Durante la Antigüedad y la Edad Media fue común la confección de listas de las siete maravillas del mundo. Salvo algún cambio, la lista más o menos definitiva era la que incluía, entre otras obras, a las Pirámides de Egipto, los Jardines Colgantes de Babilonia y el Coloso de Rodas. Sin embargo, hubo otras listas y menciones en las que podemos encontrar varias decenas de obras más, algunas poco conocidas. Con las más llamativas y espectaculares de todas ellas hemos elaborado nuestra propia lista de la que hablaremos a continuación.
El primer monumento del que hablaremos, y quizás el más extraordinario, es la estatua flotante de Belerofonte. Según un relato medieval, en la ciudad de Esmirna, en Asia Menor, había una estatua del héroe Belerofonte montando a Pegaso en el borde de un acantilado. Pegaso estaba sujeto discretamente detrás de una pezuña y se balanceaba si se le tocaba con suavidad, pero permanecía firme si se le empujaba con fuerza. Por su parte, otros autores que incluyen a esta estatua entre las siete maravillas del mundo, la sitúan en Roma y dicen que era de hierro y que flotaba en el aire, sin estar sostenida por cadenas ni vigas, sino por grandes imanes, los cuales, distribuidos uniformemente hacían levitar a esta obra que pesaba varias miles de libras.
Autores modernos que han estudiado el magnetismo en la Antigüedad señalan que si bien en esa época se conocían las propiedades de los imanes y hay noticias de estatuas flotantes, en este caso es posible que se hayan fusionado dos noticias diferentes o que se halla producido un error textual que no permita discernir como era en realidad esta estatua que maravilló a varios autores medievales.
La segunda maravilla de la que hablaremos es el Palacio de Ciro II el Grande en Ecbatana, antigua residencia real meda y persa próxima a la moderna ciudad iraní de Hamadán. Creemos que esta obra es incluida por primera vez en una lista de maravillas en época augustea. Concretamente lo hace el hispano Higino, el cual dice: “el palacio de Ciro, que hizo Memnón con piedras brillantes de varios colores, unidas con oro”. Tras Higino, el escritor Ampelio dice que estaba construido con piedras blancas y negras unidas con oro, y que estaba decorado con columnas de varios colores, ventanas de plata y tejas de piedra verde. Luego, en la tardoantigüedad, encontramos nuevas referencias, pero mucho más escuetas.
Sin embargo, quien da más detalles sobre este complejo palacial es Polibio en el siglo II a. C. El autor griego describe una construcción que recuerda a la famosa Persépolis, pero con una decoración mucho más lujosa. Cuenta Diodoro que el palacio tenía un perímetro de más de un kilómetro y que las partes de madera eran de ciprés y cedro; las vigas, los techos y las columnas estaban forradas de plata o de oro, y las tejas eran todas de plata, aunque todo fue robado en época de Alejandro Magno y de los Seléucidas, por lo que no se puede comprobar cuanto de real hay en los relatos grecolatinos.
La siguiente maravilla de la que hablaremos también es persa. De ella solo nos habla el obispo galorromano Gregorio de Tours en el siglo VI. En una de sus obras Gregorio hace una lista de siete maravillas entre las que incluye el Arca de Noé y el Templo de Salomón. En cuarto lugar de su lista sitúa la Tumba de Amatista de un rey persa. Según la descripción de la tumba, la cual hemos intentado recrear, esta estaba “labrada con maravillosa factura en una sola piedra de amatista hueca, grabada en bajorrelieve, y en el exterior había efigies de hombres, bestias y pájaros en altorrelieve. También tenía árboles con hojas y frutos tallados en altorrelieve”.
Se ha pensado que aquí Gregorio se confunde y que en realidad habla del Mausoleo de Halicarnaso o del Palacio de Ciro en Ecbatana, aunque la descripción de la tumba de amatista no se parece a estas construcciones. Así que o bien Gregorio habla de una obra desconocida o utilizó una fuente lo suficientemente deformada como para que sea imposible identificar a que construcción se refiere.
La cuarta obra de nuestra lista es el Altar de Cuernos de Delos, también conocido como Keratón. Según el poema de Calímaco cuando el dios Apolo tenía cuatro años construyó cerca del lago sagrado de Delos un altar tejiendo las cabezas de cabras que Artemisa cazaba. Construyó los cimientos con cuernos, edificó el altar con cuernos y levantó una muralla alrededor también con cuernos. Por su parte, una lista de maravillas del mundo que encontramos en el texto conocido como Sobre fenómenos increíbles, dice: “el altar de marfil de Delos, del que se cuenta que fue hecho gracias a las ofrendas de los cuernos diestros presentados al dios en un solo día”. También Plutarco diría que “el altar de cuerno que es celebrado entre las llamadas 'Siete Maravillas', pues sin necesidad de cola ni de ningún otro material aglutinante está ensamblado y articulado exclusivamente a base de cuernos del lado derecho”, aunque en otro pasaje hablaría de cuernos izquierdos.
