jueves, 26 de septiembre de 2024

1945, Tokio anuncia que globos con pilotos kamikaze bombardearán los EE. UU.


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MÉXICO Y EL ARMA SECRETA JAPONESA EN LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL

Como hemos visto en otros videos, pese a la distancia, América también se vio envuelta en la Segunda Guerra Mundial. Así, podemos mencionar los ataques a barcos en el Caribe, o los bombardeos de una isla puertorriqueña y de un puerto costarricense, sin embargo, es muy poco conocida la llegada a México de globos-bomba japoneses en 1945. 

Todo empezó en 1942, ya comenzada la Guerra del Pacífico y tras los primeros bombardeos estadounidenses de Japón. Para devolver el golpe los japoneses se propusieron atacar suelo estadounidense y para ello rescataron un viejo proyecto de los años '30, el de los Fu-Go, globos capaces de transportar y lanzar bombas. En un principio los globos debían ser lanzados desde submarinos, pero la idea fue descartada y se optó por lanzarlos desde suelo japonés y que la corriente en chorro que circula en dirección oeste-este sobre el océano Pacífico los llevara desde Japón hasta los Estados Unidos. 

Los globos, fabricados de papel y con un diámetro de 10 metros, constaban de un mecanismo que regulaba el hidrógeno que los hacía ascender, bolsas de lastre y un dispositivo de control de altitud, incluso algunos llevaban radiosondas para seguir su movimiento. En cuanto a la carga, los globos transportaban varios dispositivos incendiarios y una bomba antipersona o, en otros casos, una bomba incendiaria que debían dejar caer. A este tipo de globo, el A, hay que sumar el desarrollado por la Armada del Japón, hecho de seda y recubierto de goma, conocido como Tipo B. 

Finalmente, los globos-bomba comenzaron a ser lanzados desde principios de noviembre de 1944 desde varias estaciones de lanzamiento al este de Honshu, la principal isla de Japón. La ofensiva nipona se extendió hasta abril de 1945, cuando se agotaron todos los recursos para fabricar nuevos globos, aunque estos siguieron llegando a Norteamérica durante las siguientes semanas. Durante aquellos meses se cree que fueron lanzados cerca de 9.300 globos. 

El primer globo se detectó en Hawaii a mediados de aquel mismo noviembre. Ya en diciembre varios fueron encontrados en distintos puntos de Estados Unidos. Durante los siguientes meses casi 300 globos que consiguieron llegar a Norteamérica fueron encontrados en las islas Aleutianas, Alaska, Canadá y sobre todo en el oeste y el noroeste de los Estados Unidos, siendo los estados de Washington, Oregón, Idaho y Montana donde se efectuaron más hallazgos, aunque hay noticias de varias decenas de globos que llegaron mucho más al este, como a Iowa, Texas e incluso Michigan. Sin embargo, a pesar del elevado número de globos llegados a Norteamérica solo se registró algún incendio y la muerte de una familia que encontró y manipuló una de las bombas, por lo que se puede decir que los globos japoneses no tuvieron el éxito esperado por sus creadores.

Por otro lado, a pesar de la magnitud de la ofensiva, la censura consiguió que la noticia de la llegada de los globos apenas trascendiera. El objetivo de este silencio era el de no crear alarma entre la ciudadanía y el de no dar pistas a los japoneses sobre el recorrido y la efectividad de su nueva arma. 

Solo a partir de mayo de 1945, cuando el ataque acabó, se comenzaron a publicar noticias sobre lo ocurrido. Así, a final de ese mes podemos leer en la prensa mexicana titulares como “Japón Ataca a Estados Unidos Usando Globos de Papel”. Días después se publicaron declaraciones de un portavoz militar japonés que amenazaba con atacar a los Estados Unidos con globos tripulados. Además, este portavoz afirmaba que los estadounidenses no eran sinceros en cuanto a los verdaderos daños que los globos habían causado en su territorio. 

A continuación, el 7 de junio, la prensa mexicana mencionaba una información estadounidense según la cual habían caído globos-bomba japoneses en México, aunque el subsecretario de la Defensa Nacional, Francisco Urquizo, declaró no tener noticias al respecto. Otro alto funcionario, el general Leobardo Ruiz, dijo que “en el caso de que los japoneses atacasen así el territorio mexicano, la Secretaría de la Defensa Nacional adoptaría contundentes medidas para controlar y neutralizar los efectos de tales globos”.

