lunes, 25 de octubre de 2021

ACTA DE LA INDEPENDENCIA PARAGUAYA DE 1842.

 




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1845, PARAGUAY DECLARA LA GUERRA A JUAN MANUEL DE ROSAS (BUENOS AIRES)

Sí hablamos del siglo XIX paraguayo es imposible no pensar en la Guerra de la Triple Alianza, pero en esta centuria Paraguay tuvo que hacer frente a otros conflictos, como el poco conocido contra Juan Manuel de Rosas entre 1845 y 1846. 

Las fricciones surgieron en noviembre de 1842 cuando Paraguay declaró formalmente su independencia y sus cónsules, Carlos Antonio López y Mariano Roque Alonso, se lo notificaron a Rosas, gobernador de Buenos Aires y Encargado de las Relaciones Exteriores de la Confederación Argentina. Sin embargo, Rosas, el 26 de abril de 1843, respondió a los cónsules negándose a reconocer la independencia paraguaya. 

Durante los siguientes meses hubo un intercambio de cartas entre los cónsules y Rosas, en las que los primeros le alentaban a este a reconocer la independencia de Paraguay, pero el argentino se mostraba contrario. Además, el enfrentamiento se fue enquistando más cuando Rosas comenzó mediante una serie de decretos a entorpecer el comercio paraguayo con la Confederación Argentina. 

Esta fue la gota que colmó el vaso y la que empujó a López, ya presidente de Paraguay a firmar el 11 de noviembre de 1845 un Tratado de Alianza Ofensiva y Defensiva con el Estado de Corrientes y con el General José María Paz, también enfrentados a Rosas. 

Según podemos leer en el Tratado contra Rosas, este había abierto las “hostilidades contra la independencia, comercio y navegación de la República del Paraguay”, por lo que esta nación tenía el deber de defenderse. En el segundo artículo se dice que el Tratado tiene como objetivo impedir que Rosas “continúe en el uso del poder despótico, ilegítimo y tiránico”. En el tercer artículo se dice que se debe asegurar la independencia de Paraguay “como Estado enteramente separado y distinto de la República Argentina”, así como “la navegación libre por los ríos Paraná y Plata”. Y en el cuarto artículo se aclara que la guerra no se hace a los argentinos, sino a Rosas. 

A este Tratado se añadió una Convención Adicional por la que Paraguay debería aportar un máximo de 10.000 soldados y sus fuerzas fluviales. También se reconocía a José María Paz la dirección de la guerra y se denominaba al ejército aliado como Ejército Aliado Pacificador. Como curiosidad, en el séptimo artículo de esta Convención se dice que Corrientes suministraría caballos y ganado a las tropas paraguayas, y Paraguay aportaría yerba y tabaco a los argentinos y correntinos. Por último, al Tratado y a la Convención Adicional se adjuntaron una serie de artículos secretos en los que se estipulaban los límites de Paraguay. 

Un mes después, el 4 de diciembre, López lanzó una Proclama a la nación en la que se decía: “Hoy el mismo Invasor, dirigido por un Gobierno ambicioso y tiránico, intenta combatir de nuevo la Independencia nacional, y violar vuestros lares, el Sagrado Territorio de la Patria. Conviene no esperarlo, conviene ir a su encuentro, y obligarlo a retroceder sobre sus criminosos pasos”. 

A continuación, el mismo día, López declaró la guerra a Rosas. En esta declaración se hacia un recorrido por la historia de los ultrajes a los que Rosas sometía a Paraguay, y terminaba con estas palabras: “el Presidente de la República del Paraguay, invocando a la Providencia y al mundo entero por testigos de su razón y de justicia, forzado a olvidarse de los sacrificios y calamidades de la guerra, rompiendo su preciosa paz cultivada desde tantos años, declara la guerra al Dictador de Buenos Aires; guerra justa y santa, que cesará luego que él respete la justicia de los pueblos y los preceptos del Criador”. 

