jueves, 27 de abril de 2023
LAS INVASIONES HOLANDESAS DE VENEZUELA (1598-1644)
Entre 1568 y 1648 tuvo lugar la Guerra de los Ochenta Años entre la Monarquía Hispánica y las Provincias Unidas de los Países Bajos. Tras los primeros años de esta guerra europea, los holandeses llevaron el conflicto al Nuevo Mundo, siendo el territorio español de la actual Venezuela uno de sus objetivos predilectos.
Ya en 1598 tenemos las primeras noticias de la presencia holandesa en las costas de Venezuela y de las Guayanas. En ese año cuatro barcos remontaron el río Orinoco en busca de oro hasta Santo Tomé de la Guayana. A partir de esas mismas fechas está constatada la presencia holandesa en la Punta de Araya, cerca de Cumaná, donde obtenían sal, muy importante para su economía y que ya no podían conseguir en la península ibérica debido a la guerra.
En un primer momento los españoles no tenían medios para enfrentarse a ellos. Luego pensaron en inundar las salinas o en construir fortificaciones. Finalmente optaron por crear una armada. Con ella en 1605 Luis Fajardo atacó a los holandeses de Araya en Ancón de Refriegas, donde también había flamencos e ingleses, y tras un duro combate apresó varias naves, quemó otras y ejecutó a los prisioneros.
A pesar de este duro golpe, entre 1606 y 1608 tenemos noticias de que el gobernador de la provincia de Venezuela, Sancho de Alquiza, hizo frente a contrabandistas holandeses. En esta época también se recuperó la idea de inundar las salinas de Araya e incluso se intentó despoblar Cumanagoto, en la provincia de Nueva Andalucía, para evitar que sus habitantes vendieran tabaco a los holandeses.
Poco después, en abril de 1609, los españoles y las Provincias Unidas firmaron una tregua por doce años. Durante este tiempo las incursiones holandesas en América, salvo alguna excepción, se detuvieron. Años más tarde, en 1621, tras no poderse prorrogar la tregua, los holandeses comenzaron una ofensiva a gran escala contra América. Así, durante los siguientes cuatro años los vemos asentándose o atacando lugares como las Guayanas, Salvador de Bahía, El Callao, Guayaquil, Nueva España o Puerto Rico. Como es natural, Venezuela no escapó a estos ataques.
Ya en septiembre de 1621 los holandeses volvieron a ser avistados en las inmediaciones de Araya. A partir de ese momento se produjeron varios enfrentamientos durante los siguientes meses, consiguiendo el gobernador Diego de Arroyo expulsarlos, comenzando a continuación a fortificar y a artillar el lugar.
A pesar de ello, a finales de noviembre de 1622 los holandeses regresaron a Araya. Los días 28 y 29 más de cuarenta naves enemigas cañonearon el fuerte improvisado de Araya, donde los españoles se habían atrincherado. El día 30 seiscientos holandeses desembarcaron y se aproximaron al fuerte, sin embargo, en las primeras escaramuzas los jefes enemigos cayeron y la tropa huyó hacia sus lanchas ante el fuego de los mosquetes españoles. A continuación, la artillería del fuerte abrió fuego contra los barcos holandeses, causándoles muchos daños.
Poco después el gobernador de Margarita envió una tropa de españoles e indios para reforzar la guarnición de Araya. A continuación, el 2 de diciembre los holandeses se ven reforzados por 16 nuevos barcos. Estos entonces exigieron a los españoles recuperar a sus muertos y a los prisioneros y la entrega del fuerte a cambio de no degollarlos. Diego de Arroyo rechazó estas exigencias y los holandeses no tuvieron más remedio que retirarse el día 8.
Sin embargo, la calma duró poco. El 13 de enero de 1623 llegó otra numerosa flota holandesa. Durante los siguientes dos días se produjo un intercambio de artillería. El 15 los holandeses se retiraron, aunque volvieron los siguientes días y realizaron dos desembarcos, pero fueron ahuyentados por los españoles.
Estas derrotas no detuvieron a los holandeses y en 1626, parte de la flota de Balduino Enrico, que solo unos meses antes había fracasado en la conquista de Puerto Rico, comenzó a hostilizar las costas venezolanas. El 22 de febrero tomaron e incendiaron el pueblo de Pampatar, en isla de Margarita. Luego los holandeses intentan atacar La Asunción, aunque la presencia de españoles y de flecheros indígenas les hicieron retirarse. De allí se dirigieron a las islas de Coche y Cubagua y a continuación a Mochima, donde incendiaron algunos poblados. Seguidamente fueron a Araya, donde tomaron sal y se enfrentaron a los españoles del fuerte, para luego retirarse. Pero esto no significó la calma para los españoles y durante ese año estuvieron preparándose para un posible ataque anglo-holandés a Cumaná y Araya que nunca se produjo.
