jueves, 27 de junio de 2024
LOS EMPERADORES DE AMÉRICA
Durante la historia de la América española los reyes de España utilizaron el título de “Rey de las Indias” para referirse a su dominio sobre aquellos extensos territorios, sin embargo, existieron otros títulos más llamativos y ostentosos y menos frecuentes y conocidos, como los de “Emperador de las Indias”, “Emperador de América” o “Emperador del Nuevo Mundo”.
La primera noticia que tenemos sobre el uso del título de emperador en referencia al territorio americano es de 1522. Ese año Hernán Cortés escribió a Carlos V su Segunda Carta de Relación, en la cual le sugería que se intitulara emperador de los territorios recién conquistados, es decir, de Nueva España, México, y que este título tuviera la misma dignidad que el de Emperador de Alemania, que Carlos ya ostentaba.
Años después, durante el reinado de Felipe II, hay noticias sobre la intención de que el Papa le otorgara a este rey el título de “Emperador de las Indias” o “Emperador del Nuevo Mundo”. Durante esa época el vasco Esteban de Garibay señaló en una de sus obras que a Felipe le compete el título de “Emperador del Nuevo Mundo” e incluso le llega a llamar “Emperador de la Monarquía del Nuevo Mundo”.
Sin embargo, estas designaciones no se oficializaron y solo fueron informales, utilizándose solo en dedicatorias de obras dirigidas al monarca o que le conmemoraban. Así, en época de Felipe III, ya a principios del siglo XVII, encontramos un libro dedicado a su persona en el que se le llama “Emperador de las Indias”.
Más adelante, durante el reinado de Felipe IV, el conocido como “el Grande” o “el Rey Planeta”, el título de “Emperador de las Indias” y otros similares se vuelven algo más frecuentes, por lo que podemos encontrar varias obras escritas dedicadas o dirigidas a él que lo utilizan. Este es el caso del panegírico fúnebre publicado en Granada en 1666 con motivo de su fallecimiento y en el que se le llama “Rey de España, y Emperador de América”. En este reinado también encontramos este título en referencia a su hijo y heredero Baltasar Carlos de Austria.
Durante el siguiente reinado, el de Carlos II, encontramos referencias al “Emperador de las Indias”, pero también al “Emperador de la América”, al “Emperador del Nuevo Mundo Americano” y al más rimbombante “Emperador de los Mundos”, en referencia al Viejo y al Nuevo Mundo. En el reinado de “el Hechizado” también podemos encontrar otras menciones ostentosas del estilo de “Monarca Invicto de ambos Mundos” o “Monarca Católico de ambos Orbes”.
A continuación, tras la entronización de la dinastía de los Borbones en el siglo XVIII vemos como el título de “Emperador de las Indias” se sigue utilizando. A Felipe V, además de llamársele así en varias dedicatorias, se le nombra en alguna ocasión como “Emperador siempre Augusto de las Indias” o “Emperador del Nuevo Mundo”, título este último que aparece en una obra publicada en Madrid durante la Guerra de Sucesión.
En 1725 encontramos dos obras conmemorativas del efímero Luis I, una por su entronización y otra por su funeral, en las que se le llama “Emperador de la América” y “Emperador de las Indias” respectivamente. Años después, durante el reinado de su hermano Fernando VI, en varias obras, algunas publicadas en Lima o Manila, se le llama “Emperador de las Indias”, aunque el título aún no parece ser oficial.
Tras la muerte de Fernando llegó al trono su medio hermano Carlos III. Con él el título de “Emperador de las Indias”, además de utilizarse en dedicatorias y obras conmemorativas, se oficializa e institucionaliza y podemos encontrarlo en Reales Cédulas y en medallas conmemorativas.
Esto continúa con su hijo y sucesor Carlos IV. Con este monarca encontramos menciones al título de “Emperador de las Indias” en dedicatorias, medallas conmemorativas e incluso en el encabezamiento de un tratado firmado en 1793 con varias tribus norteamericanas como las de los Creek y los Cherokee. Años después, en 1807, en otro tratado, el de Fontainebleau, firmado entre la Francia napoleónica y la España borbónica, Napoleón se comprometía en su artículo 12º a reconocer al rey de España como “emperador de las Américas”.