Al día siguiente, López nombró a su hijo, Francisco Solano, de solo 18 años y Coronel Mayor, como General en Jefe del Ejército Nacional destinado a Corrientes. Sin embargo, esto no gustó al General Paz, el cual, en sus “Memorias” criticó la falta de conocimientos del joven López. 

El día 7 el presidente López publicó una nueva Proclama en la que alentaba a las tropas paraguayas y en la que podemos leer: “(...) el Dictador de Buenos Aires ambicioso y pérfido nos obliga a la guerra; no consiente que seamos independientes y libres; quiere que seamos sus esclavos; no podíamos sin afrenta sujetarnos a sus caprichos, y nos ha hecho la guerra sin declararla; nosotros más nobles y honrados la hemos declarado, antes de hacerla. Soldados: a vosotros encomienda la Patria esa gloriosa misión; (...)”. Y concluye: "Soldados: os he dado la prenda más preciosa de mi estimación, haciéndoos conducir por un otro yo: por mi Hijo (...)”. 

El día 9 López enviaba a su hijo una serie de instrucciones para la guerra que se avecinaba. Entre estas prevenciones López aconsejaba a su hijo que acampara separado de los correntinos y que no se crearan unidades mixtas, aunque sí podría aceptar oficiales aliados en el ejército paraguayo en calidad de instructores. También le aconsejaba ser afable con sus tropas pero evitando la familiaridad, y que prohibiera entre sus hombres gritos del tipo “matar a Rosas”. 

El día 14 Francisco Solano escribiría a su padre para agradecerle el nombramiento e informarle sobre los preparativos de la expedición. Un día más tarde, el General López lanzaba una Proclama a sus tropas en la que, entre otras cosas, decía: “Vamos a encontrar al enemigo que pérfido niega y ataca nuestra Independencia; hagámosle desistir de la marcha cruel, sangrienta y bárbara que sigue, y volveremos a nuestra Patria a disfrutar de aquella paz sólida y duradera, que tranquilos gozábamos”. 

En los días siguientes el General López y las tropas paraguayas pasaron a Corrientes para iniciar la guerra contra Rosas, pero esa es otra historia.

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martes, 19 de octubre de 2021

La biografía de Fortunato Flores (en "Diccionario Uruguayo de Biografías, 1810-1940").





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LOS DESEMBARCOS ESTADOUNIDENSES EN URUGUAY (1855-1868)

De la larga historia de Uruguay aún hay hechos y eventos poco conocidos, como son los desembarcos estadounidenses y de otras naciones que se produjeron en Montevideo a mediados del siglo XIX. 

En agosto del año 1855 se produjo en Montevideo la Rebelión de los Conservadores contra el gobierno de Venancio Flores, y pese a los reclamos gubernamentales de ayuda a las tropas brasileñas que se encontraban en el país desde el año anterior, estas no intervinieron. Como la situación era delicada por el avance de los conservadores, el 28 de agosto de 1855 los Marines de la corbeta Germantown desembarcaron para proteger las propiedades y las vidas norteamericanas, regresando a su nave el día siguiente, cuando la situación se sosegó. 

Meses más tarde, una vez que Venancio Flores había dejado el cargo y Manuel Basilio Bustamante ejercía la presidencia interina del país tuvo lugar otro alzamiento conservador encabezado por José María Muñoz, Fernando Torres y Eduardo Bertran. Enseguida se sucedieron los enfrentamientos entre las fuerzas rebeldes y las fuerzas gubernamentales que sumió a Montevideo en la violencia durante tres días. El mismo día que estalló todo, el 25 de noviembre, los Marines y marineros del Germantown, al mando del teniente Nicholson, junto a fuerzas de Francia, España e Inglaterra, volvieron a desembarcar en Montevideo para custodiar los consulados de esas naciones y la aduana. Dos días después, Nicholson y sus Marines, con algunos refuerzos, impidieron la masacre de un grupo de insurgentes que ya se habían rendido a las tropas gubernamentales. Las fuerzas estadounidenses permanecieron en tierra hasta el día 30, cuando la situación se tranquilizó. 

