jueves, 31 de marzo de 2022

INTENTO DE MEDIACIÓN DEL REY JUAN CARLOS DURANTE LA GUERRA DE LAS MALVINAS

PALACIO DE LA ZARZUELA, 5 DE MAYO DE 1982. 

Señor secretario general: Ante los acontecimientos que enfrentan a Gran Bretaña y Argentina en los momentos presentes, no me resigno a permanecer en silencio. 

Mi Gobierno ha precisado en sucesivas declaraciones oficiales su posición sobre el fondo del problema. Pero permítame, señor secretario general, que sobre la base de dichas declaraciones, me dirija a usted exponiéndole la angustia que como español, como soldado y como Rey experimento en estas horas. 

No puedo sentirme impasible ante el enfrentamiento de dos pueblos, ni contemplar sin conmoverme profundamente las pérdidas de vidas humanas a que da lugar. 

Pienso que todos los problemas tienen solución justa y honorable mediante conversaciones y medios pacíficos, con espíritu de paz, sin llegar a consecuencias irreparables. 

Mi voz, señor Secretario General, le transmite el ruego de que haga llegar a ambas partes en conflicto la solicitud de un alto el fuego que permita continuar las gestiones de negociación, y formule un llamamiento, tanto a los gobiernos de Europa, a la que por tantas razones pertenecemos, como a los de la Comunidad Iberoamericana, a la que nos sentimos tan vinculados por la sangre y por la historia, a fin de que interpongan todas las posibles acciones conducentes ,a evitar la prolongación de las hostilidades. 

Mi Gobierno ha puesto a la disposición de los países contendientes sus buenos oficios para una solución pacífica del conflicto. 

Por mi parte, ofrezco con el mayor desinterés toda mi buena voluntad y mi ayuda para contribuir, en la forma y medida que se estimen oportunas, a la consecución de la paz y de la justicia. 

Muy cordialmente, Juan Carlos, Rey.

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1982, EL REY DE ESPAÑA INTENTA PARAR LA GUERRA DE LAS MALVINAS

A pocos días de que sea el 40 aniversario del comienzo de la Guerra de las Malvinas, aún hay muchos hechos de aquel conflicto poco conocidos. Uno de ellos es el intento de mediación del Rey de España y el posible boicot de las selecciones británicas al Mundial de Fútbol de España '82. 

En aquella época varios países, como Perú o Canadá, ofrecieron su mediación para alcanzar un alto el fuego entre argentinos y británicos. Este también fue el caso de España a través de su Rey, Juan Carlos I. El 5 de mayo el Rey envió una carta al Secretario General de la ONU, el peruano Javier Pérez de Cuéllar, en la que ofrecía con el mayor desinterés toda su buena voluntad y su ayuda para contribuir a la consecución de la paz y de la justicia. Esta misma carta fue entregada por el embajador español en Buenos Aires a la Cancillería argentina. 

En un documento recogido en el Informe Rattenbach, el dictamen fruto de la comisión creada por la Junta Militar para evaluar y analizar las responsabilidades en el conflicto del Atlántico Sur, se conserva la opinión y la respuesta argentina a la propuesta del Rey de España. 

En este documento se hacen varias consideraciones sobre el ofrecimiento del Rey. Se dice que “es más un acto de prestigio que un intento real de intermediar activamente para procurar una solución en el conflicto”. 

Asimismo, se indica que “el monarca español aprovecha la oportunidad para fortalecer su perfil político de árbitro moderado ante Europa, los Estados Unidos y las naciones iberoamericanas”. 

Por último, se señala que “con este acto de presencia diplomática el Rey da satisfacción a los sectores derechistas e izquierdistas de España -que asimilan el caso Malvinas a Gibraltar- sin entrar en colisión con el centrismo y la social-democracia, que tienen firme vocación pro-norteamericana y europeísta...”. 

En este documento también se recogen una serie de conclusiones que desdeñan el ofrecimiento del Rey español. Se dice que “la nota tiene un carácter eminentemente general”. También que “España carece de peso político suficiente como para poder intervenir eficientemente en la solución del conflicto”. Por último, se apunta a que las aspiraciones españolas a la Comunidad Económica Europea y a la OTAN y su alianza con los Estados Unidos le restarían imparcialidad. 