Tras Carlos IV, estos títulos comienzan a entrar en desuso y durante el turbulento reinado de su hijo Fernando VII solo encontramos algunas referencias a ellos, pero con la perdida de la mayor parte de los territorios americanos el título desaparece.
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viernes, 21 de junio de 2024
EL PLAN PERUANO PARA INVADIR PARAGUAY Y BRASIL (1818)
Como hemos visto en otros videos, durante las guerras de independencia de Hispanoamérica se planearon audaces expediciones contra españoles y portugueses, sin embargo aún hay alguno de estos proyectos que son poco conocidos, como el plan peruano que pretendía invadir Paraguay y Brasil con tropas de las Provincias Unidas del Río de la Plata y del Perú.
En 1817 el general José de San Martín encabezó el Ejército de los Andes que penetró en Chile y que venció a los españoles en la batalla de Maipú en abril de 1818, tras esto comenzó a preparar la Expedición Libertadora del Perú. En esas fechas, o quizás algo antes, San Martín recibió de patriotas peruanos varios informes sobre la situación en el Virreinato del Perú. En uno de estos informes encontramos un atrevido plan para libertar Sudamérica tanto de los españoles como de los portugueses.
El texto comienza diciendo que el propósito del plan es el de “emancipar el nuevo continente del dominio de España”, no quitando un “eslabón a la cadena que sugeta la América, sino romperla y deshacerla toda de modo que sea imposible forjarla de nuevo”. A continuación, se señala que el ejército combinado que se cree actuará en todo el continente. Luego, se hacen observaciones sobre la oficialidad de este ejército, sobre las provisiones y sobre las labores de inteligencia que deben desarrollarse durante los preparativos de la expedición.
Seguidamente se señala que la expedición a Lima debe hacerse por mar, por lo que San Martín debería ser nombrado general de mar y tierra. Asimismo, se apunta a la necesidad de buscar y destruir a la marina enemiga, incluso en el interior de sus propios puertos. Luego habría que desembarcar en un lugar próximo a Lima y así aislar al virrey Joaquín de la Pezuela y a los realistas, a los que se refiere como Fernandícolas, del interior y del valle de Cañete.
Prosigue el anónimo patriota peruano diciendo que el ejército que Buenos Aires tenía en el Alto Perú, la actual Bolivia, debería penetrar hasta Cuzco mientras se estrechaba el cerco a Lima. Sin embargo, el autor del plan parece desconocer que las tropas a las que se refiere, las de la Cuarta Expedición Auxiliadora encabezada por el tucumano Gregorio Aráoz de La Madrid en 1817, habían abandonado el Alto Perú ese mismo año.
Seguidamente, una vez tomada Lima, dice el plan que “6.000 hombres de gente de color con oficialidad blanca serán destinados a Panamá y Portobelo” y una vez allí se pedirían auxilios a los almirantes ingleses de Barlovento y Sotavento para mantener la posesión del istmo.
Según el texto del plan, hecho esto y asegurada Lima, se reforzaría el ejército hasta llegar a los 8 o 10.000 hombres, el cual, con todos los recursos disponibles desde Cuzco al Río de la Plata, caería “como un rayo sobre el Paraguay, allanará sus diferencias y penetrará por Entre Ríos hasta San Pablo e intimará al rey Juan la entrega de Montevideo a su gobierno so pena de atacarlo en la misma capital e incendiarle la casa”.
Sobre este párrafo hay que hacer varios apuntes. En primer lugar, pese a las intenciones de Buenos Aires de incorporar a Paraguay a las Provincias Unidas, este territorio, gobernado por el dictador José Gaspar Rodríguez de Francia, permanecía independiente, de ahí la propuesta de invadirlo y de “allanar diferencias”.