Sin embargo, a pesar de estas declaraciones, investigaciones posteriores revelaron que al menos tres globos cayeron en México. El primer globo del que tengamos noticias que llegara a México se encontró el 19 de marzo en Sonoyta, en el Estado de Sonora, cerca de la frontera con Estados Unidos. Según uno de los estudios sobre globos Fu-Go, se cree que el globo fue derribado por un avión de combate estadounidense. 

Un segundo globo fue encontrado el 28 del mismo mes en Laguna Salada, en el Estado de Baja California, también cerca de la frontera con Estados Unidos. Según una de las investigaciones, un avión de combate estadounidense derribó un globo al sur de Valle Imperial, California, aunque los restos se estrellaron al otro lado de la frontera, sin embargo, no se sabe si los restos fueron recuperados por los estadounidenses. Y es que podemos leer en uno de los estudios mencionados que los mexicanos, al no tener equipos de recuperación y al carecer casi de información, habían dado su aprobación a los estadounidenses para penetrar en su territorio sin previo aviso si había actividad de globos allí. 

Semanas después, el 20 de abril, un tercer globo fue encontrado en el Estado de Coahuila, aunque carecemos de más información. Tras este no hay más noticias confirmadas al respecto, aunque hay relatos orales que señalan que algún globo pudo llegar tan al sur como el Estado de Querétaro. 

De este modo México, que por entonces ya se encontraba en guerra con Japón, fue alcanzado de forma involuntaria por la que se considera la primera arma intercontinental de la historia.

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jueves, 19 de septiembre de 2024

Las siete maravillas de la Antigüedad según la Excerpta Vaticana (= De incredibilibus)

 


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LAS SIETE MARAVILLAS DESCONOCIDAS DEL MUNDO ANTIGUO

Durante la Antigüedad y la Edad Media fue común la confección de listas de las siete maravillas del mundo. Salvo algún cambio, la lista más o menos definitiva era la que incluía, entre otras obras, a las Pirámides de Egipto, los Jardines Colgantes de Babilonia y el Coloso de Rodas. Sin embargo, hubo otras listas y menciones en las que podemos encontrar varias decenas de obras más, algunas poco conocidas. Con las más llamativas y espectaculares de todas ellas hemos elaborado nuestra propia lista de la que hablaremos a continuación. 

El primer monumento del que hablaremos, y quizás el más extraordinario, es la estatua flotante de Belerofonte. Según un relato medieval, en la ciudad de Esmirna, en Asia Menor, había una estatua del héroe Belerofonte montando a Pegaso en el borde de un acantilado. Pegaso estaba sujeto discretamente detrás de una pezuña y se balanceaba si se le tocaba con suavidad, pero permanecía firme si se le empujaba con fuerza. Por su parte, otros autores que incluyen a esta estatua entre las siete maravillas del mundo, la sitúan en Roma y dicen que era de hierro y que flotaba en el aire, sin estar sostenida por cadenas ni vigas, sino por grandes imanes, los cuales, distribuidos uniformemente hacían levitar a esta obra que pesaba varias miles de libras. 

Autores modernos que han estudiado el magnetismo en la Antigüedad señalan que si bien en esa época se conocían las propiedades de los imanes y hay noticias de estatuas flotantes, en este caso es posible que se hayan fusionado dos noticias diferentes o que se halla producido un error textual que no permita discernir como era en realidad esta estatua que maravilló a varios autores medievales. 

La segunda maravilla de la que hablaremos es el Palacio de Ciro II el Grande en Ecbatana, antigua residencia real meda y persa próxima a la moderna ciudad iraní de Hamadán. Creemos que esta obra es incluida por primera vez en una lista de maravillas en época augustea. Concretamente lo hace el hispano Higino, el cual dice: “el palacio de Ciro, que hizo Memnón con piedras brillantes de varios colores, unidas con oro”. Tras Higino, el escritor Ampelio dice que estaba construido con piedras blancas y negras unidas con oro, y que estaba decorado con columnas de varios colores, ventanas de plata y tejas de piedra verde. Luego, en la tardoantigüedad, encontramos nuevas referencias, pero mucho más escuetas. 

