polacos está documentada la presencia de dos docenas de ellos en las guerras de independencia de Chile, el Río de la Plata, Venezuela y Nueva Granada, la actual Colombia, destacando más su número, como veremos, en estos dos últimos territorios.
Los primeros polacos que llegaron a América para luchar por su independencia contra los españoles lo hicieron en 1806 en la expedición de Francisco de Miranda a las costas de Venezuela. El primero de ellos fue Gustavo Adolfo Bergud, el cual debía desembarcar en la localidad venezolana de Ocumare en abril de ese año, sin embargo los españoles capturaron el navío que le transportaba, siendo ejecutado en Puerto Cabello meses después junto a varios de sus compañeros.
El siguiente polaco del que tenemos noticias es Felipe Mauricio Martin, el cual había servido en la marina inglesa durante las guerras napoleónicas. Luego se trasladó a América y acompañó a Miranda en la expedición de Ocumare y en otras pequeñas acciones. Entre 1810 y 1812 combatió en Venezuela. Más tarde se unió a Simón Bolívar, pero fue capturado por los españoles en el puerto neogranadino de Santa Marta. Tras fugarse en 1814 fue ascendido a teniente coronel y sirvió en la caballería. Luego, en 1815, se destacó durante el asedio español de Cartagena. A continuación lo encontramos en la Expedición de Los Cayos. Durante los siguientes años participó en numerosos combates en Venezuela, incluida la batalla de Carabobo en el año 1821, donde lo hizo con el grado de coronel y donde fue gravemente herido, aunque serviría aún dos años más en los ejércitos patriotas.
El tercer polaco que acompañó a Miranda en 1806 fue Izydor Borowski, un militar de padre noble y madre judía que, tras servir en los ejércitos napoleónicos, se unió primero al mencionado Miranda y más tarde a Bolívar. Con este fue a Jamaica en 1815 tras el fin de la Segunda República de Venezuela provocada por las derrotas contra los realistas. Un año después desembarcaría junto a Bolívar en Venezuela, siendo nombrado general en esa época. En 1819 llegó a Nueva Granada, participando de forma destacada en la batalla de Boyacá y en 1821 también en la de Carabobo. Después de esta, Borowski dejó América y se trasladó a Persia, sirviendo en Asia Central durante los siguientes años.
Tras Bergud, Martin y Borowski encontramos a otros polacos en Venezuela y Nueva Granada. Uno de ellos fue Juan Brigard, hijo de un oficial francés y de una polaca, sirvió varios años en los ejércitos napoleónicos, tras lo cual se trasladó a Venezuela en 1818. Una vez allí combatió bajo el mando de los generales José Francisco Bermúdez y Rafael Urdaneta, participando en los siguientes meses en varios combates tanto en Venezuela como en Nueva Granada y tomando parte en 1821 en la batalla de Carabobo, tras la cual se destacó en otras acciones, como el sitio de Cumaná.
El mismo año que Brigard arribó a Venezuela también lo hizo un tal Margeski, que sirvió brevemente bajo las ordenes del escocés Gregor MacGregor en la Legión Británica, al parecer en Panamá y Nueva Granada.
Poco después de la llegada de Brigard y Margeski a América lo hizo otro polaco, Fernando Siracosqui. Después servir en la Grande Armée Siracosqui llegó a Nueva Granada hacia 1819, sirviendo en varios cuerpos ya en aquel año, tomando el mando del pueblo de Suratá en octubre. En 1821, como otros polacos, estuvo presente en la batalla de Carabobo. Tras esto consiguió varios ascensos, llegando a ser comandante de un escuadrón de Húsares en 1826 y comandante de caballería en 1828. A partir de esta fecha guerreó en Nueva Granada junto a Tomás Cipriano de Mosquera contra los insurrectos y futuros presidentes José María Obando y José Hilario López. Fue en esta campaña donde Siracosqui encontraría la muerte por las heridas que sufrió durante un combate singular contra el teniente Juan Gregorio Sarria, hombre implicado meses después en el asesinado del mariscal Antonio José de Sucre.