En segundo lugar, Entre Ríos formaba por entonces parte de la Liga de los Pueblos Libres encabezada por el oriental José Gervasio Artigas, Liga que se encontraba enfrentada a los unitarios de Buenos Aires, cosa que el autor del plan pasa por alto. Además, teniendo en cuenta su situación geográfica quizás el autor se equivocó en señalar a esta provincia como lugar desde el que invadir Brasil, queriéndose referir en realidad a Corrientes o Misiones.
Y en tercer lugar, la mención a Montevideo se refiere a la ocupación luso-brasileña de esta ciudad desde enero de 1817, con la cual el autor del plan quería acabar invadiendo el Reino del Brasil, tomando São Paulo y amenazando al rey Juan VI con atacar también la capital, o sea, Rio de Janeiro.
A continuación, el patriota peruano hace cálculos de cuantos hombres serían necesarios para libertar el resto de Sudamérica y, teniendo en cuenta el aporte que debería hacer cada territorio, arroja una cifra de 47.000 hombres, los cuales serían suficientes para defender las costas del Pacífico y del Atlántico y el Alto Perú.
El siguiente paso en este plan era el de marchar sobre Quito y Santa Fe de Bogotá, y una vez en Nueva Granada, la actual Colombia, el ejército patriota combinado invadiría Venezuela por varios puntos, expulsaría a los españoles de los territorios de Maracaibo y Coro, y engrosaría sus filas con tropas venezolanas. Luego la expedición se dirigiría sobre el norte neogranadino y tomaría Mompox, Santa Marta y los pueblos del bajo Magdalena, para a continuación asediar y rendir Cartagena.
Por último, termina el anónimo peruano diciendo que en todos estos territorios se deberían establecer gobiernos provisorios hasta que se celebrara una gran asamblea que decidiera la forma de gobierno que tendría que instaurarse, siendo Inglaterra y Estados Unidos los modelos a seguir.
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miércoles, 12 de junio de 2024
EL IMPERIO BELGA DE ARGENTINA
Con la independencia de Hispanoamérica parecería que el colonialismo europeo había tocado a su fin en aquellos territorios, sin embargo el continente fue testigo de innumerables proyectos europeos para colonizar territorios en la nuevas repúblicas americanas. Este fue el caso del osado proyecto belga para colonizar extensos territorios en Argentina.
Todo comenzó con la independencia de Bélgica a principios de la década de 1830. Tras esta, el nuevo reino anhelaba tener colonias como el resto de países europeos, por lo que durante los primeros años del reinado de Leopoldo I hubo intentos de adquirir la isla de Pinos, hoy isla de la Juventud, en Cuba. Poco después, en la década de 1840 se estableció una colonia belga en Santo Tomás, Guatemala, aunque su vida fue efímera. En esos mismos años se intentó establecer otra colonia en Bolivia, aunque el proyecto no llegó a materializarse.
Años después, en 1858, Alfred Marbais du Graty, un belga asentado en la Confederación Argentina, escribió un libro sobre aquel país, sus cultivos, sus minas y demás características del territorio. En esta obra aparece una carta escrita en 1857 por Marbais al rey Leopoldo en la que le señala la prosperidad de la Confederación Argentina, lugar que ofrece muchas ventajas para asentarse al exceso de población belga, además indicaba que la colonización belga de los territorios argentinos abriría un nuevo mercado a los productos belgas.
En esa misma época el conde de Berlaymont recibió una concesión al norte de la ciudad de Paraná con la condición de instalar en unos meses algunas familias belgas allí, sin embargo, fueron pocas las que llegaron a Buenos Aires.
Durante los siguientes años el hijo del rey Leopoldo, también llamado Leopoldo, pretendió antes y después de convertirse en rey el establecimiento de colonias belgas, entre otros lugares, en Filipinas, Fiyi, Indochina, Abisinia, Formosa o Entre Ríos en la Confederación Argentina.
Este último proyecto es conocido por una carta de 1861 escrita por el joven Leopoldo, aún duque de Brabante, al barón Lambermont. En ella Leopoldo indicaba a Lambermont, por entonces Secretario General del Ministerio de Asuntos Exteriores, las oportunidades que ofrecían los países de la Cuenca del Plata. Decía Leopoldo que había allí “todo un mundo de increíble fertilidad y riqueza esperando la explotación europea”.
