miércoles, 29 de septiembre de 2021
FALLECIMIENTO DE CARLOS MICHELSEN (1893).
LOS CONFLICTOS ENTRE COLOMBIA Y DINAMARCA (1862-1886)
A lo largo de su historia Colombia ha tenido numerosos conflictos internos y externos, pero hay algunos de estos conflictos que, aunque no fueron armados, llaman la atención por sus protagonistas y por ser desconocidos. Este es el caso de los dos conflictos diplomáticos mantenidos con Dinamarca en la segunda mitad del siglo XIX.
En 1862, cuando finalizaba la guerra civil que se había iniciado dos años antes, el cónsul general de Dinamarca en el país, Carlos Michelsen, refugió en la legación a dos conservadores, pertenecientes al bando perdedor de la conflagración. Estos fueron el coronel Mateo Viana y Carlos Holguín, futuro presidente de Colombia, que huían de las represalias de los vencedores.
Como represalia, Tomás Cipriano de Mosquera, presidente provisorio, retiró el exequatur a Michelsen el 26 de noviembre de aquel año mediante un decreto. El exequatur es la autorización que otorga el jefe de un Estado a los agentes extranjeros para que en su territorio puedan ejercer las funciones propias de sus cargos, y al serle retirado a Michelsen, este quedó sin poder ejercer sus funciones. En el decreto, Mosquera alegaba “que no le conviene a la República que el señor Cárlos Michelsen continúe con el carácter de Cónsul jeneral de Dinamarca, porque tiene fuertes i complicados negocios mercantiles con el Gobierno...”.
Poco después, el 5 de diciembre otro decreto retiraba el exequatur a otros diplomáticos de Dinamarca y de otras naciones bajo el pretexto de que no le convenía a la República que ciudadanos colombianos ejerzan este cargo en nombre de naciones extranjeras ya que se aprovechaban de la inmunidad de su cargo para saltarse las leyes. Entre los afectados por el nuevo decreto se encontraban los cónsules, vice-cónsules y agentes consulares de Dinamarca en Bogotá, Sabanilla, Santa Marta, Cartagena y Riohacha.
La respuesta de Dinamarca no se hizo esperar y rompió las relaciones diplomáticas y comerciales con Colombia. Además, el gobierno danés se negó por dos veces a admitir cónsules colombianos en sus territorios.
Esta situación se alargó cerca de diez años, hasta que el presidente Manuel Murillo, mediante el decreto del 12 de julio de 1872 anuló el decreto de 1862 en el que se retiraba el exequatur a Carlos Michelsen y a los demás cónsules daneses en Colombia. A su vez, Dinamarca se mostró favorable a reconocer a los agentes consulares colombianos en las Antillas Danesas. Pero, a pesar del restablecimiento de las relaciones, este no sería el último conflicto entre ambas naciones.
En mayo de 1885, durante la guerra civil colombiana entre conservadores y liberales, el político liberal Nicolás Esguerra tuvo que huir. Cuando era buscado, tropas colombianas irrumpieron sin permiso en la residencia de Carlos Michelsen, aún cónsul danés en Colombia, lo que generó un nuevo conflicto diplomático. Tras el minucioso registro de la casa de Michelsen, de su Despacho y del Archivo del Consulado, el representante danés dirigió una queja formal al Secretario de Relaciones Exteriores colombiano.
Este le respondió reconociéndole que todo se debía al estado de guerra del país y que los que irrumpieron en su casa lo hacían debido a la persecución del adversario político. Aunque Michelsen aceptaba las explicaciones, informó que debía poner en conocimiento del gobierno danés tales hechos. No fue hasta febrero de 1886 cuando las autoridades colombianas, reconocieron, como exigía Dinamarca, que durante el asalto a la casa del cónsul no se tenía intención de ofender al país europeo, dándose así concluido este segundo incidente.
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miércoles, 22 de septiembre de 2021
1871, CONVENCIÓN DE ARMISTICIO O TREGUA INDEFINIDA ENTRE CHILE, BOLIVIA, ECUADOR, PERÚ Y ESPAÑA.
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1866, EL PLAN CHILENO-PERUANO PARA ATACAR FILIPINAS
Es mucho lo que se ha escrito sobre la Guerra del Pacífico que enfrento a España con la Cuádruple Alianza entre 1865 y 1866, pero es muy poco lo que se conoce sobre uno de los episodios más audaces e increíbles de esta contienda, el intento de ataque chileno-peruano a las Filipinas españolas.