Sin embargo, quien da más detalles sobre este complejo palacial es Polibio en el siglo II a. C. El autor griego describe una construcción que recuerda a la famosa Persépolis, pero con una decoración mucho más lujosa. Cuenta Diodoro que el palacio tenía un perímetro de más de un kilómetro y que las partes de madera eran de ciprés y cedro; las vigas, los techos y las columnas estaban forradas de plata o de oro, y las tejas eran todas de plata, aunque todo fue robado en época de Alejandro Magno y de los Seléucidas, por lo que no se puede comprobar cuanto de real hay en los relatos grecolatinos. 

La siguiente maravilla de la que hablaremos también es persa. De ella solo nos habla el obispo galorromano Gregorio de Tours en el siglo VI. En una de sus obras Gregorio hace una lista de siete maravillas entre las que incluye el Arca de Noé y el Templo de Salomón. En cuarto lugar de su lista sitúa la Tumba de Amatista de un rey persa. Según la descripción de la tumba, la cual hemos intentado recrear, esta estaba “labrada con maravillosa factura en una sola piedra de amatista hueca, grabada en bajorrelieve, y en el exterior había efigies de hombres, bestias y pájaros en altorrelieve. También tenía árboles con hojas y frutos tallados en altorrelieve”. 

Se ha pensado que aquí Gregorio se confunde y que en realidad habla del Mausoleo de Halicarnaso o del Palacio de Ciro en Ecbatana, aunque la descripción de la tumba de amatista no se parece a estas construcciones. Así que o bien Gregorio habla de una obra desconocida o utilizó una fuente lo suficientemente deformada como para que sea imposible identificar a que construcción se refiere. 

La cuarta obra de nuestra lista es el Altar de Cuernos de Delos, también conocido como Keratón. Según el poema de Calímaco cuando el dios Apolo tenía cuatro años construyó cerca del lago sagrado de Delos un altar tejiendo las cabezas de cabras que Artemisa cazaba. Construyó los cimientos con cuernos, edificó el altar con cuernos y levantó una muralla alrededor también con cuernos. Por su parte, una lista de maravillas del mundo que encontramos en el texto conocido como Sobre fenómenos increíbles, dice: “el altar de marfil de Delos, del que se cuenta que fue hecho gracias a las ofrendas de los cuernos diestros presentados al dios en un solo día”. También Plutarco diría que “el altar de cuerno que es celebrado entre las llamadas 'Siete Maravillas', pues sin necesidad de cola ni de ningún otro material aglutinante está ensamblado y articulado exclusivamente a base de cuernos del lado derecho”, aunque en otro pasaje hablaría de cuernos izquierdos. 

Sin embargo, a pesar de ser admirado en la Antigüedad y muy importante en las ceremonias de Delos desconocemos con seguridad tanto el aspecto como la ubicación exacta de este altar, aunque autores modernos han hecho varias propuestas para su identificación. Así, algunos han pensado en el “Monumento del Ábside” o en el “Templo 42”, o lo han intentado imaginar como un edificio circular, una especie de tholos, en el que se realizaban sacrificios y a alrededor del cual se efectuaban danzas rituales. 

La quinta maravilla de la que hablaremos es el Templo de Adriano en Cízico. Este monumento, del que Elio Arístides dijo que era “el más grande de todos” y Dion Casio que era el “más grande y hermoso de todos los templos”, fue construido en el siglo II d. C., pese a ello, solo aparece en listas de maravillas del periodo bizantino. Así, un texto anónimo de hacia el año 500 menciona el Templo de Adriano “que se alza firme sobre un largo acantilado”, en referencia a que estaba situado en una altura sobre la costa del mar de Mármara, en la moderna Turquía. Años después, el cronista Juan Malalas diría que “Adriano construyó un templo muy grande en Cízico, una de las maravillas, y colocó allí en el techo del templo una estatua de mármol, un busto muy grande de sí mismo, en el que inscribió 'Divino Adriano'”. 