A finales de 1857 tuvo lugar un nuevo alzamiento conservador, esta vez contra el presidente Pereira. Días después, en enero, el militar César Díaz intentó tomar Montevideo sin éxito. El 2 de enero, un destacamento de Marines de la fragata St. Lawrence y de la corbeta Falmouth al mando del Comandante French Forrest desembarcaron en Montevideo, y junto a fuerzas británicas, protegieron los consulados de ambas naciones, la aduana, así como las propiedades y las vidas de sus nacionales. Los Marines permanecieron en suelo uruguayo hasta el día 27 de ese mes. 

Diez años después, en 1868, los sucesos internos de Uruguay provocaron nuevos desembarcos extranjeros. El Coronel Fortunato Flores, al mando del Batallón “Libertad”, junto a su hermano Eduardo, hijos del Gobernador Provisorio Venancio Flores, se alzaron contra el gobierno de su padre. Las autoridades uruguayas, temerosas, pidieron ayuda al cónsul estadounidense, James D. Long, para que les protegiera. El 7 de febrero Marines y marineros de los navíos Guerriere, Quinnebaug, Shamokin, Wasp y Kansas desembarcaron en Montevideo por el requerimiento uruguayo, así como para proteger la aduana, bancos y otros intereses extranjeros. En esta ocasión también desembarcaron fuerzas de Brasil, Francia, Gran Bretaña, Italia y España, creando una fuerza combinada comandada por Almirante italiano Amilcare Anguissola. Horas más tarde, cuando la situación en Montevideo se tranquilizó, las fuerzas extrajeras se retiraron. 

Poco después, el 19 de febrero, el expresidente Bernardo Berro y la facción de los blancos se alzaron y tomaron varios edificios gubernamentales. Ese mismo día fue asesinado Venancio Flores y como represalia también fue muerto su rival, Bernardo Berro. Debido al caos que se produjo en Montevideo, Marines y marineros del Kansas y del Wasp volvieron a desembarcar en Montevideo para proteger la aduana y a los residentes extranjeros. Allí permanecieron hasta el día 27, cuando el presidente provisional, Pedro Varela, les requirió su marcha. 

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jueves, 14 de octubre de 2021

LIBRO SÉPTIMO, TÍTULO V, LEY XXVI. QUE EN EL CASTIGO DE MOTINES, Y SEDICIONES DE NEGROS NO SE HAGAN PROCESOS (Felipe III, Lisboa, 14-9-1619).

Porque en casos de motines, sediciones y rebeldías con actos de salteamientos y de famosos ladrones, que suceden en las Indias con negros cimarrones, no conviene hacer proceso ordinario criminal, y se debe castigar las cabezas ejemplarmente, y reducir a los demás a esclavitud y servidumbre, pues son de condición esclavos fugitivos de sus amos, haciendo justicia en la causa, y excusando tiempo y proceso. Mandamos a los Virreyes, Presidentes Gobernadores y a las justicias a quien toca, que así lo guarden, y cumplan en las ocasiones que se ofrecieren.

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CRÍMENES ESPAÑOLES EN AMÉRICA (II): LA COLONIZACIÓN

Con el final de las grandes expediciones de la Conquista y el inicio del periodo colonial se podría pensar que los crímenes contra los pueblos amerindios habían acabado, pero nada más lejos de la realidad, los malos tratos y las atrocidades continuaron, en ocasiones bajo nuevas y terribles formas. 