Otro polaco, o quizás prusiano, que combatió en la Guerra de Independencia de Venezuela fue Ludwig Flegel. Después de combatir en las guerras napoleónicas viajó en 1819 a Margarita con un nutrido grupo de ingleses y alemanes. Después de servir en la costa venezolana, quedó adscrito al batallón Boyacá, donde llegó a ser teniente coronel. Luego lo encontramos en Cucutá y en la batalla de Carabobo. Tras esto fue ascendido a coronel y sirvió durante los siguientes años en Nueva Granada.
Tiempo después de la batalla de Carabobo, en 1822, llegó a Nueva Granada Miguel Rola, un polaco de origen noble y veterano de la Grande Armée. Este sirvió en el Estado Mayor de Bolívar y como edecán de José Antonio Páez. Junto a este participaría en la separación de Venezuela de la Gran Colombia y en el enfrentamiento con José Tadeo Monagas.
El último polaco que se unió a los ejércitos patriotas fue Carlos Bielikiewich. Llegado a Nueva Granada en 1825, quedó adscrito a un cuerpo de artillería, encontrándolo en 1827 como subteniente de una brigada de artillería en el Departamento del Istmo, la actual Panamá.
Por último, junto a estos polacos, encontramos a otros de los que tenemos escasa información como Fernando Kouskey, Kaminski, Rowicki y Skolimowski, todos ellos veteranos de la Grande Armée.
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sábado, 1 de junio de 2024
ESPAÑA INTENTA ERRADICAR LOS IDIOMAS INDÍGENAS DE AMÉRICA (1770)
Desde los comienzos de la dominación española de América se dieron ordenes desde la Corona para la enseñanza del castellano a los indios, sin embargo fue en la segunda mitad del siglo XVIII cuando se intentó la erradicación de las lenguas indígenas y la implantación del castellano como lengua única de toda la América española.
Todo comenzó en junio de 1769 cuando el arzobispo de México, Francisco Antonio de Lorenzana, escribió al rey de España, Carlos III, para manifestarle la necesidad de declarar al idioma castellano como único del imperio español en detrimento de las lenguas indígenas. Meses después, en octubre, Lorenzana desarrolló sus argumentos en una carta pastoral en la que atacaba a las lenguas indígenas de América y defendía al castellano como lengua única de los territorios del monarca español.
Comenzó Lorenzana su pastoral señalando que después de pasado tanto tiempo desde la conquista y tras la insistencia de que los indios aprendieran el castellano, en esos días aún se necesitaban intérpretes para los numerosos idiomas indígenas de las diócesis de Puebla, Oaxaca y México. Luego se lamentaba Lorenzana de que los españoles no hubieran impuesto su lengua como si hicieron en la Antigüedad los romanos a los pueblos que conquistaron.
A continuación el arzobispo decía que la existencia de varios idiomas en los dominios de un mismo soberano ayudaba a la propagación de motines y alborotos, ya que los conspiradores podrían tramar sin ser descubiertos. Seguidamente, Lorenzana señalaba que la existencia de un único idioma crearía hermandad entre sus hablantes, cosa que no sucede entre personas que no se entienden. Además, un idioma único sería muy útil para, entre otras cosas, el gobierno espiritual o el comercio. Igualmente, con una sola lengua sería más fácil olvidar las enemistades entre los distintos pueblos conquistados.
Seguidamente Lorenzana señalaba que los idiomas de los indios eran bárbaros en contraposición al hebreo, el griego y el latín. Luego indicaba el error de haber traducido la doctrina cristiana al mexicano, ya que así se hacía imposible que los naturales aprendieran el castellano, y se preguntaba si los párrocos podrían enseñar el castellano en pocos años.
Más adelante mencionaba Lorenzana la dificultad que tenían los párrocos poco instruidos en enseñar la doctrina cristiana en idiomas como el huasteco o el otomí, lo que podría devenir en la enseñanza de herejías. Asimismo, el arzobispo señalaba que era muy difícil desterrar la idolatría o realizar una confesión si el párroco no entendía los idiomas indígenas. Luego Lorenzana decía que deseaba que las ovejas entendieran la voz común de sus pastores, y que un idioma común ayudaría al virrey y al resto de gobernantes a entender las quejas de los indios.