Así, se establece que debe agradecerse el ofrecimiento del Rey, pero de ninguna manera debe ser tomado en cuenta como vía efectiva para solucionar el conflicto. 

Pero aún cabe una última consideración. En el análisis argentino se puso en duda el altruismo del monarca español por razones de geopolítica, pero, ¿y si había otros motivos? 

A finales de abril surgió el rumor de que Gran Bretaña y sus selecciones podrían boicotear el Mundial de Fútbol de España del próximo junio, lo que arruinaría este gran evento de la joven democracia española. Se podría suponer que este rumor, confirmado hace unos años tras la desclasificación de documentos confidenciales del Gobierno británico, podría haber desencadenado el intento de mediación del Rey de España. Aunque esto solo es una conjetura.

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miércoles, 23 de marzo de 2022

1823, Benjamin Morrell en las Islas de Lobos (A Narrative of Four Voyages, 1832)

 




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LOBOS, LAS ISLAS PERUANAS QUE ESTADOS UNIDOS QUISO ROBAR EN 1852

El convulso siglo XIX peruano estuvo plagado de conflictos, tanto internos como externos, pero algunos son poco conocidos, como el desencadenado cuando Estados Unidos intentó usurpar unas islas de Perú y el preciado tesoro que albergaban. 

Desde la década de 1840, la exportación del guano, el excremento de aves y murciélagos usado como fertilizante en la agricultura, experimentó un gran auge, llegando a producirse lo que se llamó como “Guano manía”. Esta fiebre del guano llevó a Estados Unidos a aprobar en 1856 la Guano Islands Act, una ley federal que permitía a los estadounidenses tomar posesión de cualquier isla que poseyera depósitos de guano, siempre y cuando no estuviera aún reclamada por algún país. Sin embargo, antes de la aprobación de esta ley Estados Unidos ya quiso apropiarse en 1852 de las islas peruanas de Lobos de Afuera y Lobos de Tierra. 

Tras algún interés francés y sobre todo británico en Lobos, a principios de mayo de 1852, en plena Era del Guano peruana, el presidente José Rufino Echenique publicó un decreto para proteger las islas guaneras de la república. Eso no impidió que el 2 de junio, James Jewett, capitán del barco Philomela, escribiera a Daniel Webster, Secretario de Estado de los Estados Unidos, para saber si algún tratado le impedía tomar el guano de Lobos, islas, que según él, no pertenecían a ningún país. 

El día 5 Webster respondió que aquellas islas no habían sido descubiertas ni por españoles ni por peruanos, pero sí por el Capitán estadounidense Benjamin Morrell en 1823, por lo que los Estados Unidos tenían el deber de proteger a sus ciudadanos que fueran a obtener guano en ellas. Así, decía Webster que pediría al Secretario de Marina que un buque de guerra fuera a Lobos a proteger a los ciudadanos estadounidenses. 

El día 16 William Graham, Secretario de Marina, escribió al Comodoro McCauley para que enviara uno de los barcos de su escuadrón a Lobos para proteger a los ciudadanos y al comercio estadounidense. Desde entonces, decenas de mercantes armados fueron a Lobos aquel verano para cargar miles de toneladas de guano. 

El 24 de junio John Randolph Clay, Encargado de Negocios estadounidense en Perú, informaba a Webster sobre el interés británico en el guano de las Islas Lobos de Afuera, que según ellos habían visitado a principios de siglo y plantado su bandera. Opinaba Clay que, en vista del interés británico, Estados Unidos podría acordar con Perú explotar el guano de Lobos y de otras islas a cambio de garantizar la soberanía peruana sobre aquellos lugares. 

Un día más tarde, Juan Ignacio de Osma, Ministro Plenipotenciario de Perú en Estados Unidos, escribía a Webster respecto a las ambiciones inglesas sobre Lobos y negaba el supuesto envío de naves de guerra británicas para asegurar su dominio sobre aquellas islas, ya que Gran Bretaña reconocía la soberanía peruana sobre Lobos, aunque señalaba el interés de ciertos aventureros por hacerse con ellas y su guano. 