Desde 1863 se sucedieron una serie de incidentes entre España y Perú, y poco después también con Chile, que llevó a que ambos países latinoamericanos firmaran a finales de 1865 una Alianza Ofensiva y Defensiva. A continuación, en parte por el furor americanista de la época, y en parte por la presión de sus poderosos vecinos, se adhirieron a esta alianza Ecuador, en enero de 1866, y Bolivia, en marzo de ese mismo año.
A pesar de que en aquella época España era una potencia de segundo orden, su marina, pese a la lejanía del campo de operaciones, era más fuerte que las flotas combinadas de los cuatro países sudamericanos. Por ello, desde muy pronto, los aliados idearon usar barcos corsarios para atacar objetivos españoles.
Ya en noviembre 1865 el Encargado de Negocios peruano en Argentina, Benigno González Vigil, escribió al Ministro de Relaciones Exteriores de su país, en referencia al bloqueo de los puertos chilenos por parte de la flota española, que “el medio eficaz de sostener la guerra por parte de Chile, será por necesidad el corso; y después de las Antillas y de las Filipinas, en ninguna parte encontrarían los corsarios de Chile, mayor número de presas que en el Río de la Plata, que mantiene con España un comercio valioso...”.
Poco después, en el opúsculo “Agresión de España contra Chile” su autor defendía también el uso de corsarios contra España y decía: “Con algunos buques de guerra, Chile podía tener en zozobra en todos los mares a la marina mercante española, y aún averiguar hasta qué punto los puertos de España en las Filipinas, en Cuba, en Puerto Rico, y aún en la Península misma, están bien resguardados. Chile puede también emplear contra España medios menos costosos y mas seguros. [...] Chile puede ofrecer una bandera y patente de corso a los aventureros de toda nacionalidad que tengan alguna gana de hacerse corsarios”.
Fue en 1866 cuando tomó cuerpo la idea de atacar a España en Filipinas, una de sus últimas posesiones ultramarinas. Para ello, el Jefe Supremo peruano, Mariano Ignacio Prado, contrató al Capitán de la marina confederada John Tucker, al que nombró Contraalmirante, para que se pusiera al mando de las fuerzas aliadas y atacara Filipinas. Al mismo tiempo, Prado envió a un alto jefe de la marina peruana a Filipinas para que espiara las fortificaciones y las fuerzas navales españolas en este archipiélago Según algunos documentos, en mayo las autoridades españolas en Filipinas ya se temían un posible ataque.
El plan no está del todo claro para los historiadores. Para unos, la flota chileno-peruana comandada por Tucker debía atacar Filipinas. Para otros historiadores, la expedición al Extremo Oriente iría más allá de un simple ataque. Las fuerzas aliadas ocuparían las Filipinas, lo que afectaría al dominio español en el Pacífico, al tiempo que estimularía a los filipinos para independizarse de España. Y no solo eso, sino que la flota chileno-peruana perseguiría al navío español Numancia hasta Filipinas, atacaría las posesiones españolas en América e incluso a la misma España.
En el verano de 1866 John Tucker sustituyó a Lizardo Montero, que por entonces comandaba la flota peruana estacionada en Valparaíso. Esto molestó mucho a los oficiales peruanos, entre ellos el famoso marino Miguel Grau, que veían innecesario que la flota de Perú estuviera comandada por un extranjero, por lo que protestaron fervientemente y a continuación renunciaron a sus cargos. Esto llevó a que se les juzgara por insubordinación y se les encarcelara durante un tiempo, lo que acabó con los planes de atacar Filipinas. Aún así, los rumores de un posible ataque a las Filipinas seguían llegando a las autoridades españolas.
Pero aquí no acabaron los planes aliados contra España. Chile intentó llevar la guerra a Europa mediante una flotilla comandada por un excapitán de la Marina Real británica, McKillop, pero el plan no se materializó. Y no es todo, los aliados sufrieron otro revés cuando la corbeta chilena Tornado que se dirigía al Pacífico desde Inglaterra fue capturada por los españoles en las Islas Madeira en agosto de 1866.