Concluía el arzobispo diciendo que mantener aquellos idiomas era un capricho, una peste que infectaba los dogmas de la santa fe, además de los innumerables perjuicios que ocasionaba tanto a la iglesia como a las autoridades civiles. Por último, Lorenzana ordenaba a todos los párrocos y clérigos de su arzobispado a que por el bien de los indios en adelante tanto doctrina cristiana como el trato común se hiciera en castellano.
Poco después, Francisco Fabián y Fuero, obispo de Puebla de los Ángeles, utilizando estos y otros argumentos, ordenó en una pastoral que en adelante se enseñara a los indios el castellano.
Meses más tarde, en abril o mayo de 1770, según la fuente que se consulte, tras tratarse el asunto en el Consejo de Indias, el rey Carlos III, guiado por los argumentos de Lorenzana, publicó una Real Cédula en la que se hacía al castellano idioma “único y universal […] por ser el propio de los monarcas y conquistadores, para facilitar la administración” y la enseñanza espiritual a los naturales, para que estos “tomen amor a la nación conquistadora, destierren la idolatría, se civilicen para el trato y comercio”.
Para esto, Carlos III aprobó los medios recomendados por Lorenzana, es decir, que todos los párrocos y clérigos de América instruyeran a los indios únicamente en castellano. De este modo el rey ordenó a los virreyes del Perú, Nueva España y Nuevo Reino de Granada, gobernadores y justicias, y pidió a los arzobispos, obispos y a todo tipo de clérigos que cumplieran estas disposiciones “para que de una vez se llegue a conseguir el que se extingan los diferentes idiomas” que se usan en los dominios españoles “y solo se hable el castellano”.
Meses después, tras recibir la Real Cédula, Lorenzana en un edicto daba orden a los párrocos bajo su jurisdicción para que enseñaran el castellano a los indios, mencionando incluso que se les debería obligar a aprenderlo. Sin embargo, a pesar de esto y de que en los siguientes años se dieron ordenes para la enseñanza del castellano a los indios de América y Filipinas y para la eliminación de los idiomas indígenas, en la práctica todo quedó en papel mojado, pues, como han señalado varios autores, fue materialmente imposible dotar de maestros a una masa de varios millones de indios.
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viernes, 24 de mayo de 2024
1879, LOS BOMBARDEOS CHILENOS DE PERÚ
Como hemos visto en otros videos, durante la Guerra del Pacífico la flota chilena jugó un papel importantísimo en las operaciones contra Bolivia y Perú. En el caso de este último país la escuadra chilena, como veremos, llegó a destruir varios de sus puertos en los primeros días del conflicto.
El 5 de abril de 1879, el mismo día que Chile declaró la guerra a Bolivia y Perú, una flota chilena comandada por el contraalmirante Juan Williams comenzó a bloquear el puerto peruano de Iquique. Una vez allí Williams decidió atacar varios puertos del sur de Perú para dañar la economía peruana y hacer salir de El Callao a su flota.
El día 15 de ese mes una división chilena dirigida por Williams y formada por la fragata blindada Blanco Encalada y las corbetas O'Higgins y Chacabuco dejó Iquique y puso rumbo al sur, al pequeño puerto de Pabellón de Pica, mientras que otra división dirigida por el capitán Enrique Simpson y compuesta por la fragata blindada Almirante Cochrane y la cañonera Magallanes fue enviada al norte, al puerto de Mollendo, quedando solo la corbeta Esmeralda bloqueando Iquique.
Una vez en el desguarnecido puerto de Pabellón de Pica, Williams ordenó a los buques neutrales que abandonaran el lugar y a continuación sus buques echaron a pique veintiuna lanchas y un pequeño vapor, además destruyeron las construcciones para la carga y descarga de guano. Por último, fueron embarcados unos 300 chilenos que se encontraban aislados en una pequeña embarcación.
