Es mucho lo que se ha escrito sobre la Guerra del Pacífico que enfrento a España con la Cuádruple Alianza entre 1865 y 1866, pero es muy poco lo que se conoce sobre uno de los episodios más audaces e increíbles de esta contienda, el intento de ataque chileno-peruano a las Filipinas españolas.
Desde 1863 se sucedieron una serie de incidentes entre España y Perú, y poco después también con Chile, que llevó a que ambos países latinoamericanos firmaran a finales de 1865 una Alianza Ofensiva y Defensiva. A continuación, en parte por el furor americanista de la época, y en parte por la presión de sus poderosos vecinos, se adhirieron a esta alianza Ecuador, en enero de 1866, y Bolivia, en marzo de ese mismo año.
A pesar de que en aquella época España era una potencia de segundo orden, su marina, pese a la lejanía del campo de operaciones, era más fuerte que las flotas combinadas de los cuatro países sudamericanos. Por ello, desde muy pronto, los aliados idearon usar barcos corsarios para atacar objetivos españoles.
Ya en noviembre 1865 el Encargado de Negocios peruano en Argentina, Benigno González Vigil, escribió al Ministro de Relaciones Exteriores de su país, en referencia al bloqueo de los puertos chilenos por parte de la flota española, que “el medio eficaz de sostener la guerra por parte de Chile, será por necesidad el corso; y después de las Antillas y de las Filipinas, en ninguna parte encontrarían los corsarios de Chile, mayor número de presas que en el Río de la Plata, que mantiene con España un comercio valioso...”.
Poco después, en el opúsculo “Agresión de España contra Chile” su autor defendía también el uso de corsarios contra España y decía: “Con algunos buques de guerra, Chile podía tener en zozobra en todos los mares a la marina mercante española, y aún averiguar hasta qué punto los puertos de España en las Filipinas, en Cuba, en Puerto Rico, y aún en la Península misma, están bien resguardados. Chile puede también emplear contra España medios menos costosos y mas seguros. [...] Chile puede ofrecer una bandera y patente de corso a los aventureros de toda nacionalidad que tengan alguna gana de hacerse corsarios”.
Fue en 1866 cuando tomó cuerpo la idea de atacar a España en Filipinas, una de sus últimas posesiones ultramarinas. Para ello, el Jefe Supremo peruano, Mariano Ignacio Prado, contrató al Capitán de la marina confederada John Tucker, al que nombró Contraalmirante, para que se pusiera al mando de las fuerzas aliadas y atacara Filipinas. Al mismo tiempo, Prado envió a un alto jefe de la marina peruana a Filipinas para que espiara las fortificaciones y las fuerzas navales españolas en este archipiélago Según algunos documentos, en mayo las autoridades españolas en Filipinas ya se temían un posible ataque.
El plan no está del todo claro para los historiadores. Para unos, la flota chileno-peruana comandada por Tucker debía atacar Filipinas. Para otros historiadores, la expedición al Extremo Oriente iría más allá de un simple ataque. Las fuerzas aliadas ocuparían las Filipinas, lo que afectaría al dominio español en el Pacífico, al tiempo que estimularía a los filipinos para independizarse de España. Y no solo eso, sino que la flota chileno-peruana perseguiría al navío español Numancia hasta Filipinas, atacaría las posesiones españolas en América e incluso a la misma España.
En el verano de 1866 John Tucker sustituyó a Lizardo Montero, que por entonces comandaba la flota peruana estacionada en Valparaíso. Esto molestó mucho a los oficiales peruanos, entre ellos el famoso marino Miguel Grau, que veían innecesario que la flota de Perú estuviera comandada por un extranjero, por lo que protestaron fervientemente y a continuación renunciaron a sus cargos. Esto llevó a que se les juzgara por insubordinación y se les encarcelara durante un tiempo, lo que acabó con los planes de atacar Filipinas. Aún así, los rumores de un posible ataque a las Filipinas seguían llegando a las autoridades españolas.
Pero aquí no acabaron los planes aliados contra España. Chile intentó llevar la guerra a Europa mediante una flotilla comandada por un excapitán de la Marina Real británica, McKillop, pero el plan no se materializó. Y no es todo, los aliados sufrieron otro revés cuando la corbeta chilena Tornado que se dirigía al Pacífico desde Inglaterra fue capturada por los españoles en las Islas Madeira en agosto de 1866.
Por su parte, en abril de 1867 el político y escritor chileno, Benjamín Vicuña Mackenna, en misión secreta en Estados Unidos, escribió al gobierno de su país sobre estos planes. Y aunque las hostilidades habían cesado desde el año anterior, decía que existían tres opciones para atacar a España. Primero, una expedición marítima a Filipinas, cosa que descartaba. La segunda, atacar los puertos españoles, como Barcelona o Cartagena, pero también lo desechó por su elevado coste. En tercer lugar, atacar e invadir Cuba. Este era el plan por el que abogaba Vicuña Mackenna.
Sospechando esto, España quiso defender las costas de Cuba y Puerto Rico con la compra de nuevos buques y la construcción de nuevas defensas. Y es que, desde el inicio del conflicto hubo rumores sobre barcos aliados en el Caribe y movimientos diplomáticos aliados para intentar coaligarse con Venezuela u otro país de la zona desde donde atacar Cuba.
Al final no fue necesario llevar la guerra ni a España, ni a Cuba, ni a Filipinas, ya que las hostilidades no se reanudaron y, con el tiempo, los antiguos enemigos firmaron el armisticio y la paz.
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