Por su parte, en abril de 1867 el político y escritor chileno, Benjamín Vicuña Mackenna, en misión secreta en Estados Unidos, escribió al gobierno de su país sobre estos planes. Y aunque las hostilidades habían cesado desde el año anterior, decía que existían tres opciones para atacar a España. Primero, una expedición marítima a Filipinas, cosa que descartaba. La segunda, atacar los puertos españoles, como Barcelona o Cartagena, pero también lo desechó por su elevado coste. En tercer lugar, atacar e invadir Cuba. Este era el plan por el que abogaba Vicuña Mackenna.
Sospechando esto, España quiso defender las costas de Cuba y Puerto Rico con la compra de nuevos buques y la construcción de nuevas defensas. Y es que, desde el inicio del conflicto hubo rumores sobre barcos aliados en el Caribe y movimientos diplomáticos aliados para intentar coaligarse con Venezuela u otro país de la zona desde donde atacar Cuba.
Al final no fue necesario llevar la guerra ni a España, ni a Cuba, ni a Filipinas, ya que las hostilidades no se reanudaron y, con el tiempo, los antiguos enemigos firmaron el armisticio y la paz.
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miércoles, 15 de septiembre de 2021
LOS CASTILLOS OLVIDADOS DE PARAGUAY
Sobre la historia colonial de Paraguay mucho se ha hablado de las misiones jesuíticas o de los problemas fronterizos con los territorios portugueses, pero es poco conocido que los españoles levantaron auténticas fortalezas y castillos, hoy día desaparecidos. A continuación hablaremos de dos de ellos.
En 1659 llegó a la provincia del Paraguay el gobernador Alonso Sarmiento, el cual encontró que los dominios españoles eran continuamente atacados por indígenas del otro lado del río Paraguay. Algunas de estas tribus fueron conocidas en época colonial como avezados piratas fluviales que incursionaban continuamente en el territorio español.
Fue para acabar con las correrías de dos de estas tribus, la de los guaicurúes y la de los payaguás del Chaco, para lo que el gobernador de Paraguay ordenó a finales de año que se construyera un fuerte a orillas del río, dos leguas al norte de Asunción, en el actual Remanso Castillo. Este fuerte se conocería como Castillo de San Ildefonso o Castillo de Tapúa.
A pesar de las representaciones que tenemos del castillo que lo presentan como una firme construcción en piedra al estilo medieval, en realidad parece que se erigió con postes de madera y barro. Constaba de cuatro torres, alojamientos para los soldados y para el gobernador del castillo.
Pero la construcción de este fuerte tuvo una consecuencia inesperada. Al solicitar, o más bien, al exigir mano de obra a los indios de Arecayá para la construcción del fuerte, estos terminaron por rebelarse en 1660, llegando a poner en serios apuros al gobernador Sarmiento, aunque esa es otra historia.
En 1665 el nuevo gobernador, Juan Diez de Andino, informaba sobre la utilidad del castillo para contener las incursiones de los guaicurúes y de los payaguás. Años más tarde, en 1677, tenemos noticias de que otro gobernador, Felipe Reje Gorvalán, solicitó el envió de 40 indios para le reedificación del Castillo de San Ildefonso, el cual, quizás, fue dañado por alguna riada del Paraguay. Poco después, también solicitó a sus superiores armas para defender entre otros fuertes, este castillo. La vida del fuerte debió de continuar al menos hasta principios del siglo XVIII, desapareciendo tiempo después sin dejar vestigios.
Pero esta no fue la única fortaleza levantada por los españoles. Durante el periodo colonial los españoles construyeron otros fuertes a lo largo del río Paraguay para proteger sus dominios de las incursiones de los pueblos del Chaco. Una de ellas fue el Castillo de San Agustín de Arecutacuá, que se situó al norte de Asunción, en la confluencia de los ríos Paraguay y Piribebuy, cerca de la actual Emboscada.
El fuerte se construyó para protegerse de los indios payaguás que utilizaban aquel lugar como paso para sus correrías, pero también se construyó para rechazar los posibles ataques de los bandeirantes y de los mamelucos portugueses, es decir, de los cazadores de esclavos que llegaban desde São Paulo.
La construcción comenzó en 1717 por orden del gobernador Diego de los Reyes Balmaseda y para ello se obligó a decenas de guaraníes de las misiones a que participaran en la obra. Según algunos documentos, la muralla del castillo era “de tierra gruesa de siete a ocho varas de alto, con 6 torreones” y contaba con una guarnición de más de 500 personas, entre indios, mulatos y españoles.
