Están de sobra acreditadas las diferencias, rivalidades y animadversiones entre algunos de los Libertadores de América, pero es menos conocida la antipatía y el desafecto que Simón Bolívar sentía hacia Agustín de Iturbide, Libertador y primer Emperador de México.
Sí con otros próceres de la independencia americana la antipatía nació por diferencias en cuanto a la conducción de la guerra y el gobierno de los nuevos Estados, la hostilidad de Bolívar hacia Iturbide surgió cuando este, al ser coronado, traicionó los valores republicanos y liberales de las nuevas naciones.
Por las cartas de Bolívar y sus más estrechos colaboradores podemos ver como al principio el venezolano se alegraba por los éxitos de Iturbide, incluso en febrero de 1822 escribía al General Santander que “si Iturbide se declara Emperador es lo mejor del mundo”. En mayo, tras su proclamación como emperador, Iturbide escribió a Bolívar, al que se refería como amigo, para comunicárselo y para señalar que esto no alteraría la buena armonía entre Colombia y México.
En septiembre Bolívar recibía noticias sobre la coronación en julio de Iturbide y escribía a Santander contrariado, a diferencia del entusiasmo que mostraba meses atrás, y señalaba que la proclamación se había realizado por la fuerza. En su respuesta, Santander pronosticaba que, como así fue, el reino de Iturbide acabaría mal. Por su parte, el embajador José Rafael de Revenga, vaticinaba los alzamientos republicanos contra Iturbide, pronostico que también se cumplió.
En otra carta de Bolívar a Santander podemos leer: “...es muy posible que la anarquía suceda al imperio español. ¡Qué locura la de estos señores que quieren coronas (…), sin mérito, sin talentos, sin virtudes! ¡Quieren coronas (…) para entronizar la incapacidad y el vicio, y para distraer al verdadero patriotismo y el odio a los españoles”.
Paralelamente podemos ver una resistencia en las autoridades colombianas a reconocer al emperador mexicano a través de Miguel Santa María, enviado grancolombino a México, lo que agrió las relaciones diplomáticas entre ambos Estados.
A finales de septiembre, Bolívar escribió al político Fernando Peñalver y decía lo siguiente: “Mucho temo que las cuatro planchas cubiertas de carmesí, que llaman trono, cuesten más sangre que lágrimas, y den más inquietudes que reposo. Están creyendo algunos que es muy fácil ponerse una corona y que todos los adoren; y yo creo que el tiempo de las monarquías fué, y que hasta que la corrupción de los hombres no llegue á ahogar el amor á la libertad, los tronos no volverán á ser de moda en la opinión”. Al día siguiente el Libertador, en una carta a Antonio José de Sucre, se refería a los gobernantes de Buenos Aires como demagogos y a los de Chile, Lima y México como tiranos.
A continuación, en marzo de 1823, tras meses de silencio sobre el emperador de México, Bolívar escribió a Santander desde Guayaquil lo siguiente: “Nadie detesta más que yo la conducta de Itúrbide; pero no tengo derecho de juzgar su conducta. Pocos soberanos de Europa son más legítimos que él y que puede ser que no sean tanto”. Seguidamente, a pesar de su antipatía hacia Iturbide, Bolívar calificaba de censurable la actitud de Santa María, el cual, al parecer, estaba involucrado en una conspiración contra el Emperador mexicano.
En abril, Bolívar, haciéndose eco de las revueltas contra Iturbide y sin saber que este había abdicado en marzo, escribía de nuevo a Santander: “El que no está con la libertad, puede contar con las cadenas del infortunio y con la desaprobación universal”. En Julio, Santander escribía con satisfacción a Bolívar que “la farsa de Iturbide ha desaparecido” y señala “la prudencia del gobierno en dilatar sus relaciones con el Emperador Agustín” en vista del destino de este.
En septiembre Bolívar se hallaba en Perú donde le fue entregada la suprema autoridad política y militar para oponerse al presidente José de la Riva-Agüero que se encontraba enfrentado al Congreso de su país. En esas fechas, en un banquete en su honor, Bolívar en su discurso lanzó un alegato en pro del republicanismo en los siguientes términos: “Porque los pueblos americanos no consientan jamás elevar un trono en todo su territorio; que así como Napoleón fué sumerjido en la inmensidad del Océano, y el nuevo Emperador Iturbide derrocado del trono de Méjico, caigan los usurpadores de los derechos del pueblo americano, sin que uno sólo quede triunfante en toda la dilatada extensión del Nuevo Mundo”.
Un año más tarde, después de su abdicación y de su periplo por Europa, Iturbide regresó a México, donde fue capturado y ejecutado. Bolívar escribió a Santander contándole la noticia y manifestándole su alegría por la ejecución del ex Emperador ya que podría causar nuevos problemas en el país.
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