Durante su historia, Uruguay estuvo inmerso en multitud de conflictos, tanto internos como externos, pero uno de ellos es poco conocido. Nos referimos a su enfrentamiento en los años treinta con la Unión Soviética. Pero, ¿qué llevó al pequeño país del Cono Sur a enfrentarse durante el período de entreguerras con el país más grande de la Tierra?
Todo comenzó a finales de noviembre de 1935 en Brasil, donde los militares se insurreccionaron en varios puntos del país contra el gobierno de Getúlio Vargas. Poco después, tras el fracaso de este intento de golpe de Estado de inspiración comunista los ojos del gobierno brasileño miraron hacia Uruguay.
Según las autoridades brasileñas tenían informaciones de que el levantamiento había sido preparado desde la legación soviética en Montevideo y por ello comenzaron a presionar a Uruguay para tomar medidas contra las actividades comunistas en su territorio. Los uruguayos realizaron sus propias indagaciones, pero según Carlos Masanés, Encargado de Negocios uruguayo en Moscú, la legación soviética en Montevideo no había tenido nada que ver.
A pesar de esto y por influencia del embajador brasileño Lucillo Bueno, el 27 de diciembre el Consejo de Ministros uruguayo aprobó un decreto por el cual se rompían las relaciones diplomáticas con la Unión Soviética. En este decreto se expuso que según afirmaban las autoridades brasileñas el movimiento revolucionario en su país había estado inspirado por el VII Congreso de la Tercera Internacional e instigado por la Unión Soviética a través de su legación en Montevideo. Asimismo se señalaba que el movimiento revolucionario del Brasil había contado presuntamente con ayuda económica de la embajada soviética en Uruguay. Por último, también se afirmó que existían pruebas de que se tramaba un movimiento revolucionario en Uruguay para el próximo febrero o marzo.
Por tanto, “como acto de solidaridad internacional” y “salvaguardia de la tranquilidad interna” se decretó la interrupción de las relaciones entre ambas naciones, se expulsaba al embajador soviético, Alexander Minkin, y se pedía la salida de Moscú de Carlos Masanés.
Un día después Minkin envió una nota de protesta a José Espalter, ministro de Relaciones Exteriores uruguayo, negando todas las acusaciones y remarcando la falta de pruebas, calificando el señalamiento brasileño como “de pura invención”. A esto respondió Espalter negándose a entrar en discusiones con Minkin. Por su parte, en Brasil se recibió con gran satisfacción la ruptura de las relaciones y fue motivo de celebración y de gratitud hacia los uruguayos.
Dos días más tarde, el 30, Minkin volvió a escribir a Espalter pidiendo pruebas sobre las acusaciones de apoyo financiero a los revolucionarios brasileños que se le imputaban a su legación. Asimismo, Minkin anunciaba su próxima salida del país junto a su familia y a los miembros de la legación soviética.
Por aquellas mismas fechas la prensa rusa publicó que los verdaderos motivos del gobierno de Gabriel Terra para romper relaciones diplomáticas con la Unión Soviética eran otros. Se afirmaba que la negativa soviética a acoger a un anarquista de origen ucraniano al que Terra quería deportar y la también negativa soviética a comprar varias toneladas de queso uruguayo estaban detrás de la ruptura de las relaciones entre ambas naciones. Además, se señalaba que las presiones italianas o vaticanas habrían influido en la decisión uruguaya. Por su parte, el Washington Post apuntó a la posibilidad de que la expulsión de Minkin solo fuera una forma de distraer la atención ante la debilidad del gobierno uruguayo.
Poco después, a principios de enero de 1936, Maxim Litvinov, Comisario del Pueblo de Relaciones Exteriores de la Unión Soviética, envió una carta a Joseph Avenol, secretario general de la Sociedad de Naciones, quejándose por la forma en que Uruguay había roto las relaciones diplomáticas con su país, argumentando que los uruguayos habían violado el artículo 12º del Pacto de la Sociedad de las Naciones al no someter la disputa a un arbitraje. Al mismo tiempo, los soviéticos interrumpieron sus relaciones comerciales con el Uruguay.
A continuación, los brasileños enviaron a Uruguay las supuestas pruebas de la implicación de la legación soviética de Montevideo en la insurrección de noviembre para que fueran usadas en la próxima sesión de la Sociedad de Naciones.
Días más tarde, el 23, se reunió el Consejo de la Sociedad de Naciones en Ginebra y allí el representante uruguayo, Alberto Guani, y el soviético, Litvinov, expusieron sus argumentos. El primero negó que hubieran violado ningún artículo del Pacto al romper sus relaciones con la Unión Soviética. Por su parte, Litvinov negó las acusaciones uruguayas de haber apoyado el movimiento revolucionario en Brasil y retó a Guani a presentar pruebas, cosa que este no hizo. Además, señaló que los verdaderos motivos de la ruptura eran la negativa soviética a acoger a un anarquista ucraniano y a comprar varias toneladas de queso uruguayo.
Un día después, dadas las posiciones enrocadas de ambos representantes, una Comisión designada por el Consejo emitió una resolución en la que expresaba “su esperanza de que la interrupción de las relaciones […] sea temporal”. Pero hubo que esperar varios años para que esto sucediera.
Finalmente, en 1942, en el marco de la Segunda Guerra Mundial y con la mediación estadounidense, Uruguay se mostró favorable al restablecimiento de las relaciones diplomáticas con la Unión Soviética, algo que se materializó en 1943.
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