Ya los contemporáneos se dieron cuenta de las crueldades a las que se sometía a los indígenas. Como prueba, los dos siguientes testimonios. En 1511, en los primeros momentos de la colonización de La Española, Fray Antonio Montesinos dijo estas palabras: “Todos estáis en pecado mortal y en él vivís y morís, por la crueldad y tiranía que usáis con estas inocentes gentes. Decid, ¿con qué derecho y con qué justicia tenéis en tan cruel y horrible servidumbre a estos indios?”. De 1582 data un texto estremecedor. Se trata de una cédula de Felipe II en la que el rey se hacía eco de los malos tratos a los que se sometía a los indígenas. Tanta era la desesperación de los indios que en el texto se dice: “...muchos se ahorcan, y otros se dejan morir sin comer,...”. 

De estos malos tratos tenemos infinidad de testimonios a lo largo de más de tres siglos. Podemos citar algunos ejemplos. Según Las Constituciones de los Naturales promulgadas por el Primer Concilio Limense en 1552 a los indios que renegasen o hablasen contra Dios se les debía encarcelar, dar cien azotes y cortar el pelo. Cuenta el cronista Felipe Guamán que los indios que protestaban contra los abusos del clero eran amenazados por los sacerdotes con cortarles las narices o matarlos a base de azotes. Otros testimonios hablan de que los prisioneros de guerra eran marcados e incluso mutilados. También tenemos noticias de que durante el gobierno de Sebastián de Belalcázar en Popayán se llegaron a matar indios, los cuales eran descuartizados y dados a los perros. 

En Paraguay se sabe que algunos españoles, celosos de los indios, los mataban, los envenenaban y hasta los castraban. En Chile, por ejemplo, sabemos que según algunas ordenanzas los indios tenían prohibido andar de noche por la ciudad, jugar a las cartas bajo pena de cien azotes e incluso tener más de un perro. En 1589 sabemos que un español de  Tucumán fue condenado a la horca y a ser descuartizado por, entre otras cosas, haber corrompido a ocho muchachas, por haber matado a varios indios, por haber cortado la lengua y los pulgares a otros, cortado el pelo y azotado a muchos más y haber robado varias indias a sus padres. En 1610, sabemos por una Relación, que en la ciudad de Talamanca, en el territorio de Guatemala, a unos indios que se negaron a trabajar para los españoles se les cortaron las orejas, se les azotó y se les cortó el pelo, algo que era una gran afrenta para ellos. 

Aunque este último castigo parece de menor importancia, la legislación indiana nos hace pensar todo lo contrario. Trasquilar a los indios, es decir, cortarles el pelo era una gran humillación, por eso las leyes intentaron prohibirlo. En 1560 una cédula real prohibía a los religiosos azotar, encarcelar o trasquilar indios. Una norma similar la encontramos en el Segundo Concilio Limense de 1567. Sin embargo, estas leyes parece que no tuvieron éxito, pues todavía en 1685 podemos encontrar ordenanzas contra este castigo. 

Otros tipos de castigos especialmente crueles eran a los que eran sometidos los rebeldes. En el caso de Tupac Amaru se le arrastró, se le arrancó la lengua y se le desmembró con cuatro caballos. A sus familiares y compañeros también se les ejecutó y sus miembros fueron repartidos por distintas partes de Perú. Tiempo después, a un primo de Tupac Amaru, Diego Cristóbal, se le arrancaron trozos de carne con tenazas caldeadas y luego fue colgado. 

Otra de las calamidades que debieron sufrir los indígenas durante la época colonial fue la de la Inquisición. Dejando a un lado las atroces torturas que se llevaban a cabo durante el proceso, las penas iban desde la cárcel perpetua, el destierro o servir varios años en galeras, a morir en la hoguera, pena esta a la que, por ejemplo, fue sentenciado en 1539 un cacique de Texcoco. Sin embargo, tiempo después se prohibió a la Inquisición proceder contra los indios, aunque a estos se les siguieron haciendo las conocidas como “visitas de idolatrías”. Los que no quedaron fuera de la jurisdicción de la Inquisición fueron mestizos, mulatos y negros. 