Años después, en diciembre 1629, una flota de 19 naves holandesas, capitaneada por Adriaen Janszoon Pater y bajo los auspicios de la Compañía de las Indias Occidentales, remontó el río Orinoco hasta Santo Tomé. Sus habitantes, ante la imposibilidad de defenderla y temerosos de que los holandeses la ocuparan, incendiaron la pequeña ciudad. A pesar de ello, los invasores intentaron construir durante los siguientes días una fortaleza, sin embargo, el hostigamiento continuo de los lugareños les causaron numerosas bajas, por lo que reembarcaron y volvieron al mar, para luego ir a atacar Santa Marta, en Colombia.
Tiempo después, en 1631, el capitán Benito Arias Montano, tras realizar una gran matanza de enemigos, desalojó a los holandeses que explotaban la sal de isla La Tortuga desde hacía un tiempo. Más tarde, en agosto de 1633, Arias Montano, gobernador por entonces de Nueva Andalucía, con una tropa de más de 350 españoles e indios flecheros atacó un fuerte holandés construido en el río Unare, en el continente. Pese a la artillería enemiga y al ancho foso, los españoles tomaron el fuerte, mataron a muchos de sus ocupantes y capturaron a otros. A continuación, los holandeses y sus aliados indígenas contraatacaron, pero fueron rechazados. Finalmente, los españoles quemaron el fuerte y las edificaciones salineras. Poco después, en septiembre, Arias Montano debió expulsar nuevamente a los holandeses de La Tortuga, y pese a que inundó las salinas para evitar que regresaran, tuvo que volver a expulsarlos en 1634.
A mediados de ese año, tras los golpes de Araya, La Tortuga y Unare, los holandeses, necesitados de sal para su industria del salazón, pusieron sus ojos en las islas de Sotavento. A finales julio una flotilla comandada por el holandés Johannes van Walbeeck arribó a Curaçao, aunque allí debieron hacer frente a la tenaz resistencia de la pequeña guarnición española. Finalmente, tras varios combates, el capitán Lope López de Morla no tuvo más remedio que rendirse. De inmediato los holandeses comenzaron a fortificar su posición con la construcción de varios fuertes, tomando las islas vecinas de Bonaire y Aruba tiempo después.
Más tarde, a principios de 1637, los españoles expulsaron a los holandeses que se habían asentado en las islas de Trinidad y del Tabaco, la actual Tobago. En los siguientes meses vemos como las autoridades de Santo Tomé avisaron al rey de que los holandeses estaban penetrando en la región del Orinoco desde sus asentamientos de Esequibo y Berbice. Los españoles solicitaron ayuda ante una inminente invasión, la cual se produjo en julio. Ese mes, desde su base de Esequibo, los holandeses y sus aliados caribes, aprovechando que la ciudad de Santo Tomé estaba siendo trasladada, la asaltaron, saquearon e incendiaron como represalia por el ataque a Trinidad y Tabaco. Poco después, en octubre, los holandeses atacaron San José de Oruña, capital de Trinidad.
A continuación, ya en 1638, volvemos a encontrar al gobernador Arias Montano en La Tortuga. En mayo los españoles llegaron a la isla en una flotilla de piraguas, asaltaron el fuerte construido por los holandeses y degollaron a decenas de ellos, para, a continuación destruir todas las construcciones. Aún así, en marzo de 1639, Arias Montano debió volver a La Tortuga para alejar a los holandeses.
Durante los siguientes años tenemos referencias a nuevos ataques holandeses a Araya, Santo Tomé, Trinidad y Unare. Este último caso fue quizás el más grave. En agosto de 1640 los españoles liderados por Juan Orpín, junto a un contingente de indios cumanagotos, emboscaron a los holandeses y, tras masacrarlos, tomaron el fuerte que habían construido, mientras el resto de enemigos huyó en sus barcos. Luego, Orpín decidió cegar la salina para evitar el regreso de los holandeses.