El 3 de julio Osma volvió a escribir a Webster. En esta ocasión le recordaba la entrevista que ambos tuvieron poco antes en la que reclamó “su atención sobre los preparativos que se hacían para atacar las Islas de Lobos, propiedad del Perú”, a lo que Webster respondió “que el Gobierno de los Estados Unidos no reconoce en el Perú ningún derecho exclusivo sobre dichas Islas de Lobos; que las considera como Islas desiertas, que habían sido descubiertas por el Capitán Morrell del servicio mercante americano y que en consecuencia el Gobierno de los Estados Unidos protegerá a todos sus súbditos que vayan a aquellas Islas con el propósito de tomar el Guano que contiene”. 

El día 24 de ese mismo mes, Osma escribió a William Hunter, Subsecretario de Estado, reprochándole que su Gobierno iba a apoyar a las personas que pretendían despojar al Perú de aquellas islas, a pesar de las repetidas reuniones que ambos habían tenido y de los documentos presentados donde se manifestaban los derechos peruanos sobre Lobos. Osma terminaba su carta advirtiendo que Perú “sabrá defender sus derechos y su dignidad en la medida en que sus recursos y fuerzas se lo permitan”. Durante los siguientes días las relaciones fueron empeorando y comenzaba a vislumbrarse un conflicto armado. 

El 7 de agosto, Clay informaba a Webster sobre una reunión que había mantenido con José Manuel Tirado, Ministro peruano de Relaciones Exteriores. Este le pedía explicaciones sobre las noticias que le habían llegado respecto a que en puertos estadounidenses se preparaban barcos para ir a Lobos a cargar guano y de que estos barcos serían protegidos por naves de guerra de ese país. 

A continuación, Clay adjuntaba un Memorándum que Tirado le había entregado. En este documento se decía que las islas habían sido descubiertas por Francisco Pizarro y aparecían en mapas, obras históricas y tratados. Además, Lobos eran visitadas por indios de la costa y eran objeto de decretos e investigaciones durante los últimos años, por lo tanto, de ninguna manera eran un territorio sin dueño que los Estados Unidos pudiera reclamar. 

Seguidamente, Clay informaba que el tema de Lobos había excitado a la opinión pública y, junto a otras circunstancias, había hecho que el Gobierno peruano pretendiera comprar y armar buques. Finalmente, Clay concluía su carta reconociendo la soberanía peruana sobre Lobos y diciendo: “lamento que así sea, porque permite a este gobierno continuar en el goce ininterrumpido de un monopolio de un artículo tan necesario para el interés agrícola de los Estados Unidos...”. 

Poco después Osma escribía de nuevo a Webster para reafirmar la soberanía peruana sobre Lobos, y para ello le aportaba datos que demostraban que las islas se conocían desde época del Virreinato y que por tanto no habían sido descubiertas por los estadounidenses. Osma terminaba su carta diciendo: “el Perú, apoyándose en sus derechos y leyes, está dispuesto a resistir tan injustificable agresión, sin tener en cuenta la superioridad de la fuerza material sobre la que calculan los autores de la misma”. 

El día 21 Webster respondía a las notas de Osma. Según Webster las islas de Lobos eran visitadas por los estadounidense desde hacía más de medio siglo para cazar lobos marinos y que en ese tiempo el gobierno peruano no se quejó, y solo en 1833, debido a la presencia británica, se decretó que los extranjeros tendrían prohibido pescar en las costas e islas peruanas, a pesar de lo cual, tanto británicos como estadounidenses continuaron visitando Lobos sin permiso. 

Con esto Webster pretendía probar que la soberanía de las islas no era exclusiva de Perú y en su larga argumentación intentaba probar que los derechos estadounidenses sobre las islas eran iguales o superiores a los de los peruanos. Uno de los argumentos esgrimidos por Webster era que las islas no estaban lo suficientemente cerca de la costa peruana como para que el Perú reclamara Lobos. Además, sostenía, que como esas islas no podían ser pobladas por su aridez no podían ser poseídas legalmente, por tanto, ellas y lo que contengan debe ser considerado como de la propiedad común de todos. 

Aún así, Webster comunicaba que el Presidente Millard Fillmore había dado instrucciones a sus fuerzas navales de evitar cualquier colisión hasta que la cuestión fuese mejor examinada, además, no prestarían apoyo a cualquier iniciativa privada para hacerse con el guano de Lobos, actos estos que serían considerados de guerra privada, por lo que sus autores perderían la protección del Gobierno estadounidense. Respecto a esto, Clay escribió a Webster el día 25 sobre la conveniencia de enviar un buque del Escuadrón del Pacífico a Lobos para prevenir choques entre barcos estadounidenses y tropas peruanas que pudieran estar protegiendo las islas. De este modo fue anulada la orden del 16 de junio. 