A continuación Leopoldo decía que estaba especialmente interesado en la provincia argentina de Entre Ríos y en la pequeña isla Martín García. Respecto al primer territorio vemos un salto cuantitativo respecto a proyectos anteriores, pues se pasa de pequeñas concesiones a ambicionar un territorio de varios miles de kilómetros cuadrados.
Con respecto a la isla Martín García, codiciada por muchos en el pasado, Leopoldo no tenía muy claro a quien pertenecía y preguntaba a Lambermont si se podría establecer allí un puerto libre bajo la protección moral del rey de los belgas. Curiosamente poco después Italia arrendaría cerca de allí la isla de la Libertad a Uruguay durante un breve espacio de tiempo.
Finalmente, el proyecto de Leopoldo de colonizar la provincia de Entre Ríos y la isla de Martín García no fue llevado a cabo, aunque desconocemos el motivo. Pero con esto no acabaron los anhelos coloniales de Leopoldo y años después, ya siendo rey, consiguió un gran territorio en el corazón de África, el Estado Libre del Congo.
Por último, hay que señalar que aunque la colonización belga de todo Entre Ríos no se llevó a cabo, con posterioridad se crearon pequeñas colonias belgas en el pueblo entrerriano de Villaguay y en el paraguayo de Mbocajaty.
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viernes, 7 de junio de 2024
LOS POLACOS QUE LIBERTARON VENEZUELA Y COLOMBIA
Durante las guerras de independencia de América los ejércitos patriotas vieron engrosadas sus filas con numerosos extranjeros, sobre todo británicos y franceses, aunque es menos conocido y a la vez llamativo la existencia de pequeños contingentes de otras nacionalidades, como rusos, suecos o polacos. En el caso de los polacos está documentada la presencia de dos docenas de ellos en las guerras de independencia de Chile, el Río de la Plata, Venezuela y Nueva Granada, la actual Colombia, destacando más su número, como veremos, en estos dos últimos territorios.
Los primeros polacos que llegaron a América para luchar por su independencia contra los españoles lo hicieron en 1806 en la expedición de Francisco de Miranda a las costas de Venezuela. El primero de ellos fue Gustavo Adolfo Bergud, el cual debía desembarcar en la localidad venezolana de Ocumare en abril de ese año, sin embargo los españoles capturaron el navío que le transportaba, siendo ejecutado en Puerto Cabello meses después junto a varios de sus compañeros.
El siguiente polaco del que tenemos noticias es Felipe Mauricio Martin, el cual había servido en la marina inglesa durante las guerras napoleónicas. Luego se trasladó a América y acompañó a Miranda en la expedición de Ocumare y en otras pequeñas acciones. Entre 1810 y 1812 combatió en Venezuela. Más tarde se unió a Simón Bolívar, pero fue capturado por los españoles en el puerto neogranadino de Santa Marta. Tras fugarse en 1814 fue ascendido a teniente coronel y sirvió en la caballería. Luego, en 1815, se destacó durante el asedio español de Cartagena. A continuación lo encontramos en la Expedición de Los Cayos. Durante los siguientes años participó en numerosos combates en Venezuela, incluida la batalla de Carabobo en el año 1821, donde lo hizo con el grado de coronel y donde fue gravemente herido, aunque serviría aún dos años más en los ejércitos patriotas.
El tercer polaco que acompañó a Miranda en 1806 fue Izydor Borowski, un militar de padre noble y madre judía que, tras servir en los ejércitos napoleónicos, se unió primero al mencionado Miranda y más tarde a Bolívar. Con este fue a Jamaica en 1815 tras el fin de la Segunda República de Venezuela provocada por las derrotas contra los realistas. Un año después desembarcaría junto a Bolívar en Venezuela, siendo nombrado general en esa época. En 1819 llegó a Nueva Granada, participando de forma destacada en la batalla de Boyacá y en 1821 también en la de Carabobo. Después de esta, Borowski dejó América y se trasladó a Persia, sirviendo en Asia Central durante los siguientes años.