Los negros, especialmente los esclavos, también sufrieron la barbarie española. Muchas leyes nos hablan de esto. Por ejemplo, una ley de 1574 sentenciaba a 200 azotes al negro que se fugara y si se hubiera unido a negros alzados sería ahorcado. Siendo estas penas aún más duras contra los cimarrones. En otra ley de 1602, se ordenaba que los negros y mulatos libres que no tuvieran trabajo fueran obligados a trabajar en las minas. 

El siguiente crimen de los colonizadores del que hablaremos es el de la violencia sexual hacia las indígenas, atrocidad muy extendida a juzgar por las fuentes de la época. Por ejemplo, Álvar Núñez Cabeza de Vaca, gobernador de Paraguay, cuenta como los españoles tenían relaciones con las indias, las cuales se intercambiaban los unos a los otros. También cuenta como dos clérigos tenían a varias indias encerradas en su casa, algunas de tan solo doce años. También en Paraguay, escribió el clérigo Martín González que las mujeres eran tan maltratadas que preferían matarse. Incluso narra la historia de como los españoles se jugaban a las indias. 

Para finalizar hablaremos de una de las crueldades cometidas durante la época colonial menos conocida: las deportaciones. Desde los primeros momentos de la colonización los españoles trasladaron a pueblos enteros desde sus lugares de origen a otros territorios, en ocasiones a mucha distancia, como forma de castigo o para realizar trabajos forzosos. Ya desde principios del siglo XVI, ante la despoblación de La Española, fueron llevados a esta isla miles de indígenas desde las Lucayas para trabajar. También tenemos testimonios del traslado forzoso de indios desde Cartago, en la moderna Colombia, a Perú para luchar en las guerras civiles. 

En Chile, en la primera mitad del siglo XVII también se trasladaron pueblos, algunos incluso desde el otro lado de los Andes mediante colleras o por mar hasta Lima. Noticias semejantes sobre deportaciones igualmente las podemos encontrar en Paraguay, donde era frecuente el rapto de mujeres de sus poblados, y en México. Este último lugar fue testigo de una de las últimas deportaciones de la América española, la de los apaches que fueron llevados desde Nuevo México a Cuba para realizar trabajos forzados.

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martes, 5 de octubre de 2021

ESPAÑOLES ANTROPÓFAGOS EN BUENOS AIRES (1535) SEGÚN ULRICH SCHMIDEL.

"Y aconteció que tres Españoles se robaron un rocín y se lo comieron sin ser sentidos; mas cuando se llegó á saber los mandaron prender é hicieron declarar con tormento; y luego que confesaron el delito los condenaron á muerte en horca, y los ajusticiaron á los tres. Esa misma noche otros Españoles se arrimaron á los tres colgados en las horcas y les cortaron los muslos y otros pedazos de carne y cargaron con ellos á sus casas para satisfacer el hambre. También un Español se comió al hermano que había muerto en la ciudad de Buenos Aires".


CRÍMENES ESPAÑOLES EN AMÉRICA (I): LA CONQUISTA

Aunque durante mucho tiempo, especialmente en los últimos años por algunos sectores, se ha querido presentar la Conquista como una obra evangelizadora y libertadora de los pueblos indígenas que eran oprimidos por incas y aztecas, la realidad es más espantosa. La Conquista fue genocidio, guerra, torturas, esclavitud, violaciones y toda una infinidad de crímenes horrendos e inimaginables. A continuación hablaremos de algunos de estos hechos más desconocidos. 

Durante la conquista de América los españoles usaron la estrategia del terror. Cuando llegaban a un territorio realizaban una gran matanza en un lugar para que la noticia se extendiera a los pueblos vecinos y se sometieran llevados por el pánico. Esto es lo que pasó en Cholula según Bartolomé de las Casas, donde los Hernán Cortés y sus hombres masacraron a miles de indígenas. 