Esa misma noche la división de Williams continuó su expedición hacia el sur, llegando al desprotegido puerto de Huanillos en la mañana del día 16. Allí, según los informes chilenos, fueron destruidas completamente las dos únicas construcciones para la carga de guano y lastre, para lo cual se llegó a desembarcar hombres que incendiaron todo. Además se destruyeron o capturaron decenas de embarcaciones. Según algún testimonio, mientras esto pasaba trabajadores chinos de aquel puerto aplaudían con jubilo. Tras esto, los chilenos pusieron rumbo a Iquique para continuar con el bloqueo a aquel puerto, a donde llegaron esa misma noche junto a sus presas.
Un día después, el 17, la división de Simpson llegó Mollendo. Allí se ordenó a los buques neutrales que dejaran de cargar carbón y mercancías, las cuales fueron capturadas por los chilenos, que además dejaron a las lanchas del puerto a la deriva. A continuación, se enviaron botes para destruir otras lanchas, aunque los chilenos fueron hostigados desde tierra por fuego de fusilería. Como respuesta, Simpson ordenó a sus cañones abrir fuego, los cuales hicieron huir a las fuerzas peruanas.
Durante las siguientes horas el puerto de Mollendo quedó bloqueado por los chilenos, que comenzaron a inspeccionar a todos los buques neutrales allí anclados. Finalmente, la Cochrane y la Magallanes dejaron Mollendo la madrugada del 19, poniendo rumbo a Arica.
Mientras esto pasaba en Mollendo, el día 18 se ordenó a la corbeta Chacabuco, comandada por Óscar Viel, que se dirigiera al puerto de Pisagua, al norte de Iquique, para destruir todas las lanchas que allí hubiera. Ante la previsión de que en Pisagua hubiera una fuerte resistencia peruana, de inmediato se sumó a la operación la Blanco Encalada.
Al llegar a Pisagua la Blanco Encalada vio como seis botes de la Chacabuco que se aproximaban a varias lanchas para capturarlas recibían un intenso fuego de fusilería por parte de tropas peruanas de la columna Ayacucho y de los nacionales que creían que los chilenos iban a desembarcar de forma inminente. Los botes consiguieron replegarse y los cañones de los buques chilenos abrieron fuego con bombas incendiarias sobre las posiciones peruanas, consiguiendo que estos se retiraran.
A continuación, nueve botes chilenos intentaron de nuevo hacerse con las lanchas del puerto, pero de nuevo los peruanos, desde sus nuevas posiciones, abrieron fuego de fusilería y los rechazaron. Como respuesta los cañones chilenos dispararon sobre las posiciones peruanas en la playa para proteger el repliegue de sus botes, haciendo estragos entre los defensores, asimismo fue bombardeada la población, lo que produjo varios civiles muertos y heridos.
Según las informaciones chilenas, hubo varios heridos y un muerto entres sus filas, quedando los botes seriamente dañados. Finalmente, los chilenos abandonaron Pisagua con rumbo a Iquique. Pisagua, según testimonios peruanos y chilenos, fue engullida por un terrible incendio que la redujo a cenizas.
Tras esto se produjeron otras acciones de la escuadra chilena en la misma región durante los siguientes días. Así, tenemos noticias de como se bombardeó la estación de tren de Iquique y el mismo tren, como el día 20 fue reconocido el puerto de Arica, como se visitó de nuevo Pisagua el día 29, donde se destruyeron varias embarcaciones sin resistencia de las tropas peruanas, y de como el puerto de Mejillones del Perú fue destruido junto a varias embarcaciones el día 30 por la O'Higgins y la Cochrane tras abrir fuego una pequeña dotación peruana que creyó que los chilenos iban a desembarcar, acabando así un primer mes de guerra frenético para la flota chilena.
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sábado, 18 de mayo de 2024
EL ESPIONAJE JAPONÉS EN ARGENTINA (1941-1945)
Como hemos visto en otros videos, durante la Segunda Guerra Mundial hubo varios planes nazis para atacar los barcos aliados que arribaban a Buenos Aires, incluso hubo un supuesto plan japonés para invadir las Malvinas, sin embargo es menos conocido el plan nipón para hundir los barcos británicos y estadounidenses que recalaban en el puerto de Buenos Aires haciendo uso, como veremos, de un objeto bastante sorprendente.
