Después de esta campaña, Tolomeo pidió a Gabinio que, a cambio de unos diez mil talentos, invadiese Egipto y le restituyera el poder real; pero la mayoría de sus generales mostraron su desaprobación y, aunque, en su fuero interno, Gabinio se sentía subyugado por esos diez mil talentos, sin embargo ponía reparos a entrar en liza. Pero Antonio, ansioso de grandes proezas y queriendo complacer a Tolomeo, se unió a él para convencer a Gabinio y movilizar su ejército para emprender la expedición. El riesgo de esta campaña estribaba en la vía de entrada de Pelusio, ya que la marcha discurría a través de un desierto seco y profundo, sobre todo por entre una depresión del terreno donde se encontraban unas marismas que formaban el lago Serbonio, lugar que los egipcios llaman los respiraderos de Tifón, y que parece que es una filtración subterránea del mar Rojo, que se extiende en la parte más estrecha del istmo que lo separa del mar. Pero Antonio, enviado al frente del ejército de caballería, no sólo tomó posesión de los estrechos, sino que incluso llegó a capturar Pelusio, una ciudad de importancia, y las atalayas de alrededor, al mismo tiempo que hacía más seguro el paso de la expedición y más cercana la esperanza de la victoria.
Incluso sus enemigos sacaron provecho del deseo de gloria de Antonio, ya que Tolomeo a su entrada en Pelusio, movido por la cólera y el odio, estaba resuelto a masacrar a los egipcios, pero Antonio se opuso y lo impidió. En las batallas y en los grandes enfrentamientos, que se sucedieron con frecuencia y fueron numerosos, Antonio siempre dio muestras de su gallardía y de una sagacidad propia de un general. Especialmente brillante fue aquella ocasión en la que, con su decisión de cercar y rodear por la espalda a los enemigos, aseguró la victoria a los que estaban de frente, con lo que consiguió recompensas y distinguidos honores.
Tampoco a sus enemigos se les pasó por alto el trato humanitario que recibió Arquelao a su muerte. A pesar de que en vida había sido su amigo y huésped, Antonio se había visto obligado a combatir contra él, y cuando encontró su cadáver, le honró con un funeral digno de un rey. Antonio dejó tras sí un muy grato recuerdo de su campaña en la mente de los alejandrinos y los soldados romanos que participaron en la expedición le otorgaron esa fama de hombre glorioso.
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