Un año después los holandeses de Curaçao penetraron en el lago de Maracaibo y asaltaron varias poblaciones, entre ellas Gibraltar, para luego abandonar aquellas aguas. Como respuesta por este ataque, el gobernador de la provincia de Venezuela, Ruy Fernández de Fuenmayor, desembarcó en Bonaire en octubre de 1642 y tomó la isla tras la huida de los holandeses. A continuación, ante la imposibilidad de retener la conquista, incendió todo antes de regresar a su base. Como represalia por este ataque los holandeses atacaron Puerto Cabello en noviembre y Coro en diciembre.
Posteriormente hay algunas noticias sobre incursiones holandesas en La Guaira y en las salinas de Guaranao, aunque con la firma del Tratado de Paz de Münster entre españoles y holandeses en 1648 los ataques a Venezuela cesaron casi por completo.
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sábado, 22 de abril de 2023
EL BRASILEÑO QUE PUDO SER REY DE ARGENTINA, URUGUAY Y MÉXICO
Durante el primer medio siglo de vida de las repúblicas hispanoamericanas surgieron decenas de proyectos para instaurar monarquías en aquellos países, alguno de los cuales llegó a materializarse. Entre estos proyectos, como veremos, existe un caso singular, el del infante Sebastián Gabriel de Borbón y Braganza.
Sebastián nació en 1811 en Río de Janeiro, donde la familia real portuguesa se había refugiado a causa de la invasión napoleónica de Portugal. Fue hijo de los infantes Pedro Carlos de Borbón y María Teresa de Braganza, y bisnieto y nieto de varios reyes de España y Portugal, aunque él estaba a priori destinado a ser un segundón sin opción a reinar. Sin embargo, a lo largo de su vida pudo reinar tres veces en tres países distintos.
La primera oportunidad de reinar se le presentó a Sebastián en 1818, cuando aún era un niño. En esa época la Banda Oriental, el actual Uruguay, estaba ocupada por los portugueses. Esto llevó a una disputa con los patriotas del Río de la Plata y con España, que reclamaban aquel territorio. Para solucionar esto y contentar a todas las partes, los portugueses pensaron en coronar en los territorios del Río de la Plata a un infante hispanoportugués, Sebastián. Así se garantizaba la independencia de la región, pero siendo gobernada por un príncipe emparentado con las casas de Borbón y Braganza.
Para realizar este proyecto los portugueses movilizaron a su diplomacia y buscaron el apoyo de los agentes porteños en Río de Janeiro y en Europa con la intención de llevar este plan a Aquisgrán, donde las potencias europeas iban a celebrar un congreso en otoño, y conseguir que estas lo adoptaran. Sin embargo, el congreso no decidió nada al respecto.
Paralelamente los portugueses propusieron la entronización de Sebastián a Juan Martín de Pueyrredón, Director Supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata, el cual, al parecer, recibió la idea con entusiasmo, aunque creía que no era el momento oportuno. Poco después, en febrero de 1819, iguales proposiciones fueron hechas al exDirector Carlos María de Alvear, el cual, según los informes portugueses, también sería partidario de la entronización de Sebastián. Ya en mayo, los portugueses volvieron a proponer la coronación de Sebastián a Valentín Gómez, el enviado de las Provincias Unidas a Francia, sin embargo, durante los siguientes meses el proyecto pareció caer en el olvido.
Aunque meses después, a finales de ese año o principios de 1820 apareció en Francia un opúsculo titulado Las Provincias de la Plata erigidas en Monarquía. En este texto se abogaba por coronar a Sebastián en el Río de la Plata como único medio de restablecer la paz en la región y se apuntaba que su entronización era deseada por el gobierno de Buenos Aires. También se señalaba que, ante la imposibilidad española de reconquistar aquellos territorios, lo mejor sería verlos gobernados por un rey medio español.
A continuación, junto a este opúsculo, aparecía una supuesta nota dirigida en 1818 por el rey portugués Juan VI a los delegados del Congreso de Aquisgrán. En esta nota el monarca defendía la instauración de su nieto Sebastián como rey de las Provincias Unidas del Río de la Plata como la única forma que tenían los rioplatenses de recuperar Montevideo de manos lusitanas y de obtener el reconocimiento español a su independencia.
Tiempo después, en julio, encontramos las últimas noticias sobre el proyecto de entronizar a Sebastián en Buenos Aires. Se trata de una comunicación del portugués Carlos Federico Lecor, barón de la Laguna, a la corte de Río de Janeiro. En este escrito se dice que los porteños José Ignacio Grela y Gregorio Tagle, desde su refugio de Montevideo, solicitaban a Juan VI que el infante Sebastián se convirtiera en rey de las Provincias Unidas.