Hoy día, debido a una larga serie de terremotos, solo quedan algunos restos de este templo, sin embargo son suficientes para dar la razón a los autores antiguos, ya que esta colosal construcción mediría entre 90 y 120 metros de largo, siendo así uno de los templos más grandes del mundo grecolatino. En sus lados frontal y posterior el templo tenía ocho columnas y en sus laterales quince, todas ellas rematadas con enormes capiteles corintios. Este templo y su recinto eran tan grandes, que Elio Arístides dijo que en el cabía una ciudad. Además, por los restos conservados y por una descripción del siglo XV, sabemos que el templo estaba ricamente decorado con relieves de todo tipo. 

La sexta maravilla de nuestra lista es quizás la más conocida, la Atenea Pártenos. Está estatua crisoelefantina de la diosa Atenea estaba situada en el interior del Partenón de Atenas. Fue obra de Fidias y de sus discípulos, y se concluyó hacia el año 438 a. C. Esta obra solo está incluida en tres listas tardías de maravillas del mundo, pero no se la describe, por lo que hay que recurrir a autores como Pausanias o Plinio el Viejo y a varias copias posteriores para conocer cómo era. 

La estatua, que estaba hecha de madera y revestida de oro y marfil, tenía según Pausanias en mitad del casco “una figura de la Esfinge y a uno y otro lado (…) grifos esculpidos”. Pausanias añade que la “estatua de Atenea es de pie con manto hasta los pies, y en su pecho tiene inserta la cabeza de la Medusa de marfil; tiene una Nike de aproximadamente cuatro codos [en una mano] y en la [otra] mano una lanza; hay un escudo junto a sus pies y cerca de la lanza una serpiente; esta serpiente podría ser Erictonio. En la base de la estatua está esculpido el nacimiento de Pandora”. A esto agrega Plinio que medía 26 codos de altura y que en la parte exterior del escudo estaba esculpida la guerra de las Amazonas y en su parte interna la Gigantomaquia. 

Por último, la séptima maravilla de la que hablaremos es el Obelisco de Babilonia. El único autor que nos habla de esta obra es Diodoro de Sicilia en el siglo I a. C. Según Diodoro la mítica reina “Semíramis cortó una piedra de las montañas armenias de ciento treinta pies de longitud y de veinticinco de anchura y espesor; la trajo con un gran número de yuntas de mulas y de bueyes hacia el río y la subió sobre una balsa; y, tras conducirla sobre ella corriente abajo hasta Babilonia, la levantó junto a la calle más conocida, asombroso espectáculo para los transeúntes; a la cual algunos denominan obelisco por su forma, y que cuentan entre las siete obras renombradas”. 

De ser cierta esta información de Diodoro querría decir que este obelisco mediría casi 40 metros, solo algo menos que el gran obelisco inacabado de Asúan, el más grande que se conoce. Sin embargo, hay que indicar que aunque en Mesopotamia se conocían los obeliscos, no hay noticias de que hubiera ninguno ni remotamente parecido en tamaño al descrito por Diodoro. Por tanto, es posible que este autor se equivocara en su información, que en realidad hablara de Egipto o que en realidad se refiriera a otro tipo de construcción típica de Mesopotamia, el zigurat.

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sábado, 7 de septiembre de 2024

Relación que dió Juan de Areizaga de la navegación de la armada de Loaisa hasta desembocar el Estrecho, y de los sucesos de la nao Santiago que se separó allí y aportó á Nueva-España

 




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LOS EXPLORADORES GRIEGOS DE URUGUAY, ARGENTINA Y CHILE (II): LOAYSA Y ALCAZABA (1525-1538)

Como vimos en el anterior video, varios marinos griegos, miembros de la expedición de Magallanes, participaron en el descubrimiento y exploración de las costas de las actuales Uruguay, Argentina y Chile. Sin embargo, estos no fueron los últimos, y en los siguientes años otros griegos visitaron aquellas costas. 

Tras Magallanes, una expedición encabezada por el comendador García Jofre de Loaísa que también se dirigía a las Molucas recorrió aquellos litorales entre diciembre de 1525 y mayo de 1526. En esta armada iban unos quince marinos griegos, entre ellos el buzo Jorge Griego, el maestre Nicolás de Rodas y el marinero Francisco de Paris. 

