Conocemos a varias de las esposas y amantes de Julio César, como son Cornelia, Servilia o Cleopatra, pero es casi desconocida su primera esposa, Cosucia, con la que, según Suetonio, estuvo casado en su adolescencia y a la que repudió, algo que parece corroborar Plutarco.
Hacia el año 80 o 79 a. C. el joven César fue destinado al Reino de Bitinia junto al rey Nicomedes IV. Cuenta Suetonio que surgió el rumor en Roma de que César había mantenido relaciones homosexuales con el rey por lo que sus enemigos le llamaban públicamente “lupanar de Bitinia” o “reina de Bitinia”. También cuenta este historiador que los mismos soldados de César, tras conquistar las Galias cantaban: “César sometió las Galias y Nicomedes a César”.
Hacia finales del año 75 o principios del 74, en un viaje a Rodas César fue capturado por piratas cilicios. Tras pagar un fuerte rescate fue liberado pero inmediatamente después los persiguió y crucificó, según cuentan Suetonio y Plutarco.
Salustio y Suetonio nos hablan de las sospechas que hubo sobre César y su participación en el año 65 en un plan, que no se llevó a cabo, para asesinar a los senadores y nombrar dictador a Craso y a él jefe de la caballería. Años después, durante la conjuración de Catilina César también fue señalado como uno de los conjurados.
En el año 59 César casó a su hija Julia con Pompeyo, su socio en el triunvirato y posterior enemigo, el cual tuvo que repudiar a su mujer, Mucia, la que según se contaba era a su vez amante de César.
Según Plutarco y Suetonio, César, ya en el poder, planificó construir un canal en el Istmo de Corinto, proyecto que fue realizado finalmente por el emperador Nerón casi un siglo después.
Cuenta Suetonio que en sus últimos años César solía sufrir desmayos repentinos, pesadillas y ataques de epilepsia, el primero de los cuales parece que tuvo lugar en la actual ciudad española de Córdoba, según Plutarco.
También cuenta Suetonio que a César le acomplejaba su calvicie, “por esa razón tenía costumbre de traer su ralo cabello desde la coronilla hacia delante y, de todos los honores que le fueron decretados por el Senado y el pueblo, ninguno recibió o utilizó con mas gusto que el derecho a llevar continuamente una corona de laurel”, pues disimulaba su calvicie.
En palabras de Suetonio, César “montaba un caballo extraordinario, de pezuñas casi humanas y con los cascos hendidos a modo de dedos; había nacido en su casa y, como los arúspices habían vaticinado que presagiaba a su dueño el dominio del globo terráqueo, lo crio con gran cuidado […] más tarde, dedicó incluso una estatua suya...”. Esto también nos lo cuenta Plinio el Viejo y Dion Casio.
Tras la muerte de César, según Plinio y Suetonio, durante unos juegos en su honor, en julio del año 44, un cometa apareció, brilló durante siete días seguidos, y se creyó que era el alma de César acogido en el cielo. Esto también lo cuenta Plutarco, el cual añade que el sol brilló con poca fuerza durante todo un año.
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