Años más tarde, en 1833, vuelve a aparecer el nombre de Sebastián, esta vez en el Estado Oriental del Uruguay. En noviembre de ese año el embajador de la Confederación Argentina en Londres, Manuel Moreno, envió a su gobierno una comunicación de la Legación mexicana en París en la que se mencionaba una propuesta uruguaya para coronar a Sebastián.
Según esta nota, tal iniciativa, fechada hacia finales de 1831 o principios 1832, “se transmitió de Montevideo al Gabinete de Madrid por el finado [Nicolás] Herrera y su partido, pidiendo encarecidamente al Infante D. Sebastián para Rey del Estado Oriental”. Aunque, según la misma nota, los españoles habrían rechazado la propuesta debido a la pequeñez de aquel territorio.
Semanas más tarde, a principios de 1834, se difundió la noticia de los supuestos planes orientales, lo que provocó un gran revuelo. Ante esta situación el ministro de Relaciones Exteriores oriental y cuñado de Herrera, Lucas Obes, escribió una nota en febrero negando cualquier intención de su gobierno de instaurar una monarquía en Uruguay y señalando el origen de esas intrigas en “los delirios de un particular difunto” o en “las equivocaciones posibles de un Ministro que no es infalible,...”. Años después, incluso el historiador uruguayo Andrés Lamas calificaría la comunicación de Moreno de patraña.
Lo siguiente que sabemos de Sebastián es que durante los siguientes años combatió junto a don Carlos en la guerra entre este y su sobrina, Isabel II, por el trono de España. A continuación, tras la derrota de los carlistas, Sebastián se exilió en el Reino de las Dos Sicilias, de donde su mujer era princesa. Allí pasó cerca de veinte años hasta que en 1859 reconoció a Isabel II y le juró obediencia, pudiendo así Sebastián regresar a España.
Tiempo después, en 1861, cuando las potencias europeas estaban decididas a intervenir en México y a instaurar una monarquía allí, surgió de nuevo el nombre de Sebastián. El antiguo carlista tuvo el apoyo de ciertos sectores absolutistas españoles. Así, en la prensa que defendía su candidatura, podemos ver elogios a la prudencia, valor y amor a las artes del infante hispanoportugués.
Según algunas noticias, luego desmentidas por ciertos periódicos, hacia septiembre u octubre de ese año, el gobierno español habría presentado a Napoleón III la candidatura de Sebastián para ser rey de México, pero esto extrañó al Emperador de los Franceses, el cual se sorprendió de que Isabel II prefiriera al infante antes que a su propia hermana, otra de las candidatas al trono mexicano. Este contratiempo hizo que el gobierno español se olvidara de la candidatura de Sebastián, aunque cierta prensa mantuvo viva su candidatura.
Fuera cierta o no la propuesta del gobierno español, el rumor llegó a los mexicanos. Así, Matías Romero, Encargado de Negocios de la república mexicana en Washington, comunicó en noviembre a William Seward, Secretario de Estado de Estados Unidos, que sabía de manera fidedigna que los planes del Gabinete de Madrid eran instaurar como rey de México a Sebastián. A esto respondió Seward que si eso fuera cierto propondría al presidente Lincoln enviar agentes a México para oponerse a los planes españoles.
Finalmente, el elegido para ocupar el trono de México fue el archiduque Maximiliano, trastocándose así la tercera y última oportunidad de Sebastián para ser rey.
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viernes, 14 de abril de 2023
1829, EL PLAN ECUATORIANO PARA ATACAR LAS ISLAS FILIPINAS
Durante las guerras de independencia de América Latina y con posterioridad a estas, las jóvenes repúblicas, para atacar a su antigua metrópoli, pusieron en su mira a las islas Filipinas, posesión española en el Lejano Oriente. Ya en 1818, La Argentina, un navío de las Provincias Unidas del Río de la Plata incursionó en aguas de aquel territorio. Poco después, entre 1819 y 1822, Thomas Cochrane y Bernardo O'Higgins planearon invadir las Filipinas y años más tarde Simón Bolívar también pensó en independizarlas.
Sin embargo, es poco conocido que tiempo después la idea de atacar las Filipinas volvió a aparecer. En esta ocasión el que planeó expedicionar a las Filipinas fue el venezolano Juan José Flores, Prefecto General del Distrito del Sur de la Gran Colombia, el actual Ecuador.
La primera noticia que tenemos al respecto es del 20 de noviembre de 1829. En esa fecha Flores, desde Guayaquil, escribió a Bolívar, presidente de la Gran Colombia, para informarle que, dadas las dificultades económicas por las que atravesaba su Distrito, para mantener sus fuerzas navales había ideado enviar una expedición a Manila, capital de las Filipinas.