Tras Bergud, Martin y Borowski encontramos a otros polacos en Venezuela y Nueva Granada. Uno de ellos fue Juan Brigard, hijo de un oficial francés y de una polaca, sirvió varios años en los ejércitos napoleónicos, tras lo cual se trasladó a Venezuela en 1818. Una vez allí combatió bajo el mando de los generales José Francisco Bermúdez y Rafael Urdaneta, participando en los siguientes meses en varios combates tanto en Venezuela como en Nueva Granada y tomando parte en 1821 en la batalla de Carabobo, tras la cual se destacó en otras acciones, como el sitio de Cumaná.
El mismo año que Brigard arribó a Venezuela también lo hizo un tal Margeski, que sirvió brevemente bajo las ordenes del escocés Gregor MacGregor en la Legión Británica, al parecer en Panamá y Nueva Granada.
Poco después de la llegada de Brigard y Margeski a América lo hizo otro polaco, Fernando Siracosqui. Después servir en la Grande Armée Siracosqui llegó a Nueva Granada hacia 1819, sirviendo en varios cuerpos ya en aquel año, tomando el mando del pueblo de Suratá en octubre. En 1821, como otros polacos, estuvo presente en la batalla de Carabobo. Tras esto consiguió varios ascensos, llegando a ser comandante de un escuadrón de Húsares en 1826 y comandante de caballería en 1828. A partir de esta fecha guerreó en Nueva Granada junto a Tomás Cipriano de Mosquera contra los insurrectos y futuros presidentes José María Obando y José Hilario López. Fue en esta campaña donde Siracosqui encontraría la muerte por las heridas que sufrió durante un combate singular contra el teniente Juan Gregorio Sarria, hombre implicado meses después en el asesinado del mariscal Antonio José de Sucre.
Otro polaco, o quizás prusiano, que combatió en la Guerra de Independencia de Venezuela fue Ludwig Flegel. Después de combatir en las guerras napoleónicas viajó en 1819 a Margarita con un nutrido grupo de ingleses y alemanes. Después de servir en la costa venezolana, quedó adscrito al batallón Boyacá, donde llegó a ser teniente coronel. Luego lo encontramos en Cucutá y en la batalla de Carabobo. Tras esto fue ascendido a coronel y sirvió durante los siguientes años en Nueva Granada.
Tiempo después de la batalla de Carabobo, en 1822, llegó a Nueva Granada Miguel Rola, un polaco de origen noble y veterano de la Grande Armée. Este sirvió en el Estado Mayor de Bolívar y como edecán de José Antonio Páez. Junto a este participaría en la separación de Venezuela de la Gran Colombia y en el enfrentamiento con José Tadeo Monagas.
El último polaco que se unió a los ejércitos patriotas fue Carlos Bielikiewich. Llegado a Nueva Granada en 1825, quedó adscrito a un cuerpo de artillería, encontrándolo en 1827 como subteniente de una brigada de artillería en el Departamento del Istmo, la actual Panamá.
Por último, junto a estos polacos, encontramos a otros de los que tenemos escasa información como Fernando Kouskey, Kaminski, Rowicki y Skolimowski, todos ellos veteranos de la Grande Armée.
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sábado, 1 de junio de 2024
ESPAÑA INTENTA ERRADICAR LOS IDIOMAS INDÍGENAS DE AMÉRICA (1770)
Desde los comienzos de la dominación española de América se dieron ordenes desde la Corona para la enseñanza del castellano a los indios, sin embargo fue en la segunda mitad del siglo XVIII cuando se intentó la erradicación de las lenguas indígenas y la implantación del castellano como lengua única de toda la América española.
Todo comenzó en junio de 1769 cuando el arzobispo de México, Francisco Antonio de Lorenzana, escribió al rey de España, Carlos III, para manifestarle la necesidad de declarar al idioma castellano como único del imperio español en detrimento de las lenguas indígenas. Meses después, en octubre, Lorenzana desarrolló sus argumentos en una carta pastoral en la que atacaba a las lenguas indígenas de América y defendía al castellano como lengua única de los territorios del monarca español.