Para llevar a cabo esta estrategia de terror los españoles se sirvieron de varias armas, siendo una de las más terribles los perros de guerra. Los perros fueron usados en la batalla, para infundir terror psicológico en el enemigo, para vigilar, para cazar y para castigar a los enemigos con el atroz procedimiento conocido como “aperreamiento”. Algunos de estos animales, como Becerrillo, Leoncico o Amadís llegaron a ser tristemente celebres. Sabemos que los perros se usaron por toda América y las crónicas mencionan como se entrenaron para matar y comer indios. De las Casas cuenta como los españoles llevaban en sus expediciones indios encadenados para alimentar a sus perros o como salían a cazar indios con ellos. 

Colón ya usó en La Española hasta veinte perros, donde cada uno era capaz de matar 100 indios en una hora. En Perú, Gonzalo Pizarro lanzó a los perros a muchos indios, los cuales eran despedazados y devorados. En Panamá Núñez de Balboa aperreó a cincuenta indios a los que acusaba de sodomía. También en Panamá, durante una campaña contra rebeldes cimarrones, los perros devoraron a varios prisioneros negros. En Chiquitos se llegaron a aperrear miles de indígenas y durante la conquista de Tierra Firme Pedro Simón menciona un combate singular entre el perro Amadís y un indio, el cual acabó siendo destripado por el animal. 

Pero no fueron los aperreamientos las únicas atrocidades que los españoles hicieron en América. Una de las más sorprendentes es la narrada por Bernal Díaz del Castillo. Según este cronista, durante la conquista de México, los españoles le sacaron a un indio el unto, es decir su grasa corporal, para curar las heridas de los caballos y de los soldados. 

Otra de las crueldades que aparecen en las crónicas y en otros documentos es que los españoles usaban con frecuencia las mutilaciones para castigar y aterrorizar a sus enemigos. Fray Pedro de Aguado cuenta como en la actual Colombia los conquistadores cortaron las manos a unos indios, se las colgaron del cuello y los enviaron a que llevaran la noticia de su presencia a otros lugares. Algo similar se hizo en Perú durante la conquista de los Chachapoyas, donde a los hombres se les cortaban las manos y a las mujeres los pechos. En Huamanga, también en Perú, Alonso de Alvarado aperreó, quemó, cortó manos y pechos a muchos indios e indias. En la región de Quito también tenemos noticias de como a muchos indígenas se les cortaron las manos, las orejas y las narices. El cronista Pedro Mariño narra que, durante la conquista de Chile, a los indios se les amputaban los pies, las manos, las orejas, las narices y hasta las mejillas. 

Pedro Simón en sus Noticias Historiales cuenta como a los enemigos se les cortaban orejas, narices y pulgares que eran enviados por mensajeros a los otros indios para que se apaciguaran. Por una carta de un funcionario de Tucumán también sabemos que a los indígenas se les cortaban los tendones de las piernas o las mismas piernas, algo que no está claro. Menos frecuente parece, aunque también se dio, fue la amputación de la lengua. Esto con respecto a los castigos. 

En lo referente a las ejecuciones los conquistadores no fueron menos salvajes. Sin olvidar los ahorcamientos y las decapitaciones, uno de los métodos favoritos de los españoles fue el de quemar vivos a los prisioneros, sistema utilizado especialmente para ejecutar a los líderes indígenas. Cuenta Pedro Cieza de León que Francisco Pizarro, durante la conquista del Perú, mandó quemar a Chalicuchima. De las Casas igualmente cuenta que a varios señores se les quemó vivos en una especie de parrillas. Asimismo también se quemaron a grandes grupos de personas, como ocurrió en la Matanza de Cholula de 1519 o cuando Cortés hizo quemar a varios caciques para dar ejemplo. 