En septiembre, el buque estadounidense Manlius recaló en Lobos para cargar guano, por lo que Tirado, protestó. A finales de ese mes Clay escribió a Webster y le comunicó que había pedido a las autoridades peruanas que se prohibiera la publicación en prensa de cualquier artículo que pudiera provocar la ira popular contra los ciudadanos estadounidenses. Asimismo, comunicaba que el Manlius estaba en Lobos. Por ello había solicitado al USS Raritan que fuera a Lobos para evitar cualquier incidente que condujera una ruptura entre ambas naciones. 

El 23 de octubre Tirado escribió a Clay una larga exposición en la que fundamentaba los derechos peruanos sobre Lobos. En esta exposición se señalaban a los cronistas y cartógrafos españoles que mencionaban Lobos, así como las visitas hechas por incas y españoles a lo largo de los siglos, lo que demostraba que el Capitán Morrell no había descubierto las islas. Además, Tirado invocaba los derechos españoles sobre las islas, derechos heredados por Perú tras su independencia. 

A continuación, señalaba Tirado que el Gobierno peruano había hecho reconocer las islas en los últimos años, asimismo informaba sobre las protestas dirigidas a Gran Bretaña por la presencia en Lobos de navíos de aquella nación. También negaba que las visitas estadounidenses a Lobos les confirieran cualquier tipo de derecho sobre las islas, como suponía Webster. 

Finalmente, el 16 de noviembre Edward Everett, sucesor de Webster, escribió a Joaquín José de Osma, Ministro peruano en Washington, comunicándole que el Presidente Fillmore, tras estudiar los documentos y las alegaciones aportadas por Perú en las últimas semanas, reconocía la soberanía peruana sobre Lobos y que retiraba la protección a los buques estadounidenses que fueran a aquellas islas a cargar guano sin licencia. Solo un día después Osma expresaba su satisfacción, quedando así concluido este conflicto. Aún así, tiempo después buques como el J. W. Paige y Sarah Chase, este armado, llegaron a Lobos para cargar guano, pese a la advertencia peruana.

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viernes, 18 de marzo de 2022

Los persas castigan a quienes no les ayudaron en la expedición contra los escitas (Heródoto, V, 26-27)

Pues bien, el tal Ótanes, el sujeto que se sentaba en el citado trono, sucedió por aquel entonces a Megabazo en el mando de las tropas, y se apoderó de las ciudades de los bizantinos y de los caícedonios, apoderándose también de Antandro, que se halla situada en la Tróade, así como de Lamponio; y, con unas naves que le proporcionaron los lesbios, se apoderó de Lemnos e Imbros, islas ambas que, por aquellas fechas, todavía se encontraban habitadas por pelasgos. A fe que los lemnios se batieron con verdadero denuedo, pero, a pesar de la resistencia que opusieron, al final fueron aniquilados. Entonces, a los lemnios supervivientes, los persas les impusieron como gobernador a Licareto, el hermano de Meandrio (aquel individuo que había detentado el poder en Samos). El tal Licareto murió en Lemnos en el ejercicio de su cargo * * *.Y por cierto que el móvil de la campaña era el siguiente: iba esclavizando y sometiendo a todos esos pueblos, bajo la acusación de que unos habían desertado durante la expedición contra Escitia, en tanto que otros habían hostigado al ejército de Darío cuando, desde dicho país, volvía de regreso.

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513 a. C., LA INVASIÓN PERSA DE UCRANIA

Es mucho lo que se sabe sobre las Guerras Médicas y las invasiones persas de Grecia, pero es menos conocido que años antes, hacia el 519 o el 513 a. C., Darío el Grande invadió el país de los escitas, en la actual Ucrania. 

Heródoto, nuestra principal fuente de información sobre la campaña que el Gran Rey aqueménida acaudilló contra los escitas, cuenta que la motivación de Darío era la de castigar a los escitas, ya que este pueblo había invadido Media casi un siglo antes. Sin embargo, podrían existir otras motivaciones, como la de expandir el Imperio persa, asegurar la frontera de su verdadero objetivo, Tracia, o hacerse con las minas de oro de aquella región. 