Continuaba Flores diciendo que su plan era enviar a Manila al bergantín Adela y a la goleta Guayaquileña a las órdenes del irlandés Thomas Charles Wright, veterano marino de las guerras de independencia. Según Flores, tenía noticias de que por entonces en Manila no había buques de guerra españoles, por lo que sería fácil “hacer presas de consideración”. Por último, Flores pedía a Bolívar su aprobación para llevar a cabo este plan.
Ese mismo día Flores escribió a José Domingo Espinar, Secretario General de Bolívar, para informarle también de este plan. En esta carta añadía que la expedición podría hacerse a cuenta del Gobierno o por particulares, es decir, por corsarios. Luego decía que con las presas que se consiguieran en Manila se podrían mantener los buques de guerra surtos en Guayaquil. Para finalizar, señalaba que con esta incursión “sería fácil hacer creer a los españoles que se meditaba una expedición formal contra las posesiones que tienen en Asia, lo cual podía poderosamente influir para que se reconociese la Independencia de Colombia,...”.
Días después, el 12 de diciembre, Bolívar respondió a Flores desde Popayán. En esta carta el Libertador aprobaba la expedición a Filipinas, pero con varias condiciones, resumidas en que el gobierno no haría ningún gasto en la misma y que los barcos deberían ser asegurados. Luego señalaba Bolívar que no estaba de acuerdo con que Wright dirigiera la expedición, pues desconfiaba de su capacidad como marino. Por último, Bolívar advertía a Flores de que los españoles habían enviado últimamente fuerzas marítimas a Manila.
Semanas más tarde, el 5 de enero de 1830, Flores escribió una nota a Espinar indicándole que los interesados en realizar la expedición a las Filipinas no tenían inconvenientes en las condiciones impuestas por Bolívar, salvo en la de asegurar los barcos, un gasto que en caso de perdida de estos, era inasumible para ellos.
Un día después Flores escribió a Bolívar para comunicarle lo mismo, añadiendo que el preferiría que la expedición fuera organizada por el Estado, ya que solo habría que gastar dinero en los víveres. Luego señalaba que dado que la expedición no demandaba “grandes conocimientos ó capacidad mental” había pensado en Wright, hombre honrado y de gran valor. Por último, Flores esperaba que Bolívar le dijera lo que tenía que hacer y dejaba en sus manos la decisión última sobre la realización de la expedición.
Tras esto no tenemos más noticias sobre la expedición y todo hace indicar que la dimisión de Bolívar y la disolución de la Gran Colombia meses después debieron hacer a Flores olvidarse de sus planes. Sin embargo esta no sería la última vez que desde Latinoamérica se planeara atacar las Filipinas, ya que como vimos en otro video, años más tarde, en 1866, chilenos y peruanos, en guerra con España, también proyectaron una expedición a aquellas islas.
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viernes, 7 de abril de 2023
COLOMBIA Y LA GUERRA DE LA TRIPLE ALIANZA
Desde que a finales de 1864 se desencadenó la Guerra de la Triple Alianza varios países del continente se solidarizaron con Paraguay y se posicionaron contra Argentina, Brasil y Uruguay y contra el tratado firmado por las tres naciones. Este fue el caso de los Estados Unidos de Colombia que, guiados por sentimientos americanistas y pese a la distancia y a los pocos nexos que les unían con Paraguay, le mostraron su apoyo durante el conflicto.
Una de las primeras noticias que tenemos sobre el apoyo colombiano a Paraguay es de finales de agosto de 1866. En esas fechas el Secretario de lo Interior y Relaciones Exteriores de Colombia, José María Rojas, manifestó que el Tratado de la Triple Alianza entrañaba “una cuestión de gravísima trascendencia para la América”.
Poco después, el 2 de septiembre, el mismo día que el presidente de Colombia, Tomás Cipriano de Mosquera, invitaba al presidente de Paraguay, Francisco Solano López, a un congreso americano, Rojas dirigió una nota de protesta a los gobiernos de la Triple Alianza.