En 1942 mientras agentes del S. I. S., el Servicio Especial de Inteligencia de Estados Unidos, una rama del F. B. I. encargada de vigilar las actividades del Eje en Sudamérica durante la guerra, investigaban las comunicaciones japonesas entre Buenos Aires y Santiago de Chile, descubrieron un plan japonés para sabotear los buques británicos y estadounidenses surtos en el puerto de la ciudad argentina.
Las informaciones obtenidas por el S. I. S. señalaban como líderes de la red a dos japoneses, ambos funcionarios de la embajada de Japón en Buenos Aires, Tomiya Koseki, secretario en la legación, y Shozo Murai, un agregado civil.
Sobre Murai sabemos que desde los años '30 promovía la cultura japonesa en Argentina, mientras que de Koseki sabemos que durante los años '20 y '30 desempeñó varios cargos consulares en Brasil, siendo trasladado a Paraguay a principios de los '40. Allí, según informaciones del Departamento de Defensa de Estados Unidos, el 22 de noviembre de 1941, solo unos días antes del ataque a Pearl Harbor, Koseki informó al Ministerio de Relaciones Exteriores de su país que había quemado todos los códigos de acuerdo con las instrucciones del embajador japonés en Brasil. Meses después, tras la ruptura de relaciones de Paraguay con los países del Eje a finales de enero de 1942, Koseki fue expulsado del territorio paraguayo, trasladándose a Buenos Aires, donde comenzó a trabajar en la embajada japonesa.
A partir de ese momento Koseki y Murai crearon una red de correos, informantes y saboteadores. Según el S. I. S. Murai tenía conexiones con elementos nacionalistas chilenos y argentinos. Fue un chileno, descontento con los japoneses, el que los traicionó e informó de todo a los estadounidenses.
Otro chileno contratado por la red fue Carlos Santa Cruz Poblete, hombre de ideología nacionalista y fascista. Como averiguaron los estadounidenses, Santa Cruz y varios de sus familiares actuaron como correo de los japoneses. Además, Santa Cruz recopiló valiosa información sobre las características, armamento, carga y destino de los buques surtos en el puerto de Buenos Aires. Igualmente, se creyó que Santa Cruz estuvo relacionado con una supuesta red de infiltrados en las embajadas estadounidenses de América del Sur.
Durante sus investigaciones el S. I. S. descubrió que la red de Koseki y Murai pretendía sabotear barcos británicos y estadounidenses de un modo ingenioso, utilizando estatuillas de la virgen de Luján. Al parecer los japoneses rellenarían las estatuillas de productos químicos incendiarios, luego serían regaladas a los marineros de los barcos anclados en el puerto de Buenos Aires, y tras zarpar estos, las figuritas explotarían de forma retardada en alta mar. Sin embargo, este plan no se llegó a materializar, desconociéndose el motivo de por que se abortaron los planes de Koseki y Murai.
Lo siguiente que sabemos sobre los miembros de la trama es que Murai se reunió en 1943 con un espía francés reclutado por los españoles para servir a los japoneses. Luego, en abril de 1944, un comunicado de las autoridades argentinas le señalaba como el cabecilla del espionaje japonés en Argentina, cuya red enviaba información a Tokio mediante un código oculto en libros. Sobre Santa Cruz sabemos que fue detenido en mayo del mismo año por la Policía Federal Argentina acusado de espionaje. Tiempo después, ya en Chile, según señalan varios historiadores, agentes estadounidenses contactaron con él y trataron de reclutarlo como agente doble. Por su parte, Koseki fue deportado de Argentina en 1946 junto a varios diplomáticos y espías japoneses.
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domingo, 12 de mayo de 2024
Decreto de 1951 por el que Paraguay deja de estar en guerra con Alemania
PARAGUAY CONTRA EL IMPERIO JAPONÉS (1941-1945)
Como hemos visto en otros videos, de una u otra forma la Segunda Guerra Mundial llegó hasta América Latina, incluso al remoto Paraguay, país que llegó a declarar la guerra al Imperio del Japón y a Alemania en 1945. En el caso de Japón hay informaciones, que como veremos, son poco conocidas.