Además del castillo, se construyó al otro lado del río una pequeña fortaleza que constaba de una guarnición y cañones. Cuatro años después, en 1721, esta construcción fue aprobada mediante una Real Cédula del rey de España.
Pero a pesar de su firme construcción, el castillo no duró mucho. El desbordamiento del río Paraguay lo arrasó en 1723, por lo que tuvo que ser reedificado entre 1725 y 1726 por orden del gobernador Martín de Barúa, aunque no en el mismo lugar, sino en un sitio próximo algo más alto, y esta vez en piedra y barro, sin embargo su imagen está lejos de parecerse a los dibujos que se conservan.
En este segundo período el Castillo de San Agustín sirvió como cárcel durante la Revolución Comunera, aunque finalmente fue abandonado en 1738, en época del gobernador José Martín de Echauri, ya que el peligro payaguá se había disipado.
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sábado, 11 de septiembre de 2021
1972, EL EJÉRCITO ROJO JAPONÉS ATACA EL AEROPUERTO DE TEL AVIV.
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11-S, LOS JAPONESES QUE REIVINDICARON EL ATAQUE
A poco tiempo de que se cumpla el veinte aniversario de los ataques del 11 de septiembre de 2001, hablaremos de una historia poco conocida.
Entre el océano de noticias de aquellos días cayó en el olvido una que resultó sorprendente, la de la reivindicación de los ataques por parte de un grupo terrorista japonés, el Ejército Rojo. Pero, ¿qué fue el Ejército Rojo japonés?
El Ejército Rojo fue un grupo de ideología comunista que se caracterizó por llevar a cabo espectaculares ataques por todo el mundo y por actuar en colaboración con grupos palestinos. En 1970, la Facción del Ejército Rojo, un precursor del Ejército Rojo secuestró un avión japonés. Dos años después actuaron en Tel Aviv, perpetrando la conocida como Masacre del Aeropuerto de Lod. En 1973 secuestraron un avión japonés en Holanda y lo llevaron a Libia. Entre 1974 y 1977 actuaron en Singapur, Holanda, Malasia, Turquía e India. En los '80 cometieron atentados en Italia e Indonesia. En los '90 intentaron establecerse sin éxito en Sudamérica.
Finalmente, en abril de 2001 se declaró el fin del Ejército Rojo, sin embargo, el 12 de septiembre de ese año, horas después de los ataques a las Torres Gemelas y al Pentágono, comenzó a circular la noticia de que los responsables habían sido miembros del Ejército Rojo japonés.
Al parecer un periodista jordano recibió una llamada en la que un individuo reclamaba la responsabilidad en nombre del Ejército Rojo. En la llamada también se justificaban los ataques como una venganza por las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki, cuyo 56 aniversario se había cumplido solo unas semanas antes. La noticia pronto cayó en el olvido cuando se confirmó la autoría de Al-Qaeda y Bin Laden. Tiempo después se dijo que el intento de relacionar al Ejército Rojo con los atentados del 11-S fue una distracción orquestada por algún gobierno de Oriente Próximo, quizás Irán.
Pero esta no fue la única reivindicación del 11-S por una organización ajena a Al-Qaeda. Un día después de los ataques se publicó que Lashkar-i-Taiba, un grupo islamista de Cachemira también había reivindicado los ataques. Sin embargo, como en el anterior caso, también se trató de una mentira.
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martes, 7 de septiembre de 2021
LA BACTRIANA SEGÚN ESTRABÓN (XI, 11, 2-3).
De Bactria, una parte limita con el norte de Aria, pero la mayor parte se extiende más hacia el este. Es un país grande y productivo en todo excepto aceite. Los griegos que la sublevaron se hicieron tan poderosos gracias a la fertilidad de su tierra que, según afirma Apolodoro de Artémita, dominaron la Ariane y la India, y subyugaron más pueblos que Alejandro, especialmente Menandro, si verdaderamente cruzó el Hípanis hacia el este y marchó hasta el ísamo. Unos pueblos los conquistó él en persona y otros Demetrio el hijo de Eutidemo, rey de los bactrios. No solo se apoderaron de la Patalene, sino además, en el resto de la costa, del reino llamado de Saraosto y del de Sigérdide. Apolodoro dice, en una palabra, que la Bactriane es el ornamento de toda la Ariane. Y, además, extendieron su dominio hasta el territorio de los seros y el de los frinos.