Comenzó Lorenzana su pastoral señalando que después de pasado tanto tiempo desde la conquista y tras la insistencia de que los indios aprendieran el castellano, en esos días aún se necesitaban intérpretes para los numerosos idiomas indígenas de las diócesis de Puebla, Oaxaca y México. Luego se lamentaba Lorenzana de que los españoles no hubieran impuesto su lengua como si hicieron en la Antigüedad los romanos a los pueblos que conquistaron.
A continuación el arzobispo decía que la existencia de varios idiomas en los dominios de un mismo soberano ayudaba a la propagación de motines y alborotos, ya que los conspiradores podrían tramar sin ser descubiertos. Seguidamente, Lorenzana señalaba que la existencia de un único idioma crearía hermandad entre sus hablantes, cosa que no sucede entre personas que no se entienden. Además, un idioma único sería muy útil para, entre otras cosas, el gobierno espiritual o el comercio. Igualmente, con una sola lengua sería más fácil olvidar las enemistades entre los distintos pueblos conquistados.
Seguidamente Lorenzana señalaba que los idiomas de los indios eran bárbaros en contraposición al hebreo, el griego y el latín. Luego indicaba el error de haber traducido la doctrina cristiana al mexicano, ya que así se hacía imposible que los naturales aprendieran el castellano, y se preguntaba si los párrocos podrían enseñar el castellano en pocos años.
Más adelante mencionaba Lorenzana la dificultad que tenían los párrocos poco instruidos en enseñar la doctrina cristiana en idiomas como el huasteco o el otomí, lo que podría devenir en la enseñanza de herejías. Asimismo, el arzobispo señalaba que era muy difícil desterrar la idolatría o realizar una confesión si el párroco no entendía los idiomas indígenas. Luego Lorenzana decía que deseaba que las ovejas entendieran la voz común de sus pastores, y que un idioma común ayudaría al virrey y al resto de gobernantes a entender las quejas de los indios.
Concluía el arzobispo diciendo que mantener aquellos idiomas era un capricho, una peste que infectaba los dogmas de la santa fe, además de los innumerables perjuicios que ocasionaba tanto a la iglesia como a las autoridades civiles. Por último, Lorenzana ordenaba a todos los párrocos y clérigos de su arzobispado a que por el bien de los indios en adelante tanto doctrina cristiana como el trato común se hiciera en castellano.
Poco después, Francisco Fabián y Fuero, obispo de Puebla de los Ángeles, utilizando estos y otros argumentos, ordenó en una pastoral que en adelante se enseñara a los indios el castellano.
Meses más tarde, en abril o mayo de 1770, según la fuente que se consulte, tras tratarse el asunto en el Consejo de Indias, el rey Carlos III, guiado por los argumentos de Lorenzana, publicó una Real Cédula en la que se hacía al castellano idioma “único y universal […] por ser el propio de los monarcas y conquistadores, para facilitar la administración” y la enseñanza espiritual a los naturales, para que estos “tomen amor a la nación conquistadora, destierren la idolatría, se civilicen para el trato y comercio”.
Para esto, Carlos III aprobó los medios recomendados por Lorenzana, es decir, que todos los párrocos y clérigos de América instruyeran a los indios únicamente en castellano. De este modo el rey ordenó a los virreyes del Perú, Nueva España y Nuevo Reino de Granada, gobernadores y justicias, y pidió a los arzobispos, obispos y a todo tipo de clérigos que cumplieran estas disposiciones “para que de una vez se llegue a conseguir el que se extingan los diferentes idiomas” que se usan en los dominios españoles “y solo se hable el castellano”.
Meses después, tras recibir la Real Cédula, Lorenzana en un edicto daba orden a los párrocos bajo su jurisdicción para que enseñaran el castellano a los indios, mencionando incluso que se les debería obligar a aprenderlo. Sin embargo, a pesar de esto y de que en los siguientes años se dieron ordenes para la enseñanza del castellano a los indios de América y Filipinas y para la eliminación de los idiomas indígenas, en la práctica todo quedó en papel mojado, pues, como han señalado varios autores, fue materialmente imposible dotar de maestros a una masa de varios millones de indios.
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