Tras pasar por lugares como la “tierra de los humos” o la isla de los patos, la expedición de Loaísa, que navegaba disgregada, llegó a mediados de enero a la entrada del estrecho de Magallanes, momento en que una tormenta hundió una de las naves, como nos cuenta Francisco de Paris en su relato. En esta nave, de la que se pudo rescatar a la mayoría de los hombres, iban a bordo tres griegos, el buzo Jorge Griego, el marinero Nicolás de Nápoles y el grumete Bautista de Xio. 

Días después, el resto de las naves entró en el estrecho y llegaron a la que Paris llamó bahía de la Victoria, ya en aguas de lo que hoy es Chile, donde pasaron varios días. En ese tiempo, como nos dice Paris, una tormenta dañó una de las naves y otras dos desertaron, una de ellas se perdió cuando intentaba llegar a las Molucas a través del cabo de Buena Esperanza y otra consiguió arribar a España. 

Luego el resto de las naves salió del estrecho y fueron al río de Santa Cruz a efectuar reparaciones durante las siguientes semanas, volviendo a entrar en el estrecho el 8 de abril. De lo que pasó durante la travesía por el estrecho no nos habla Paris, pero otros relatos nos cuentan como pasaron por lugares como el puerto de la Concepción, el puerto de las Sardinas o el puerto de San Juan de Portalatina, hasta que alcanzaron el océano Pacífico el 26 de mayo. Tras esto Paris cuenta que las naves se separaron, una consiguió llegar a Nueva España, otra a la isla de “Sant Guin”, otra a Tidore, en las Molucas, y una, la San Lesmes, se cree que pudo llegar a Nueva Zelanda y Australia. 

Años después, una expedición enviada por Hernán Cortés encontró a varios supervivientes en Tidore, entre ellos estaban tres griegos, Francisco de Paris, Juan Griego y Pablo Griego. Más tarde, Paris sería uno de los escasos supervivientes que consiguieron regresar a España, convirtiéndose así en uno de los pocos hombres en completar la segunda vuelta al mundo. 

Tras esta, otras expediciones con marinos griegos entre sus tripulantes llegaron a aguas de Sudamérica. Así, en la expedición encabezada por el veneciano Sebastián Caboto sabemos que había varios griegos, aunque al parecer solo dos, el marinero Juan Griego y el carpintero Juan Cazagurri, navegaron entre 1526 y 1530 por las aguas del Río de la Plata, el Paraná y el Paraguay. 

En ese tiempo otra expedición llegó al Río de la Plata y el Paraná, la encabezada por Diego García de Moguer, aunque desconocemos si algún griego iba a bordo. 

En esa misma época en España el portugués Simón de Alcazaba preparaba la Armada de la Especiería que debería dirigirse a las Molucas a través del estrecho de Magallanes. Por la documentación sabemos que en esta expedición estaban enrolados tres griegos: los maestres Nicolao Griego y Marcos de Candía, y el marinero Nicolao de Rodas. Sin embargo, la expedición se suspendió en 1529 cuando España renunció a la posesión de las Molucas. 

Ese mismo año Alcazaba recibió el gobierno de todos los territorios al sur del Perú, lo que se llamó la gobernación de Nueva León, por lo que comenzó a preparar una armada para explorarlos y tomar posesión de ellos. Por fin, en septiembre de 1534 la armada de Alcazaba zarpó. En esta flotilla de solo dos naves, se encontraba el piloto Nicolao Griego, quizás el mismo mencionado anteriormente. Tras una escala en las Canarias, la expedición no volvió a tomar tierra hasta llegar a las costas patagónicas en enero de 1535, concretamente lo hizo en el litoral chubutense y en río Gallegos. Luego la armada entró en el estrecho de Magallanes donde pasó un mes, aunque el mal tiempo hizo que diera la vuelta y anclara en la bahía Gil, en la moderna provincia de Chubut, donde en febrero fue fundado “Puerto de los Leones”. 

A continuación, Alcazaba organizó una expedición armada que avanzó hacia el interior del territorio cerca de 100 leguas. Esta, según los relatos que se conservan, estaba guiada por un piloto que hacia uso de sus instrumentos de navegación para ello, y que según parece era Nicolao Griego, el cual se convirtió así en uno de los primeros exploradores de la Patagonia. Sea como fuere, la expedición acabó en desastre, los hombres se amotinaron y mataron a Alcazaba, consiguiendo tras muchos problemas llegar una de las naves a Santo Domingo en septiembre, siendo uno de los supervivientes el piloto Nicolao Griego. 