Sus ciudades eran Bactra, a la que también llaman Zariaspa y que está atravesada por un río de su mismo nombre que desemboca en el Oxo, Dárapsa y otras muchas, entre ellas también Eucratídia, que recibió el nombre de su gobernante. Los griegos que se apoderaron del país también lo habían dividido en satrapías, y de éstas los partos despojaron a Eucrátides de la de Aspiones y la de Turiva. También se apoderaron los griegos de Sogdiane, situada más lejos que la Bactriane hacia el este, entre los ríos Oxo, que separa el territorio de los bactrios y el de los sogdios, y el Yaxartes. Este río a su vez separa también el territorio de los sogdios de los nómadas.
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LAS CIUDADES GRIEGAS DE AFGANISTÁN.
La actual Afganistán está formada, a grandes rasgos, por partes de los antiguos territorios persas de la Bactriana, la Margiana, la Aria, la Drangiana, la Aracosia, Parapamisos y Ghandara, los cuales fueron conquistados por Alejandro Magno entre los años 330 y 327 a. C. aproximadamente. Tras la muerte del macedonio, sus generales se repartieron las antiguas satrapías persas, aunque poco después, los territorios afganos pasaron a depender de la dinastía de los seléucidas.
Años después, parte de estos territorios fueron anexionados por los Maurya de la India. A continuación, el reino greco-bactriano, que se había independizado del Imperio Seléucida, reconquistó estos territorios. Más tarde, ante la presión de los pueblos nómadas, los griegos avanzaron hacia el noroeste de la India y crearon los reinos indo-griegos.
Finalmente, los griegos sucumbieron a los partos, a los indo-partos, a los indo-escitas y a los kushan, sin embargo, el influjo heleno permaneció en la cultura y el arte durante mucho tiempo, cómo podemos observar en las miles de esculturas greco-budistas de Hadda. Durante este tiempo, en el que Afganistán formó parte del mundo helenístico, fueron fundadas o refundadas varias ciudades que actualmente han caído en el olvido y de las que hablaremos a continuación.
La primera ciudad de la que hablaremos, Ai Khanoum, es un yacimiento situado al noreste de Afganistán, en la frontera afgano-tayika, en territorio de la antigua Bactriana. Fue redescubierta a principios de los sesenta y excavada durante varios años por un equipo francés que desenterró increíbles tesoros. Ai Khanoum, como el resto de ciudades griegas en la región, fue habitada por población autóctona, veteranos de los ejércitos macedonios y colonos llegados desde Grecia.
Ai Khanoum es la ciudad griega de Afganistán mejor conocida, aunque paradójicamente no sabemos su antiguo nombre con seguridad. Sin embargo, muchos historiadores creen que Ai Khanoum es la Alejandría Oxiana mencionada por Claudio Ptolomeo, otros piensan que pudo tener otro nombre o haber cambiado de denominación a lo largo de su historia. Pudo así, según se cree, haberse llamado Dionisiopolis o Diodoteia. También se ha propuesto que Ai Khanoum pudo ser la capital del rey greco-bactriano Eucrátides, quien la rebautizó como Eucratideia, nombre mencionado por Estrabón.
Tampoco está claro cuando se fundó la ciudad. Todo indica que Ai Khanoum ya existía en época persa y que Alejandro durante sus campañas creó el primer asentamiento griego. Poco después la ciudad al parecer fue destruida y vuelta a levantar en época seléucida por un tal Kineas. Más adelante es posible que la ciudad se viera inmersa en el conflicto entre los seléucidas y los greco-bactrianos. Por último, antes de ser destruida y ocupada por los nómadas, Ai Khanoum tuvo un nuevo apogeo bajo el rey Eucrátides.
Ai Khanoum, encerrada entre la confluencia de dos ríos y una sólida muralla, contaba con todos los elementos de una ciudad griega, entre los que podemos citar un gimnasio, unos propileos, templos, un complejo palacial, un arsenal, una acrópolis y un gran teatro, único en la región. También se han encontrado sistemas de irrigación e incluso es posible que la ciudad albergara una ceca, lo que demostraría su importancia.