La primera noticia referente a Paraguay y Japón durante la Segunda Guerra Mundial es de noviembre de 1941. Según informaciones del Departamento de Defensa de Estados Unidos, el día 22 de ese mes, solo unos días antes del ataque a Pearl Harbor, el representante japonés en Paraguay, Tomiya Koseki, informó al Ministerio de Relaciones Exteriores de su país que había quemado todos los códigos de acuerdo con las instrucciones del embajador japonés en Brasil.
Semanas después, a mediados de diciembre, tras el ataque japonés a Pearl Harbor, Paraguay expresó su solidaridad con los Estados Unidos, aunque, a diferencia de otros países americanos, en aquel momento ni rompió relaciones con Japón y el resto de países del Eje ni les declaró la guerra.
Hubo que esperar al 28 de enero de 1942, día en el que acabó la Conferencia de Río de Janeiro, para que el presidente paraguayo, Higinio Morínigo, en virtud de las resoluciones de dicha Conferencia, decretara la ruptura de relaciones diplomáticas con los países del Eje. Así, en el artículo 1º del decreto 10.793 podemos leer: “Declárense rotas las relaciones políticas, comerciales y financieras entre el Gobierno de la República del Paraguay y los del Japón, Alemania e Italia”. Desde ese momento los intereses japoneses en Paraguay y los paraguayos en Japón pasaron a ser defendidos por España.
Semanas después, el 16 de febrero, el gobierno paraguayo publicó varios decretos detallando las medidas tomadas contra los ciudadanos japoneses y del resto del Eje residentes en Paraguay. En uno de estos decretos se decía que estos ciudadanos “no podrán ejercer el derecho de reunión, de asociación y de libre emisión del pensamiento, con fines patrióticos”. En otro de los decretos se prohibía cualquier tipo de comunicación con los países del Eje. Y en un tercer decreto se prohibía, entre otras cosas, “toda transacción comercial y financiera con Alemania, Italia y Japón y los países o territorios ocupados por ellos”.
En aquel momento, a diferencia de otros países, Paraguay no ordenó el internamiento de ciudadanos del Eje, aunque sí comenzó a controlar y restringir sus movimientos. Lo que sí hizo el gobierno de Morínigo durante la guerra fue deportar a algunos alemanes a Estados Unidos, los cuales quedaron detenidos en campos de internamiento. En el caso de los japoneses Paraguay no deportó a ninguno a Estados Unidos como sí hizo por ejemplo Perú con cientos de peruano-japoneses.
En esa misma época tenemos noticias por documentos estadounidenses de que ciudadanos y diplomáticos japoneses provenientes de Paraguay fueron conducidos a Río de Janeiro por petición del gobierno de su país y embarcados por mediación suiza y española en el buque sueco Gripsholm, el cual los llevó a mediados de 1942 al Mozambique portugués junto a otros cientos de nipones y tailandeses llegados de varios lugares de América. Allí fueron canjeados por diplomáticos y ciudadanos estadounidenses y de otras naciones aliadas que habían quedado atrapados en Lejano Oriente al inicio de la guerra. Entre los canjeados se encontraba, según la documentación estadounidense, un cónsul paraguayo, el cual fue repatriado en el Gripsholm junto a otros cientos de americanos.
También en 1942, según informaciones del Servicio Especial de Inteligencia de Estados Unidos, el anteriormente mencionado Tomiya Koseki, expulsado de Paraguay en marzo, había intentado junto a otro japonés y nacionalistas argentinos y chilenos establecer una red que pretendía sabotear los buques británicos y estadounidenses en Buenos Aires.
Más tarde, el 8 de febrero de 1945, en el deseo de incrementar aún más su ayuda y expresar más categóricamente su absoluta adhesión a la causa por la cual pueblos hermanos agredidos combatían con las potencias del Eje, Paraguay, aunque ya se consideraba en estado de plena beligerancia con Japón y Alemania, declaró la guerra a dichos países mediante el decreto 7.190. Así en su artículo 1º podemos leer: “Declárese a la República del Paraguay en estado de guerra con las potencias del Eje desde la fecha del presente Decreto-Ley”.
