Es sabido que antes y durante la Segunda Guerra Mundial los tentáculos del espionaje nazi se extendieron por todas partes, sin embargo es poco conocido que un paraguayo, Andrés Blay Pigrau, formó parte de una amplia red de espionaje alemán que operaba en España y Sudamérica.
Blay nació en 1892 en Asunción en el seno de una familia de inmigrantes catalanes. Más tarde el joven paraguayo se instaló en España. En 1912 Blay, estudiante de medicina, fue incorporado al Consulado General del Paraguay en Barcelona como canciller ad honorem, en 1920 ascendió a vicecónsul y en 1926 a cónsul.
Durante la Guerra Civil Española encontramos a Blay ayudando a huir de Barcelona a prominentes fascistas, sin embargo, el paraguayo no se convirtió en agente alemán hasta 1942, algo que conocemos gracias a las investigaciones que el MI5 británico hizo sobre él.
Según estas averiguaciones Blay se enemistó con importantes funcionarios de su país, por lo que tenía intención de viajar a Paraguay para solucionarlo y obtener instrucciones de su gobierno, aunque la difícil situación económica de la posguerra española y de la Segunda Guerra Mundial no le permitía sufragar aquel viaje.
En aquella misma época, en abril de 1942, la mujer de Blay enfermó de tifus y el paraguayo solo pudo conseguir medicinas para su esposa de los alemanes. En el consulado alemán el paraguayo conoció a uno de sus trabajadores, Horst Müller, el cual le proporcionó las medicinas. Müller era en realidad un importante agente de la Abwehr, el servicio de inteligencia militar alemán, y el que se encargará de reclutar a Blay.
En lo sucesivo, el agradecido Blay, comenzó a frecuentar a Müller y así pudo conocer al cónsul Friedrich Rüggeberg y a Gustav Fock, alias “Blanco”, ambos agentes de los servicios de inteligencia de Alemania. Tras varias conversaciones, Müller fue conocedor de las dificultades económicas que Blay tenía para viajar a Paraguay, por lo que le ayudó a conseguir el dinero y el pasaje para su viaje a través de agentes alemanes radicados en Lisboa. En ese instante, aunque Blay no fuera aún consciente, ya había sido reclutado por los alemanes para la sección naval de la Abwehr.
Poco después, en junio, en una reunión Müller pidió a Blay que, durante su viaje a Asunción y al regreso del mismo, obtuviera información sobre la navegación en el puerto de Buenos Aires. Este interés alemán en aquel puerto lo podríamos relacionar con los planes que desarrolló en las mismas fechas el Jefe del Arma Submarina alemana, Karl Dönitz, para atacar a los mercantes que navegaran por el Río de la Plata. Aunque esto solo es una conjetura.
Luego, en julio, Blay se trasladó a Madrid para conseguir los visados para su viaje. Allí mantuvo varias reuniones con el agente “Blanco”, el cual le informó sobre su misión en Sudamérica. Esta era la de obtener información sobre los barcos mercantes y de guerra que hubiera en el puerto de Buenos Aires, así como de su nacionalidad, tonelaje y carga, en especial si era carne o cereales con destino a países aliados. Y aunque Blay ponía excusas para no realizar esta misión, “Blanco” siguió dándole instrucciones y le enseñó el modo de codificar esa información para ser transmitida a Europa.
Después, en agosto y septiembre, ya de regreso a Barcelona, Blay tuvo nuevas reuniones con Müller, en las que este le mostró sus instrucciones y le comunicó la intención alemana de utilizarlo como agente en Sudamérica en el caso de que Argentina rompiera relaciones con Alemania. Por entonces, la inteligencia británica ya había interceptado varios mensajes alemanes que trataban sobre Blay, y en los que los agentes nazis se referían a él con los nombres en clave de “Médico” y “Valentín”.
