Antes de la llegada de los portugueses a Madeira, incluso antes de la posible llegada de los vikingos, se tenían noticias en la Antigüedad de islas en el Atlántico. Una de estas noticias es la que proporciona Plutarco cuando habla de unas islas que algunos historiadores han identificado con Madeira. Cuenta Plutarco en la biografía de Sertorio que, este, estando cerca de la desembocadura del Betis escucho este relato sobre unas islas atlánticas:
“Allí se encuentran con él unos marinos que hacía poco habían vuelto navegando desde las islas atlánticas, las dos que están totalmente separadas por un pequeño estrecho, y distan de Libia diez mil estadios y se llaman de los Bienaventurados. Al tener lluvias moderadas y poco frecuentes, y la mayoría de las veces vientos suaves y húmedos, no sólo ofrecen una tierra buena y fértil para arar y cultivar, sino que también producen un fruto suficiente por su cantidad y dulzura para alimentar sin esfuerzos ni trabajo a un pueblo ocioso. Un aire sano por la mezcla de estaciones y la moderación de su cambio domina las islas. Porque los vientos del norte y del este que soplan desde aquí, desde tierra, al venir a dar a un inmenso espacio, debido a la distancia, se dispersan y pierden su fuerza, mientras que los marinos, fluyendo a su alrededor, los del sur y del oeste, traen lluvias finas y dispersas desde el mar, y con frecuencia refrescando con aires húmedos se condensan poco a poco; de manera que hasta los bárbaros ha llegado la firme creencia de que allí está la llanura del Elíseo y la morada de los Bienaventurados que Homero cantó. Cuando Sertorio oyó esto tuvo un deseo singular de habitar las islas y vivir tranquilo, apartado de la tiranía y de guerras incesantes”.
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