En primer lugar, se criticaba a los aliados por hacer la guerra al Paraguay al mismo tiempo que España amenazaba a las repúblicas del Pacífico. En segundo lugar, Rojas mostraba su desacuerdo con el Tratado de la Triple Alianza, el cual podría significar “la desmembración del Paraguay, ó el aniquilamiento de su soberanía é independencia” y advertía que Colombia no podría permanecer indiferente si tal acto se consumase. Y en tercer lugar, pese a que se reconocía el derecho de los aliados a hacer la guerra a Paraguay, el gobierno de Colombia se mostraba contrario a que esta guerra pudiera conllevar la destrucción de la soberanía e independencia de una nación americana.
Más tarde, en mayo 1868, en el informe que João Silveira de Sousa, Ministro brasileño de Relaciones Exteriores, presentó a la Asamblea General Legislativa de su país podemos leer que las críticas colombianas eran injustas y se señalaba que ninguno de los aliados había respondido a aquella nota.
Semanas antes de esto, siendo presidente Santos Acosta, el nuevo Secretario de lo Interior y Relaciones Exteriores de Colombia, Carlos Martín, presentó en el congreso colombiano una memoria en la que se refería a Paraguay como “heroico país” y en la que se recordaba que aún no habían obtenido respuesta a su protesta de septiembre de 1866, aunque señalaba que el embajador brasileño le había manifestado varias veces su disposición a dar cualquier explicación sobre el Tratado de la Triple Alianza.
Por último, terminaba Martín diciendo que “si la Providencia con su ayuda […] asiste á la heroica cuanto pequeña Nación que valientemente combate enclavada entre sus pertinaces enemigos, pronto cesará la necesidad de que las otras naciones americanas […] vuelvan eficazmente sus miradas y lleven su acción á las riberas del Plata”.
Esta última frase, que encerraba una amenaza velada a los aliados, provocó las protestas brasileñas. Así, el 14 de abril, el enviado de Brasil en Colombia, Joaquím María Nascentes de Azambuja, remitió una nota al colombiano Santiago Pérez, Secretario de lo Interior y Relaciones Exteriores del gobierno de Santos Gutiérrez, en la que señalaba que esas manifestaciones eran impropias de un país neutral. A esto respondieron las nuevas autoridades colombianas desvinculándose de las declaraciones de Martín y manifestando la vigencia de las buenas relaciones entre ambos países.
A pesar de lo anterior, un año más tarde, el 31 de marzo de 1869, la Cámara de Representantes de Colombia emitió una declaración de simpatía hacia Paraguay que decía así:
“La Cámara de Representantes de los Estados Unidos de Colombia admira el glorioso patriotismo, la inquebrantable constancia y el indómito valor con que la República del Paraguay defiende años ha su soberanía, su independencia y libertad, y con ellas la gran causa americana; y presenta por ello el testimonio de sus simpatías a dicha nobilísima República”.
Esta declaración, como es natural, conllevó una nueva protesta brasileña, aunque el nuevo Secretario de lo Interior y Relaciones Exteriores colombiano, Antonio Pradilla, quiso quitarle importancia al asunto.
Más tarde, en febrero de 1870, a pocas semanas del final de la guerra, se planteó en la Cámara de Representantes de Colombia la promulgación de una ley en la que se plasmara la admiración del pueblo colombiano por el Mariscal López y su lucha. Sin embargo, la promulgación de esta ley tuvo detractores y las discusiones fueron arduas. Estaban los que querían homenajear en la ley la lucha del pueblo paraguayo y de su presidente, pero había quienes querían excluir a López del texto por estar en desacuerdo con algunas de sus conductas. Al final se impuso esta opinión y el proyecto fue rechazado días más tarde por el Senado.
Poco después, el 1 de marzo, López murió en el combate de Cerro Corá, acabando así la guerra. Tras conocerse la noticia en Colombia, se reactivó el proyecto rechazado en febrero. Así, a finales de junio, siendo presidente de Colombia Eustorgio Salgar, el congreso promulgó un “decreto en honor del pueblo paraguayo y de la memoria de su presidente, mariscal Francisco Solano López”. En este decreto se expresaba la admiración del congreso colombiano por la heroica resistencia del pueblo paraguayo contra los aliados y se lamentaba la muerte del mariscal López.
De semanas más tarde es un texto del presidente Salgar y del nuevo Secretario de lo Interior y Relaciones Exteriores colombiano, Felipe Zapata, en el que se ofrecía la nacionalidad colombiana a todo paraguayo que llegara a Colombia en el caso de que Paraguay dejara de existir a causa de la guerra.
Estas muestras de solidaridad han quedado en la memoria paraguaya hasta el presente, tanto es así que en 2016 el Congreso de Paraguay emitió una declaración en reconocimiento del apoyo colombiano durante la Guerra de la Triple Alianza.
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