Distintos historiadores ofrecen otras informaciones. Justino dice que Darío quiso casarse con la hija del rey escita Jantiro, pero este se negó, por lo que Darío invadió Escitia. Por su parte, el historiador griego Ctesias narró en su Pérsica que Darío ordenó a Ariaramnes, sátrapa de Capadocia, que con treinta naves navegara hasta Escitia. Allí el sátrapa tomó cautivos, entre ellos al hermano del rey Escitarques. Este, enfurecido, escribió una carta insultante a Darío, el cual le respondió en el mismo tono. 

Volviendo a Heródoto, este cuenta que Darío reunió un ejército con tropas y naves de todo su Imperio. También ordenó tender un puente de pontones en el Bósforo Tracio, cerca de la actual Estambul. Artabano, hermano de Darío, le recomendó no atacar a los escitas, pero el rey no le hizo caso y emprendió el camino desde Susa, en la actual Irán. Darío llegó a Calcedonia, donde estaba tendido el puente. 

Según Heródoto, allí había reunido un ejército de 600 navíos y 700.000 hombres, u 800.000 según Ctesias, cifras evidentemente exageradas. Tras erigir dos estelas, Darío pasó a Europa y a continuación ordenó a sus vasallos jonios que navegaran por el Ponto, es decir, el Mar Negro, hasta llegar el río Istro, el moderno Danubio, el cual deberían remontar y tender un puente de barcas sobre el río. 

Por su parte Darío atravesó Tracia, llamada Skudra por los persas. Antes de llegar al Istro, algunos pueblos tracios se sometieron a Darío sin presentar batalla, mientras que a los getas hubo que reducirlos por las armas y luego se unieron al ejército persa. 

Cuando Darío llegó al Istro cruzó el río y ordenó que destruyeran el puente, quizás porqué pensaba regresar a Persia a través del Cáucaso. Sin embargo, le convencieron de que no lo hiciera, ya que este podría ser necesario en el futuro. De este modo, Darío encargó a los jonios que vigilaran el puente durante 60 días, tras lo cual tendrían permiso para regresar a sus hogares, mientras, él seguiría avanzando. Este avance quedaría atestiguado por una inscripción hallada en los años '30 en Transilvania. 

Entretanto, al darse cuenta los escitas de que sus fuerzas no sería suficientes para enfrentarse a los persas en una batalla campal, enviaron emisarios a los pueblos vecinos. Los reyes de estos pueblos se encontraban reunidos en asamblea para saber que hacer. Los emisarios escitas dijeron lo siguiente: “vosotros no debéis, bajo ningún concepto, permanecer indiferentes al margen del conflicto y permitir que seamos destruidos”. 

Entonces los reyes estudiaron el caso, pero se dividieron a la hora de decidir. Los gelonos, budinos y saurómatas juraron ayudar a los escitas. Por su parte, los agatirsos, neuros, andrófagos, melanclenos y tauros prometieron actuar solo sí se les atacaba. 

A continuación, los escitas decidieron no librar batalla campal contra los persas, sino retroceder constantemente, mientras cegaban pozos y fuentes, y destruían los pastos. También se acordó que se dividirían en dos grupos. Uno, dirigido por el rey Escópasis, junto a sus aliados saurómatas, debía retroceder hacia el río Tanais, el actual Don. El otro grupo, dirigido por los reyes Idantirso y Taxacis, junto a sus aliados gelonos y budinos, debían retroceder hasta el territorio de los pueblos que les habían negado su ayuda para así implicarlos en la guerra. Mientras, las mujeres, los niños y el ganado fueron evacuados hacia el norte. 

En su avance hacia el este en persecución del ejército de Escópasis, los persas no pudieron saquear nada, hasta que llegaron al país de los budinos, donde encontraron un ciudad de madera que quemaron. Más adelante, los persas llegaron a una región desértica, donde Darío ordenó construir ocho grandes fortines. De esta época dataría una inscripción en persa antiguo hallada cerca del Mar de Azov en 2016. 