Sin embargo, a pesar de ser admirado en la Antigüedad y muy importante en las ceremonias de Delos desconocemos con seguridad tanto el aspecto como la ubicación exacta de este altar, aunque autores modernos han hecho varias propuestas para su identificación. Así, algunos han pensado en el “Monumento del Ábside” o en el “Templo 42”, o lo han intentado imaginar como un edificio circular, una especie de tholos, en el que se realizaban sacrificios y a alrededor del cual se efectuaban danzas rituales.
La quinta maravilla de la que hablaremos es el Templo de Adriano en Cízico. Este monumento, del que Elio Arístides dijo que era “el más grande de todos” y Dion Casio que era el “más grande y hermoso de todos los templos”, fue construido en el siglo II d. C., pese a ello, solo aparece en listas de maravillas del periodo bizantino. Así, un texto anónimo de hacia el año 500 menciona el Templo de Adriano “que se alza firme sobre un largo acantilado”, en referencia a que estaba situado en una altura sobre la costa del mar de Mármara, en la moderna Turquía. Años después, el cronista Juan Malalas diría que “Adriano construyó un templo muy grande en Cízico, una de las maravillas, y colocó allí en el techo del templo una estatua de mármol, un busto muy grande de sí mismo, en el que inscribió 'Divino Adriano'”.
Hoy día, debido a una larga serie de terremotos, solo quedan algunos restos de este templo, sin embargo son suficientes para dar la razón a los autores antiguos, ya que esta colosal construcción mediría entre 90 y 120 metros de largo, siendo así uno de los templos más grandes del mundo grecolatino. En sus lados frontal y posterior el templo tenía ocho columnas y en sus laterales quince, todas ellas rematadas con enormes capiteles corintios. Este templo y su recinto eran tan grandes, que Elio Arístides dijo que en el cabía una ciudad. Además, por los restos conservados y por una descripción del siglo XV, sabemos que el templo estaba ricamente decorado con relieves de todo tipo.
La sexta maravilla de nuestra lista es quizás la más conocida, la Atenea Pártenos. Está estatua crisoelefantina de la diosa Atenea estaba situada en el interior del Partenón de Atenas. Fue obra de Fidias y de sus discípulos, y se concluyó hacia el año 438 a. C. Esta obra solo está incluida en tres listas tardías de maravillas del mundo, pero no se la describe, por lo que hay que recurrir a autores como Pausanias o Plinio el Viejo y a varias copias posteriores para conocer cómo era.
La estatua, que estaba hecha de madera y revestida de oro y marfil, tenía según Pausanias en mitad del casco “una figura de la Esfinge y a uno y otro lado (…) grifos esculpidos”. Pausanias añade que la “estatua de Atenea es de pie con manto hasta los pies, y en su pecho tiene inserta la cabeza de la Medusa de marfil; tiene una Nike de aproximadamente cuatro codos [en una mano] y en la [otra] mano una lanza; hay un escudo junto a sus pies y cerca de la lanza una serpiente; esta serpiente podría ser Erictonio. En la base de la estatua está esculpido el nacimiento de Pandora”. A esto agrega Plinio que medía 26 codos de altura y que en la parte exterior del escudo estaba esculpida la guerra de las Amazonas y en su parte interna la Gigantomaquia.
Por último, la séptima maravilla de la que hablaremos es el Obelisco de Babilonia. El único autor que nos habla de esta obra es Diodoro de Sicilia en el siglo I a. C. Según Diodoro la mítica reina “Semíramis cortó una piedra de las montañas armenias de ciento treinta pies de longitud y de veinticinco de anchura y espesor; la trajo con un gran número de yuntas de mulas y de bueyes hacia el río y la subió sobre una balsa; y, tras conducirla sobre ella corriente abajo hasta Babilonia, la levantó junto a la calle más conocida, asombroso espectáculo para los transeúntes; a la cual algunos denominan obelisco por su forma, y que cuentan entre las siete obras renombradas”.
De ser cierta esta información de Diodoro querría decir que este obelisco mediría casi 40 metros, solo algo menos que el gran obelisco inacabado de Asúan, el más grande que se conoce. Sin embargo, hay que indicar que aunque en Mesopotamia se conocían los obeliscos, no hay noticias de que hubiera ninguno ni remotamente parecido en tamaño al descrito por Diodoro. Por tanto, es posible que este autor se equivocara en su información, que en realidad hablara de Egipto o que en realidad se refiriera a otro tipo de construcción típica de Mesopotamia, el zigurat.
Puedes encontrar más historias en nuestro canal: https://www.youtube.com/@mhistoria6088/videos
No hay comentarios:
Publicar un comentario