Ese mismo año partió de España la armada de Pedro de Mendoza, el cual fundaría Buenos Aires, aunque de los cientos de hombres que componían la expedición parece que ninguno era griego. 

Por último hablaremos de la expedición comercial del genovés León Pancaldo, quien con dos naves pretendió llegar desde España al Perú a través del estrecho de Magallanes, sin embargo, al perder en noviembre de 1537 una de ellas en el “río de Gallegos”, al sur de la Patagonia, la otra se dirigió a Buenos Aires, frente a donde se hundió a finales de abril de 1538. Aunque no conocemos a todos los tripulantes de esta expedición sabemos que varios eran genoveses y, teniendo en cuenta que por entonces Génova aún tenía posesiones en el Egeo, no sería descabellado pensar que hubiera griegos entre los hombres de Pancaldo. 

Tras esta hubo otras expediciones a aquellas costas, como la enviada por el obispo de Plasencia o la de Juan Ladrillero, aunque desconocemos la presencia de griegos entre sus tripulantes.

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domingo, 1 de septiembre de 2024

La expedición de Fernando de Magallanes en Brasil (nov. 1519 - ene. 1520) según el relato del griego Francisco Albo

 





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LOS EXPLORADORES GRIEGOS DE URUGUAY, ARGENTINA Y CHILE (I): LA EXPEDICIÓN DE MAGALLANES (1520)

Como hemos visto en otros videos, durante la exploración, conquista y colonización de América encontramos entre las huestes castellanas a personas de otras nacionalidades, como ingleses, húngaros o griegos. En el caso de los griegos es poco conocido su papel en el descubrimiento y exploración de las costas de lo que hoy son Uruguay, Argentina y Chile durante los primeros decenios del siglo XVI, empresa en la que destacaron como avezados navegantes. 

Dejando a un lado alguna expedición y supuestos viajes de los que no tenemos mucha información, las primeras noticias fehacientes de la presencia de marinos griegos en el Río de la Plata, la Patagonia y el estrecho de Magallanes son de 1520. 

Todo comenzó el año anterior, cuando nueve o diez marinos griegos se enrolaron en la expedición de Fernando de Magallanes al Maluco, también conocido como las islas Molucas o las islas de las Especias, en lo que hoy es Indonesia. De estos griegos destaca uno de ellos, Francisco Albo, natural de la isla de Quíos, que fue contramaestre de una de las naves de la expedición, la nao Trinidad, y que nos dejó uno de los primeros relatos en los que se describen las costas del Río de la Plata, la Patagonia y el estrecho del Magallanes. 

Cuando la armada zarpó de España en agosto de 1519 uno de los griegos, el grumete Antonio Gómez de Axio, quedó en tierra. Luego, tras navegar en paralelo a la costa de África, la expedición cruzó el Atlántico hasta las costas de Brasil, las cuales recorrieron hacia el sur durante las últimas semanas del año. En ese tiempo fue ejecutado el maestre Antonio Salomon, griego según unos documentos o siciliano según otros. 

A continuación, hacia el 9 de enero de 1520, la expedición llegó a las aguas del actual Uruguay. En aquella costa otro miembro de la expedición, el italiano Antonio Pigafetta, menciona que vieron a un caníbal de “estatura gigantesca” al que intentaron capturar, cosa que no cuenta Albo. Luego, el día 10, según el relato del griego, navegaron cerca del cabo de Santa María, dirigiéndose después hacia el oeste, hacia el “río de los Patos” y a lo que él llamó “Monte Vidi”, lo que hoy es Montevideo. 

Seguidamente, durante las siguientes semanas, dice Albo que exploraron el “río de Solís”, el actual Río de la Plata, en busca de un pasaje para pasar al Mar del Sur, es decir, el océano Pacífico. Tras no hallarse este pasaje, la expedición continuó su travesía hacia el sur, llegando el 7 de febrero a la “punta de San Antón”, el 8 al “cabo de Santa Polonia” y el 9 a “punta de las Arenas”. En la actualidad estos lugares son conocidos como cabo San Antonio, punta Médanos y punta Mogotes, situados los tres en la moderna provincia de Buenos Aires. 