Mientras tanto, los escitas dieron un rodeo por el norte y regresaron a Escitia. Entonces, Darío, al no encontrar rastro de los escitas, dio la orden de dejar los fortines a medio construir y regresar hacia el oeste. Allí se encontraron con el ejército de Idantirso y de Taxacis, al cual persiguieron, pero los escitas se retiraban continuamente hacia el territorio de aquellos pueblos que les negaron la ayuda. Estos, al ver el avance persa, huían a pesar de lo que habían dicho en la asamblea. Solo los agatirsos defendieron sus fronteras. 

Darío, cansado de perseguir a los escitas, les envió un jinete con el mensaje de que presentaran batalla o que por el contrario se sometieran y le ofreciera un tributo de tierra y agua. Idantirso respondió que si de verdad quería una batalla, saquearan las tumbas de sus antepasados, lo único de valor que tenían. Luego envió unos presentes a Darío. Se trataba de un pájaro, un ratón, una rana y cinco flechas. El Rey persa interpretó estos regalos como un gesto de sumisión, pero el noble Gobrias los interpretó como una advertencia. 

Mientras, los escitas decidieron atacar a los persas cada vez que estuvieran aprovisionándose de víveres. También comenzaron a hostigar el campamento de Darío, pero cuenta Heródoto, que el rebuzno de los asnos de los persas ahuyentaban a los caballos de los escitas. 

Entretanto, el ejército de Escópasis fue enviado al Istro para intentar alcanzar un acuerdo con los jonios. Así, los escitas hicieron prometer a los jonios que una vez acabado el plazo de 60 días fijado por Darío, regresarían a su país. 

Al mismo tiempo, en una parte confusa del relato de Heródoto, se dice que el otro ejército escita se presentó frente a los persas, pero el desorden se adueñó de sus filas. Darío, viendo aquel desorden, decidió regresar a su patria antes de que los escitas destruyeran el puente del Istro e impidieran su retirada. El Rey dio orden de encender fogatas aquella noche y de abandonar a los más fatigados para engañar a los escitas mientras que el resto del ejército emprendía la retirada hacia el Istro. 

Al llegar el día, aquellos soldados abandonados se rindieron, pero unos 80.000 serían masacrados por los escitas según Justino y Ctesias. A continuación, ambos ejércitos escitas juntos a sus aliados comenzaron a perseguir a los persas. Los escitas consiguieron adelantar a las tropas de Darío, he hicieron prometer a los jonios que no se habían ido acabados los 60 días, que destruirían el puente. Pero algunos de los jefes jonios, sabedores que eran tiranos de sus ciudades gracias a los persas, decidieron engañar a los escitas y fingir que destruían todo el puente, aunque solo lo hacían en parte. 

Entonces, los escitas, confiados en la palabra jonia, volvieron en busca de los persas, pero no consiguieron encontrarlos. Al mismo tiempo, los persas consiguieron llegar al Istro, los jonios repararon el puente y el ejército de Darío logró escapar. 

El Gran Rey atravesó Tracia, cruzó el Quersoneso y pasó a Asia. Aquí castigó a algunos griegos que se habían rebelado o habían desertado durante la expedición. En Europa quedó el persa Megabazo con algunas tropas para someter Macedonia y consolidar el dominio sobre Tracia.

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martes, 8 de marzo de 2022

1816-1817, EL PLAN ARGENTINO PARA CONQUISTAR PARAGUAY

De la convulsa historia de los primeros años de existencia de la Argentina y del Paraguay independientes es mucho lo que se ha dicho, pero es poco conocido el plan argentino para invadir el territorio paraguayo. Las ansias porteñas por volver a reunir todos los antiguos territorios del Virreinato del Río de la Plata alcanzaron en 1816, tras la fracasada expedición de Belgrano, un nuevo punto álgido con los planes del Director Supremo de las Provincias Unidas, Juan Martín de Pueyrredón, para conquistar Paraguay, por entonces bajo la égida de José Gaspar Rodríguez de Francia. 

En algún momento de otoño de 1816 Pueyrredón contactó con el porteño Manuel José de Olavarrieta para obtener información sobre Paraguay. Este Olavarrieta, comerciante de profesión, había residido durante un tiempo en Paraguay, donde había tenido problemas por maltratar a un esclavo negro y donde había conocido a Francia, por lo que podría aportar importante información a Pueyrredón. En cambio, algunos historiadores apunta que fue Olavarrieta el que, por su odio a Francia, se ofreció a Pueyrredón para conspirar contra el Dictador de Paraguay. 

