En el año 490 a. C., tras la derrota persa en la Batalla de Maratón, acabó la Primera Guerra Médica, pero no las ansias aqueménidas por someter Grecia. Así, en año 480 Jerjes I, sucesor de Darío el Grande, reunió un inmenso ejército y una gran flota para volver a invadir Grecia. En la lista de oficiales de la flota persa reunida en el Helesponto, Heródoto destaca a uno de ellos, una mujer, Artemisia.
Artemisia era hija de Lygdamis y de una cretense, era viuda y madre de un hijo muy joven llamado Pisindelis, por lo que era ella la que ejercía la tiranía sobre la ciudad caria de Halicarnaso y en las islas de Nisiro, Calidna y Cos. Esta última isla, al parecer, le fue entregada por el Gran Rey, aunque cuando Artemisia fue a tomarla, una tormenta hundió sus barcos, sin embargo consiguió ocuparla más tarde.
Según Heródoto, Artemisia, sin ninguna obligación, participó en la expedición de Jerjes “impulsada por su bravura y arrojo” y aportó a ella cinco navíos. Poco después, al mismo tiempo que Leónidas se enfrentaba a los persas en las Termópilas, Artemisia participó destacadamente en los combates navales frente al Cabo Artemisio, al norte de Eubea.
Más tarde, a finales de septiembre, tras la toma y destrucción de Atenas por parte de los persas, Jerjes celebró un consejo de almirantes en el que todos se mostraron favorables a enfrentarse a los griegos en una batalla naval, sin embargo, Artemisia se mostró contraria. Según la tirana, debido a la superioridad griega, no había que presentar batalla y reservar las naves. Artemisia pronosticaba que siendo bloqueados, los griegos, faltos de víveres, terminarían dispersándose. Además, sugería invadir el Peloponeso por tierra, para así dividir a los griegos. Sin embargo, pese a la estima que Jerjes sentía por Artemisia y a que valoró sus consejos, decidió presentar batalla junto a la isla de Salamina.
Ya, durante la batalla, cuenta Heródoto que mientras “las fuerzas del rey se hallaban en plena confusión, la nave de Artemisia se vio acosada por un navío del Ática” capitaneado por Aminias de Palene, hermano del dramaturgo Esquilo, según dice Aristodemo. Artemisia, como no podía escapar, pues delante de ella había barcos de la flota persa, embistió a una de estas naves, en la cual iba Damasitimo, rey de Calinda, aunque Heródoto no se atreve a afirmar si el choque, que provocó el hundimiento de la nave calindea, fue accidental o premeditado, como señala Aristodemo.
A continuación, Artemisia tuvo un golpe de suerte. Los áticos que la perseguían, al ver el choque con la nave de Calinda, pensaron que el navío de Artemisia era griego y no persa o que estaba desertando de estos, por lo que dejaron de acosar a la tirana, la cual pudo así salvar la vida y dirigirse al puerto de Falero. Este grave error hizo perder a Aminias diez mil dracmas, pues esta era la recompensa prometida por los atenienses a quien capturara viva a Artemisia, “ya que consideraban algo inadmisible que una mujer hiciera le guerra a Atenas”.
Aunque si hacemos caso a Polieno, quizás no fue un error de Aminias, sino un ardid de Artemisia. Según cuenta este autor en su obra “Estratagemas”, Artemisia en su barco tenía la enseña griega y la persa, así “si perseguía a una nave griega, izaba la enseña bárbara, pero si era perseguida por una nave griega, izaba la griega, para que sus perseguidores se apartaran de ella, creyendo que era una nave griega”.
Sea como fuere, según Heródoto esto hizo crecer el prestigio de Artemisia ante Jerjes, el cual observaba la batalla y creyó que la nave hundida era enemiga, motivo por el que exclamó: “los hombres se me han vuelto mujeres; y las mujeres, hombres”. Por su parte, el historiador Justino dice que “así como en el varón podría verse un temor mujeril, así en esta mujer podía verse una audacia varonil”. Según Polieno y el poco conocido texto “Tractatus de mulieribus”, Jerjes recompensó a Artemisia con una armadura griega.
Otro hecho que debió acrecentar el prestigio de Artemisia a los ojos de Jerjes fue el que transmite Plutarco. Según este autor, durante la batalla Artemisia encontró el cadáver de Ariámenes, hermano de Jerjes, flotando en el mar, lo recogió y se lo entregó al rey.
Tras la derrota persa en Salamina, narra Heródoto que Jerjes se sentía desolado y pensaba en huir de Grecia. En esos momentos Mardonio, el comandante del ejército persa, le dijo que podría quedarse y atacar el Peloponeso o irse si lo deseaba, mientras él concluiría la conquista de Grecia. A continuación, el soberano persa, buscando el consejo de Artemisia, se reunió a solas con ella. La tirana de Halicarnaso le dijo estas palabras:
“Majestad, es difícil acertar a decirle lo más idóneo a una persona que pide un consejo. No obstante, en las presentes circunstancias, considero que, por lo que a ti se refiere, debes regresar a tu patria y dejar aquí a Mardonio (…) con los soldados que desea. Pues, ante todo, si logra someter lo que, según él, pretende subyugar y le sale bien el plan del que habla, el éxito, señor, te pertenece a ti, ya que lo habrán conseguido tus esclavos. Pero, además, es que, si sucede lo contrario de lo que piensa Mardonio, no será ninguna catástrofe, dado que tú estarás a salvo, al igual que lo estará todo lo relativo a tu dinastía. De hecho, si tanto tú como tu dinastía os encontráis a salvo, los griegos deberán arrostrar otras muchas campañas para salvarse. Y, en cuanto a Mardonio, de pasarle algo, carece de importancia: si los griegos lo vencen, su victoria será intranscendente, porque habrán matado a un esclavo tuyo. Por otra parte, tú te vas a marchár después de haber incendiado Atenas, que era el objetivo por el que organizaste la expedición”.
Añade Heródoto que, “como es natural, Jerjes se sintió complacido con el consejo, pues lo que le decía Artemisia coincidía plenamente con lo que él mismo pensaba (...). Colmó, pues, de elogios a Artemisia y le ordenó que se dirigiera a Éfeso con sus hijos, dado que lo habían acompañado algunos de sus bastardos”. Aquí termina el relato herodoteo sobre Artemisia, aunque fuentes posteriores nos proporcionan otras informaciones.
Polieno cuenta, que mediante engaños, Artemisia ocupó la ciudad de Latmos, al norte de Halicarnaso. En un fragmento de Ptolomeo Queno conservado por Focio se dice que Artemisia se enamoró de un tal Dardanos de Abydos pero este la despreció, lo que llevó a la tirana a quitarse la vida en la isla de Léucade, en el mar Jónico. Por último, Pausanias cuenta que en el ágora de Esparta había una estatua de Artemisia.
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