Semanas después, el 11 de abril, considerando que el estado de guerra imponía la necesidad de adoptar medidas que evitaran la comisión de hechos que pusieran en peligro la seguridad nacional por parte de los connacionales de Japón y Alemania, el gobierno paraguayo decretó la internación de los súbditos japoneses y alemanes considerados peligrosos. Así, los alemanes quedarían recluidos en lugares como la “Colonia Nueva Germania”, mientras que los japoneses quedarían internados en la “Colonia La Colmena”, situada en el departamento de Paraguarí y fundada en 1936.
Tiempo más tarde, en junio, por motivos de seguridad se estableció un registro para los japoneses y alemanes residentes en Paraguay. Según esto, las personas calificadas de peligrosas o sospechosas no podrían trasladarse de una localidad a otra sin permiso expreso del Ministerio de Interior y Justicia”.
Finalmente, tras la rendición incondicional de Japón el 15 de agosto, Morínigo decretó que el día 17 sería feriado en toda la República para festejar “el sometimiento del último refugio de las fuerzas que intentaron sojuzgar los principios y valores que animan nuestra civilización”.
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viernes, 3 de mayo de 2024
PITODORIS, LA GRAN REINA DE LA ANTIGÜEDAD
Con la muerte de Cleopatra VII y la expansión romana por Oriente Próximo parecería que el tiempo de las grandes reinas helenísticas tocó a su fin, sin embargo, tras el suicidio de la egipcia aún hubieron importantes reinas, de las que no conocemos mucho, pero que dominaron grandes territorios. Este fue el caso de Pitodoris I Filómetor del Ponto.
Sobre los orígenes de Pitodoris, nacida hacia el 33 a. C., poco sabemos con certeza. Según Estrabón, su padre fue Pitodoro de Tralles, un asiático tremendamente rico y buen amigo del famoso general Pompeyo Magno. En cuanto a su madre, una inscripción nos dice que se llamaba Antonia. A partir de este dato, y aunque no hay unanimidad, los principales eruditos han supuesto que esta Antonia fue hija del triunviro Marco Antonio y de su segunda esposa y prima, Antonia Híbrida la Menor, o bien, como proponen otros, de Marco Antonio y de una princesa oriental. Esta identificación entre una y otra Antonia se basa, entre otras cosas y como veremos, en varias relaciones familiares y en la presencia en la dinastía de Pitodoris de nombres propios que también se encuentran en la familia de Marco Antonio.
Lo siguiente que sabemos de Pitodoris es que se casó hacia el año 13 a. C. con Polemón I del Ponto. Polemón, amigo y aliado de Marco Antonio contra los partos, había recibido una parte de Cilicia de este. Luego el triunviro le entregó el reino del Ponto y el de la Pequeña Armenia, ambos territorios en el noreste de la moderna Turquía. Polemón también gobernó sobre la Cólquide, la actual Georgia, y por su primer matrimonio con la reina Dynamis, nieta del gran Mitrídates VI, reinó sobre el Bósforo, lo que hoy son las penínsulas rusas de Crimea y Tamán y el litoral del mar de Azov.
Con Polemón tuvo Pitodoris tres hijos antes de que este muriera hacia el año 8 antes de nuestra era. Tras esto, el Bósforo regresó a Dynamis o bien al hijo de esta, Aspurgo. Mientras, la viuda Pitodoris se quedó con los territorios anatólicos, lo que es una prueba de la buena relación de la reina cliente con el emperador Augusto, quizás debido a que era sobrina de las sobrinas de este, Antonia la Mayor y Antonia la Menor, hijas de su hermana Octavia y de Marco Antonio, abuelo de Pitodoris.
Estrabón cuenta que Pitodoris reinó sobre la Cólquide, Trapezunte, Farnacia y sobre los bárbaros del interior. Más adelante, en otro pasaje, Estrabón dice que Pitodoris, “mujer sensata y capaz de estar al frente de los asuntos de estado”, también dominaba los territorios de los tibarenos y de los caldeos, a orillas del Mar Negro.