En este yacimiento se han encontrado un gran número de monedas, estatuas, mosaicos, objetos cerámicos, relojes de sol, una armadura de catafracto y algunas inscripciones en griego, arameo y una en una lengua desconocida. Otro hallazgo muy importante aparecido en las excavaciones de Ai Khanoum es la impronta de un papiro que se cree que contendría un fragmento de una obra perdida de Aristóteles, el Peri Philosophias.
La siguiente ciudad de la que hablaremos es de Bactria, actual Balkh, al oeste de Ai Khanoum. Esta ciudad, tras ser tomada por Alejandro es posible que cambiara su nombre por el de Alejandría Bactra. Después de varias décadas en poder de los seléucidas, la Bactria helenística fue capital del poderoso reino greco-bactriano hasta que, hacia el año 145 a. C., junto con Ai Khanoum y la mayor parte de Afganistán, fue conquistada por los nómadas yue-chi, algo que Estrabón recuerda cuando dice que: “los nómadas (…) arrebataron la Bactriana a los griegos,...”. También en la Bactriana estarían las ciudades de Amphipolis y Roithia.
El resto de ciudades griegas de Afganistán son de difícil localización ya que apenas se han excavado los yacimientos. Este es el ejemplo de la Alejandría en el Cáucaso que Alejandro, según Arriano, fundó en la cordillera del Hindu Kush. Algunos autores la localizan en Bamiyán, Parwan, Ghazni o Kandahar. También ha sido identificada con la Alejandría en Opiana y con la Alejandría en Parapamisos de algunas fuentes, así como con la Kapisa posterior. Sin embargo, la mayoría de historiadores sitúa esta ciudad en la moderna Bagram, al norte de Kabul, o bien en algún lugar cercano. En Bagram se han encontrado magníficos vasos de vidrio pintado de origen romano, lo que demostraría hasta donde se extendían las redes comerciales de la Antigüedad. En Bagram o Bamiyán también se suele situar la Tetragonis mencionada por Plinio el Viejo. Igualmente Plinio cita Cadrusos, ciudad fundada por Alejandro en el Cáucaso.
En los alrededores o en la misma Kabul se suele situar Nicea, ciudad solo mencionada por Arriano en su Anábasis. También al este de Kabul, cerca de Jalalabad, se supone que estaría la ciudad de Nagara, en la cual habría habido una importante ceca del periodo indo-griego. Al sur de Kabul, en la actual Gardez, los historiadores creen que se situó una ciudad que fue importante en época indo-griega, llegando a albergar una ceca.
Al suroeste de Kabul, en la actual Ghazni, algunos sitúan la Alejandría en Opiana, y a unos 350 kilómetros de esta estaría la Alejandría de Aracosia o Alejandropolis, que la mayoría de historiadores localizan en la ciudad vieja de Kandahar, aunque otros lo hacen en Ghazni.
Una inscripción griega hallada en Kandahar que menciona a Alejandro hace pensar que hubo una colonia griega en el lugar. En Kandahar también se encontraron dos inscripciones del emperador indio Asoka que, junto a otras tres halladas en otros puntos de Afganistán, demostrarían que al menos la mitad sur del país fue cedida por los seléucidas al Imperio Maurya. También en la región de Aracosia estaría Demetrias, mencionada por Isidoro de Cárax.
De la siguiente ciudad, la Alejandría en Sakastene, apenas tenemos datos. Según algunos autores estaría situada en Zaranj, en la frontera afgano-iraní, o en Kandahar. En la misma zona, en la Drangiana, estaría la Alejandría Prophthasia, ciudad refundada por Alejandro según Esteban de Bizancio y que se situaría en la moderna Farah, en Zaranj o más al este, en la región de Nad-e Ali.
Al norte de estas ciudades estaría la Alejandría de Aria o Alejandría de los Arios, como la llama Plinio. A esta ciudad generalmente se la sitúa en la moderna Herat, pero hay quien la localiza más al este, en Obe. Igualmente en Aria sitúa Estrabón otras dos ciudades, Artacena y Acaya. Quizás esta última sea la Heraclea que Plinio dice que fundó Alejandro, que fue destruida y reconstruida por Antíoco con el nombre de Acaya. Y por último, también en Aria sitúa Amiano Marcelino las ciudades de Soteira y de Nísibis.
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