Luego, a finales de septiembre, Blay viajó a Bilbao para embarcar hacia Sudamérica. Allí un policía conocido como Santiago le entregó una carta que debía llevar a Buenos Aires, la cual cosió en sus pantalones. Además el policía le dio los nombres de dos agentes que trabajaban como correos para los alemanes y que eran parte de la tripulación del barco que debía llevarle a Sudamérica.
Estos agentes eran Jesús Aguilar y Bernardino Solana, con los que Blay debía contactar durante la travesía utilizando una contraseña. Según creyeron posteriormente los británicos, estos agentes debían entregar al paraguayo dinero y sus instrucciones en forma de microfotografías.
Blay embarcó a principios de octubre en el transatlántico Cabo de Buena Esperanza. Durante la travesía, a pesar de sus instrucciones, no habló con sus contactos. Poco después, a mediados de mes el transatlántico hizo escala en Port of Spain, en la isla de Trinidad. Allí los británicos le sometieron a una inspección aparentemente rutinaria, aunque no encontraron nada.
Pero lo que Blay no sabía es que los británicos ya tenían información sobre él y que una fuente secreta le había señalado. Esta fuente quizás se tratara de Aguilar, reclutado por los británicos en algún momento de la guerra y que actuaba como doble agente. Así, Blay fue desembarcado y en un primer interrogatorio el día 25 afirmó que se dirigía a Paraguay por motivo de su cargo y por asuntos familiares. Pero esto no engañó a los británicos, que le detuvieron y le recluyeron en el campo de internamiento de St. James, a las afueras de Port of Spain.
Allí, al ser registrado, los británicos encontraron escondida en sus pantalones la carta que le entregó Santiago. Esta misiva estaba escrita por el reconocido agente alemán Joaquín Baticón e iba dirigida a José Valles, trabajador del consulado español en Buenos Aires, agente alemán y persona muy cercana al general Friedrich Wolf, agregado militar alemán en Argentina y también espía. En esta carta Baticón indicaba a Valles que Blay era de absoluta confianza y le pedía que le ayudara durante su estancia en Buenos Aires. Además, Baticón mencionaba a otros dos agentes alemanes que operaban en Argentina, Manuel Pérez y Horacio Peña.
A continuación, los británicos decidieron enviar a Blay a Inglaterra para que allí continuaran las pesquisas. En enero de 1943 el paraguayo llegó a Inglaterra y fue interrogado en Latchmere House, cuyo nombre en clave era Camp 020, lugar donde el MI5 investigaba a los agentes enemigos. Allí Blay acabó por confesar que era un agente alemán. Luego fue internado en Huntercombe, nombre en clave Camp 020R.
Durante los siguientes meses Blay fue interrogado minuciosamente varias veces más. En dichos interrogatorios el paraguayo dio los nombres de otros agentes, algunos de los cuales, como Baticón, serían detenidos con posterioridad. En ese tiempo incluso el FBI se interesó por él y los británicos concluyeron que en su misión de espionaje el paraguayo no había sido instruido para realizar sabotajes.
La información proporcionada por Blay durante los interrogatorios evidenció ser de gran importancia operativa y demostró por un lado la amplia extensión de la red de agentes alemanes en Sudamérica y por otro que el espionaje alemán utilizaba los servicios consulares y los navíos españoles para sus operaciones.
Finalmente, tras acabar la guerra, Blay sería liberado en septiembre de 1945. Los ingleses le deportaron y le embarcaron rumbo a Buenos Aires. Pero aquí no acabó su historia. Durante los siguientes meses británicos y estadounidenses siguieron los pasos de Blay.
Así, a mediados de octubre un miembro de la embajada de Estados Unidos en Argentina informó a su gobierno que cinco peligrosos agentes alemanes liberados por los británicos, entre los que se encontraba Blay, se dirigían a Buenos Aires y señalaba el riesgo de esta llegada. Blay arribó a Argentina el 23 de ese mes. De inmediato fue detenido por la policía argentina y deportado a Paraguay con posterioridad.
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