Otro de los castigos empleados por los españoles fue el de empalar a los prisioneros, aunque este parece que no estuvo tan generalizado. José de Oviedo, en su crónica de la conquista de Venezuela cuenta el terrible procedimiento de empalar: “metiéndoles por las partes inferiores maderos gruesos con puntas muy agudas, partiéndoles los intestinos y atravesándoles las entrañas, se los sacaban por el cerebro”. Tenemos noticias de que esta barbarie se produjo en lugares como Chile, Popayán o Guayrá, un antiguo territorio de Paraguay, donde muchos indios fueron ahorcados, descuartizados y empalados. 

Pero esto no es todo. Tenemos algunos testimonios de como los españoles acababan de una forma inhumana con los enemigos derrotados. Entregaban a los indígenas prisioneros para que sus aliados indios se los comieran. De las Casas llega a contar como se mataban niños y se asaban para comerlos. En Paraguay, el gobernador Irala entregó a indios Payaguás a sus aliados Carios para que los mataran, los despedazaran y se los comieran. Informaciones parecidas también las encontramos en México y en Colombia. 

Pero los indígenas no fueron los únicos caníbales. Tenemos varias noticias de que los españoles también practicaron la antropofagia. El cronista López de Gomara cuenta como en Veragua unos españoles hambrientos se comieron caballos y perros, luego a un indio y más tarde a otros españoles. El historiador Antonio de Herrera cuenta como durante la expedición a Honduras de Hernán Cortés, un tal Medrano se comió los sesos y las asaduras de varios españoles. Asimismo sabemos que en Buenos Aires unos españoles se comieron los cadáveres de unos compatriotas que habían sido colgados. 

Junto a estos crímenes hubo otra crueldad derivada de las guerras de conquista: la esclavitud. Desde la llegada de Colón a las Antillas en 1492 se comenzó a esclavizar a los isleños, muchos de los cuales eran enviados a España y un gran número de ellos morían durante el viaje. Fue tal la voracidad esclavista de Colón que hasta reina Isabel le reprendió por esclavizar a sus vasallos y ordenó que se devolviesen a América. Sin embargo, el tráfico de esclavos pronto se reanudó. 

En 1548 el rey Carlos publicó una provisión por la que todos los esclavos de Cortés quedaban libres. Otras leyes se publicaron en el mismo sentido, sin embargo, estas normas contra la esclavitud eran una fachada, pues la esclavitud indígena siguió existiendo en algunos supuestos y los indios que no eran esclavos estaban igualmente obligados a trabajar para los conquistadores mediante el sistema de Encomienda. 

Con respecto a la esclavitud podemos apuntar otra atrocidad más, el herrado de indios, es decir, como se les marcaba en el cuerpo o el rostro con un hierro candente. Cuenta Díaz del Castillo que, durante la conquista de México, se herró a los esclavos, a los que se refiere como “piezas”, con un hierro con la marca “G” de guerra, pero que los soldados escondían a las indias más hermosas y se las quedaban. Sin embargo, una ley de 1526 prohibió que los indios de la Nueva España fueran esclavizados y herrados, aunque parece que no se cumplió del todo si tenemos en cuenta que una ley de 1532 ordenaba que no se herraran indios, aunque fueran esclavos. 

Una de las más despreciables consecuencias de la esclavitud y de la Conquista en general fue el de la violencia sexual hacia las indígenas. Miguel Cuneo, un italiano que acompañó a Colón en uno de sus viajes, cuenta como este le regaló una india caribe y al quererla violar en su camarote ella se resistió, pero finalmente lo consiguió tras azotarla. De las Casas informa de como los conquistadores de La Española tomaban por la fuerza a las hijas o hermanas de los caciques. También tenemos varias noticias de como se raptaban indias en Paraguay y de como los españoles se robaban los unos a los otros sus esclavas para yacer con ellas. Aunque en algunos relatos se condena esta práctica, en otros sin embargo la violación de indígenas no parecía estar mal vista y lo único reprochable es que se hiciera con las que no estaban bautizadas.


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