Sea como fuere, a partir de noviembre Olavarrieta comenzó a enviar a Pueyrredón una serie de informes sobre Paraguay y sobre como habría que proceder para tomar aquel país. En la primera de estas cartas decía: “... aquella provincia, en lo general, debe mirarse en su estado actual como una colonia europea y su jefe como uno de los virreyes opresores de la libertad americana”. Además, pintaba a Francia como a un hombre paranoico de ambición desmedida y afecto a españoles y portugueses. Más adelante, Olavarrieta afirmaba que Francia en una ocasión le contó que, en caso de caer en desgracia, tenía preparados barcos con los que huir a territorios portugueses con un millón y medio de pesos. 

A continuación, Olavarrieta proponía algunas medidas para hacer caer a Francia, como “cerrar el puerto y toda comunicación con el Paraguay”, embargar los bienes de los residentes en aquel país que hubiera en las Provincias Unidas o capturar cualquier buque que lleve frutos de Paraguay. Seguidamente decía Olavarrieta: “las circunstancias exigen imperiosamente que se declare la guerra al dictador del Paraguay”. Según la lógica de Olavarrieta, la declaración de guerra unida a las medidas de “embargo económico” harían que Francia perdiera apoyos, lo que desencadenaría, con apoyo porteño, su derrocamiento. 

Pensaba Olavarrieta que, tras la caída de Francia, Paraguay debería ser ocupado por tropas de las Provincias Unidas y colocar un gobierno títere para reducir a la obediencia a los paraguayos que estuvieran poco inclinados a la unión con Buenos Aires. Por último, Olavarrieta comunicaba a Pueyrredón que se trasladaría a Corrientes, desde donde comenzaría a fraguar la conspiración contra Francia. 

Tras algunas cartas más y reuniones con Pueyrredón, Olavarrieta desapareció de escena. La siguiente noticia que tenemos sobre él es sorprendente, pues había sido detenido y condenado a muerte en agosto de 1818 por conspirar contra Pueyrredón. Sin embargo, esta sentencia fue conmutada por el Congreso Nacional en diciembre. 

Pero los planes de Pueyrredón no se limitaron a sus contactos con Olavarrieta. De 1817 data un documento redactado por el mismo Pueyrredón en el que se esbozaban sus propósitos. En este documento, titulado “Proyecto para pacificar Santa Fe, dominar Entre Ríos y Corrientes y subyugar el Paraguay” el Director Supremo ponía de manifiesto sus intenciones. 

Pueyrredón pretendía, primero, mediante propaganda y, segundo, mediante las armas, separar Santa Fe y Entre Ríos de la Liga de los Pueblos Libres. A continuación, pasaría a Corrientes, a cuyas tropas incorporaría a su ejército. Seguidamente, en palabras de Pueyrredón, “aquí pues, es donde se presenta el campo más hermoso y fácil de escoger el mejor fruto de todo el trabajo, subyugando la rebelde provincia del Paraguay”. Según el Director Supremo, con su ejército de 5.000 hombres Paraguay “se sometería sin disparar un tiro”. 

Pueyrredón planeaba penetrar en Paraguay por el río y desembarcar en Villeta o Asunción. De Paraguay pretendía el porteño obtener grandes sumas de dinero de sus arcas, así como incorporar a su ejército 3 o 4.000 paraguayos, para destinarlos, al menos en parte, al ejército de Perú. Además, con esta acción, el Director Supremo pretendía escarmentar a los demás pueblos que disintieran de la política porteña. 

Para llevar a cabo estos planes Pueyrredón envió a Paraguay a un tal Balta Bargas para que preparará el movimiento subversivo en el interior del país. Sin embargo, su misión tuvo poco éxito y fue encarcelado y tal vez fusilado por Francia, que años después escribiría: “anteriormente por medio de Balta Bargas, el porteño Olavarrieta y otros maquinaron una conspiración para destruir el Gobierno...”. 

Así, debido a la caída de Olavarrieta y de Bargas y al contexto político-militar posterior, Pueyrredón abandonó su proyecto de invadir Paraguay y de reincorporar ese territorio a las Provincias Unidas del Río de la Plata.

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