Luego, según el marino griego, navegaron hacia el oeste por una costa que califica de muy buena con “montecitos verdes y tierra baja”. Durante los siguientes días la expedición permaneció en bahía Blanca, navegando a continuación hacia el sur. El día 24 Albo cuenta que llegaron a una bahía muy grande, a la que bautizaron como “bahía de San Matías”, que según se cree no se corresponde con el actual golfo de San Matías, sino con Golfo Nuevo, situado algo más al sur, en la moderna provincia de Chubut. Luego, el 27, capturaron algunos lobos marinos en unos islotes de la costa chubutense, la cual Albo describe como “buena tierra y lindos campos sin árboles, y muy llana tierra”. 

A continuación, durante los siguientes días navegaron hacia el sur recorriendo la costa patagónica, llegando a finales de marzo al puerto de San Julián, en la actual provincia de Santa Cruz, donde permanecieron todo el invierno. Allí cuenta Albo que se les presentaron muchos indios vestidos de pieles de una especie de camellos sin joroba, es decir, guanacos. Sin embargo, Albo no dice que fueran gigantes, como si dice Pigafetta, quien menciona incluso el intento de capturar a varios de estos gigantes para llevarlos a España. Tampoco menciona el griego el naufragio de una de las naves de la armada, ni el motín frustrado contra Magallanes en el que es posible que participaran algunos de los griegos de la expedición. 

Finalmente, la expedición zarpó del puerto de San Julián el 24 de agosto, llegando dos días después al que llamaron “río Santa Cruz”, donde permanecieron hasta el 18 de octubre. Tres días después, el 21, Albo dice que llegaron al cabo Vírgenes y a una abertura en cuya entrada había una punta de arena, la actual punta Dungeness, donde hoy está la frontera entre Argentina y Chile, tras lo cual la expedición entró en el canal, ya en aguas chilenas. 

Albo menciona en su relato lo que se conoce como Primera Angostura, tras lo cual encontraron un gran ancón con muchos bajíos, llegando después a la Segunda Angostura, tras la cual hallaron “una bahía muy grande […] y unas islas”, sin duda siendo una de ellas isla Isabel. Luego en su relato, el griego cuenta como en aquel “estrecho hay muchos ancones, y las sierras son muy altas y nevadas, y con mucho alboledo”. 

Lo que Albo no dice en su relato, es que mientras recorrían el estrecho, una de las naves, la nao San Antonio, se sublevó y dio marcha atrás para volver a España. Aquel barco, en el que estaba el marinero y artillero griego Simón de Asio, se cree que pudo llegar a unas islas que fueron después conocidas como Sansón, quizás las actuales Malvinas. 

Sea como fuere, tras esto Albo cuenta como llegaron a la altura de lo que hoy se conoce como isla Dawson, desde donde tomaron dirección noroeste, viendo muchas islas durante aquel tramo de la travesía, llegando finalmente al final del estrecho, donde había dos cabos, uno al que llamaron “cabo Fermoso” y al otro cabo Deseado. 

Ya en el océano Pacífico se dirigieron hacia el norte, viendo el 1 de diciembre tierra, quizás la isla chilena de Campana. Durante los siguientes días se alejaron de la costa, volviéndose a aproximar a ella hacia el día 12 y navegando hacia el norte cuatro días más, hasta que el día 16, a la altura de la moderna ciudad de Concepción, tomaron rumbo noroeste, internándose así en el Pacífico. 

Por último hay que señalar que tras muchas peripecias en este océano y en las islas de Indonesia, donde desertaron Juan Griego y Mateo de Gorfo, dos de los griegos de la expedición, los supervivientes de la armada atravesaron el Índico, doblaron el cabo de Buena Esperanza en mayo de 1522 y llegaron a las islas de Cabo Verde en julio, donde los portugueses capturaron a varios hombres, entre ellos al marinero griego Felipe de Rodas, consiguiendo llegar a España en septiembre solo dieciocho hombres, incluidos los griegos Francisco Albo, Miguel de Rodas, Nicolao de Nápoles y Miguel Sánchez, haciéndolo tiempo después el mencionado Felipe junto a otros hombres. 

Pero estos, como veremos en el siguiente video, no fueron los únicos griegos que participaron en la exploración de las costas de las actuales Uruguay, Argentina y Chile.

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