Lo siguiente que sabemos sobre Pitodoris es que en los primeros años de la era cristiana se casó con Arquelao, rey de Capadocia y de la Pequeña Armenia, por lo que también se convirtió en reina consorte de estos territorios minorasiáticos situados al sur de sus dominios. Arquelao, también conocido como Sisines, había estado relacionado con Marco Antonio al igual que Polemón. Su madre fue la hetaira Gláfira, amante del general romano al mismo tiempo que este mantenía una relación con la egipcia Cleopatra. Marco Antonio entregó Capadocia a Arquelao en el año 36 a. C. y dieciséis años después este también recibiría de Augusto la Pequeña Armenia y la Cilicia Traquea.
Del reinado de Pitodoris durante aquellos años se conservan varias inscripciones en las que se le llama “reina Pitodoris Filométor”, epíteto real muy común entre los monarcas helenísticos que significa “la que ama a su madre”. También durante su reinado se acuñaron dracmas de los que se conservan escasos ejemplares. En estas monedas de plata podemos ver en el anverso los rostros de Augusto, Livia, Tiberio y quizás el suyo propio, y en el reverso la leyenda BASILISSA PYTHODORIE, es decir, reina Pitodoris.
Poco después de estas acuñaciones, en el año 17, Arquelao murió por instigación del emperador Tiberio y su reino fue convertido en provincia romana. Tras esto, Estrabón dice que Pitodoris, que no había tenido hijos con Arquelao, aún reinaba sobre el Ponto, dominando también el país alrededor de la ciudad de Comana y las regiones pónticas de Cabira, Fanorea, Zelitis y Megalopolitis, regiones contiguas al territorio bárbaro sometido por ella, aunque no tenemos detalles sobre cuando y en que circunstancias Pitodoris conquistó estos territorios.
Por último, dice Estrabón que en la región de Megalopolitis se encontraba la ciudad de Dióspolis, rebautizada por Pitodoris como Sebaste, la cual embelleció y convirtió en residencia real, desde la que gobernó con ayuda de un hijo de nombre desconocido.
En esa misma época, hacia el año 18, otro hijo de Pitodoris, Zenón, conocido como Artaxias III, fue coronado como rey de la Gran Armenia por el general Germánico, su primo. Mientras, otra hija de Pitodoris, Antonia Trifena, se había casado con Cotis VIII de Tracia, convirtiéndose así en reina consorte de este territorio.
Años más tarde, en algún momento impreciso de la década de los 20 o 30 Pitodoris moriría. Lo último que sabemos sobre la reina del Ponto es que varios de sus nietos, hijos de Antonia Trifena, reinarían. Así, Pitodoris II, llamada como su abuela y casada con su primo Remetalces II de Tracia, sería reina consorte de este territorio. Una más que posible hermana de Pitodoris II fue Gepaepyris, la cual se casó con Aspurgo del Bósforo y reinó algún tiempo en solitario tras enviudar hacia el año 38.
Por último hay que mencionar a los tres nietos varones de Pitodoris, Remetalces III, Cotis IX y Polemón II, a los que el emperador Calígula les entregó reinos ese mismo año. Al primero le dio Tracia, al segundo la Pequeña Armenia y algunas regiones de Arabia y al tercero, que quizás pudo haber gobernado brevemente sobre el Bósforo, le concedió Cilicia y el Ponto.
De Polemón II, heredero de los territorios de su abuela Pitodoris, podemos añadir que estuvo casado en primeras nupcias con la princesa judía Julia Berenice, bisnieta de Herodes el Grande, y que se le ha identificado con Marco Antonio Polemón, hombre que gobernó la ciudad cilicia de Olba y cuyo nombre lo conecta con Marco Antonio, aunque otros autores creen que este Marco Antonio Polemón podría ser el hijo anónimo de Pitodoris.
Sea como fuere, que Calígula entregara reinos a los nietos de Pitodoris es un indicio de las buenas relaciones entre ambas familias, y es que hay que recordar que el emperador era bisnieto de Marco Antonio a través de su hija Antonia la Menor, mientras que aquellos eran en teoría tataranietos del triunviro a través de su bisabuela Antonia.
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