Con el final de las grandes expediciones de la Conquista y el inicio del periodo colonial se podría pensar que los crímenes contra los pueblos amerindios habían acabado, pero nada más lejos de la realidad, los malos tratos y las atrocidades continuaron, en ocasiones bajo nuevas y terribles formas.
Ya los contemporáneos se dieron cuenta de las crueldades a las que se sometía a los indígenas. Como prueba, los dos siguientes testimonios. En 1511, en los primeros momentos de la colonización de La Española, Fray Antonio Montesinos dijo estas palabras: “Todos estáis en pecado mortal y en él vivís y morís, por la crueldad y tiranía que usáis con estas inocentes gentes. Decid, ¿con qué derecho y con qué justicia tenéis en tan cruel y horrible servidumbre a estos indios?”. De 1582 data un texto estremecedor. Se trata de una cédula de Felipe II en la que el rey se hacía eco de los malos tratos a los que se sometía a los indígenas. Tanta era la desesperación de los indios que en el texto se dice: “...muchos se ahorcan, y otros se dejan morir sin comer,...”.
De estos malos tratos tenemos infinidad de testimonios a lo largo de más de tres siglos. Podemos citar algunos ejemplos. Según Las Constituciones de los Naturales promulgadas por el Primer Concilio Limense en 1552 a los indios que renegasen o hablasen contra Dios se les debía encarcelar, dar cien azotes y cortar el pelo. Cuenta el cronista Felipe Guamán que los indios que protestaban contra los abusos del clero eran amenazados por los sacerdotes con cortarles las narices o matarlos a base de azotes. Otros testimonios hablan de que los prisioneros de guerra eran marcados e incluso mutilados. También tenemos noticias de que durante el gobierno de Sebastián de Belalcázar en Popayán se llegaron a matar indios, los cuales eran descuartizados y dados a los perros.
En Paraguay se sabe que algunos españoles, celosos de los indios, los mataban, los envenenaban y hasta los castraban. En Chile, por ejemplo, sabemos que según algunas ordenanzas los indios tenían prohibido andar de noche por la ciudad, jugar a las cartas bajo pena de cien azotes e incluso tener más de un perro. En 1589 sabemos que un español de Tucumán fue condenado a la horca y a ser descuartizado por, entre otras cosas, haber corrompido a ocho muchachas, por haber matado a varios indios, por haber cortado la lengua y los pulgares a otros, cortado el pelo y azotado a muchos más y haber robado varias indias a sus padres. En 1610, sabemos por una Relación, que en la ciudad de Talamanca, en el territorio de Guatemala, a unos indios que se negaron a trabajar para los españoles se les cortaron las orejas, se les azotó y se les cortó el pelo, algo que era una gran afrenta para ellos.
Aunque este último castigo parece de menor importancia, la legislación indiana nos hace pensar todo lo contrario. Trasquilar a los indios, es decir, cortarles el pelo era una gran humillación, por eso las leyes intentaron prohibirlo. En 1560 una cédula real prohibía a los religiosos azotar, encarcelar o trasquilar indios. Una norma similar la encontramos en el Segundo Concilio Limense de 1567. Sin embargo, estas leyes parece que no tuvieron éxito, pues todavía en 1685 podemos encontrar ordenanzas contra este castigo.
Otros tipos de castigos especialmente crueles eran a los que eran sometidos los rebeldes. En el caso de Tupac Amaru se le arrastró, se le arrancó la lengua y se le desmembró con cuatro caballos. A sus familiares y compañeros también se les ejecutó y sus miembros fueron repartidos por distintas partes de Perú. Tiempo después, a un primo de Tupac Amaru, Diego Cristóbal, se le arrancaron trozos de carne con tenazas caldeadas y luego fue colgado.
Otra de las calamidades que debieron sufrir los indígenas durante la época colonial fue la de la Inquisición. Dejando a un lado las atroces torturas que se llevaban a cabo durante el proceso, las penas iban desde la cárcel perpetua, el destierro o servir varios años en galeras, a morir en la hoguera, pena esta a la que, por ejemplo, fue sentenciado en 1539 un cacique de Texcoco. Sin embargo, tiempo después se prohibió a la Inquisición proceder contra los indios, aunque a estos se les siguieron haciendo las conocidas como “visitas de idolatrías”. Los que no quedaron fuera de la jurisdicción de la Inquisición fueron mestizos, mulatos y negros.
Los negros, especialmente los esclavos, también sufrieron la barbarie española. Muchas leyes nos hablan de esto. Por ejemplo, una ley de 1574 sentenciaba a 200 azotes al negro que se fugara y si se hubiera unido a negros alzados sería ahorcado. Siendo estas penas aún más duras contra los cimarrones. En otra ley de 1602, se ordenaba que los negros y mulatos libres que no tuvieran trabajo fueran obligados a trabajar en las minas.
El siguiente crimen de los colonizadores del que hablaremos es el de la violencia sexual hacia las indígenas, atrocidad muy extendida a juzgar por las fuentes de la época. Por ejemplo, Álvar Núñez Cabeza de Vaca, gobernador de Paraguay, cuenta como los españoles tenían relaciones con las indias, las cuales se intercambiaban los unos a los otros. También cuenta como dos clérigos tenían a varias indias encerradas en su casa, algunas de tan solo doce años. También en Paraguay, escribió el clérigo Martín González que las mujeres eran tan maltratadas que preferían matarse. Incluso narra la historia de como los españoles se jugaban a las indias.
Para finalizar hablaremos de una de las crueldades cometidas durante la época colonial menos conocida: las deportaciones. Desde los primeros momentos de la colonización los españoles trasladaron a pueblos enteros desde sus lugares de origen a otros territorios, en ocasiones a mucha distancia, como forma de castigo o para realizar trabajos forzosos. Ya desde principios del siglo XVI, ante la despoblación de La Española, fueron llevados a esta isla miles de indígenas desde las Lucayas para trabajar. También tenemos testimonios del traslado forzoso de indios desde Cartago, en la moderna Colombia, a Perú para luchar en las guerras civiles.
En Chile, en la primera mitad del siglo XVII también se trasladaron pueblos, algunos incluso desde el otro lado de los Andes mediante colleras o por mar hasta Lima. Noticias semejantes sobre deportaciones igualmente las podemos encontrar en Paraguay, donde era frecuente el rapto de mujeres de sus poblados, y en México. Este último lugar fue testigo de una de las últimas deportaciones de la América española, la de los apaches que fueron llevados desde Nuevo México a Cuba para realizar trabajos forzados.
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