El 22 de septiembre de 1866 la Triple Alianza sufrió un descalabro en las trincheras de Curupaytí de tal magnitud que a punto estuvo, como veremos, de romper la coalición y dar la victoria en la guerra a los paraguayos.
Todo empezó en Curuzú. Tras la toma del Fuerte de Curuzú por parte de los brasileños a principios de septiembre, los ejércitos aliados, en lugar de proseguir su avance y tomar fácilmente la batería de Curupaytí, como habían pensado en mayo y como acordaron en agosto, permanecieron inactivos mientras sus líderes discutían los planes a seguir, aunque su escuadra siguió bombardeando las posiciones paraguayas.
El día 8 se reunieron Bartolomé Mitre, Presidente de Argentina y General en Jefe de los aliados, Venancio Flores y Polidoro Jordão y planearon atacar Curupaytí el día 17. La escuadra bombardearía las posiciones paraguayas para inutilizar su artillería. Luego, un ejército de 18 o 20.000 hombres atacaría las líneas paraguayas mientras que la caballería aliada, comandada por Flores, rodearía a los paraguayos por su izquierda y provocaría una batalla en la retaguardia que permitiría tomar Curupaytí y a continuación seguir hasta Humaitá. Por último, el Mariscal Polidoro aguardaría con el resto del ejército para poder acudir al frente en caso necesario. Poco después el Barón de Porto Alegre y el Almirante Tamandaré darían su visto bueno a este plan.
Mientras tanto, aprovechando la inactividad aliada, los paraguayos primero se establecieron en una trinchera a medio camino entre Curuzú y Curupaytí, pero el día 8 el Mariscal López, para proteger Humaitá, ordenó la fortificación de Curupaytí. Los planes de fortificación se atribuyen a Francisco Wisner de Morgenstern y a George Thompson, aunque el Coronel paraguayo Centurión en sus Memorias niega la autoría de este último. De inmediato se aumentó la guarnición y de día y de noche se excavaban trincheras, se cortaban árboles y se construían plataformas para los cañones.
A continuación, según cuenta Centurión, para ganar tiempo con el que acabar las fortificaciones de Curupaytí, López propuso a Mitre una entrevista. De este modo, durante un par de días se interrumpieron los bombardeos aliados y el día 12 tuvo lugar una conferencia entre ambos presidentes en Yataytí Corá, aunque esta no sirvió para alcanzar un arreglo pacífico. Ese mismo día las tropas argentinas se trasladaron hasta Curuzú, donde los ejércitos aliados acamparon.
El día 16 los aliados colocaron una batería a unos 400 metros de los paraguayos. El 17, según cuentan Centurión y el argentino Francisco Seeber, estaban listos para atacar pero el mal tiempo lo impidió, aún así, bajo una copiosa lluvia que duró tres días, se llevó a cabo un reconocimiento de las líneas paraguayas. El 18 se repitió la misma operación, aunque como cuenta Seeber, el reconocimiento fue insuficiente. El día 21, Thompson inspeccionó las fortificaciones de Curupaytí y dio su visto bueno.
Por fin, el 22 llegó el momento del ataque. Como veremos a continuación, el Fuerte de Curupaytí se presentaba casi inexpugnable. Frente al Fuerte de Curuzú, a un kilómetro y medio aproximadamente, se encontraban las defensas paraguayas de Curupaytí que formaban un frente fortificado de unos dos kilómetros.
El territorio entre Curuzú y Curupaytí estaba encuadrado a la izquierda por el río Paraguay y a la derecha por una laguna poco profunda llamada López o Méndez. Esta laguna comenzaba a la derecha de las posiciones aliadas y llegaba hasta las líneas paraguayas, para luego girar en dirección al río y cubrir el centro y la derecha del frente. En la orilla derecha de la laguna se encontraban otras fortificaciones paraguayas, lo que hacía imposible flanquear el Fuerte de Curupaytí.
El terreno entre Curuzú y Curupaytí, anegado por las lluvias de aquellos días, salvo algunas elevaciones, era por lo general llano, con partes arboladas y el resto estaba cubierto por maleza. A un kilómetro de Curuzú comenzaban las defensas paraguayas. Primero había, tras un parapeto de tierra, una trinchera que comenzaba en el río y discurría en paralelo a este y luego giraba hacia la derecha, hasta la laguna López, donde enlazaba con una línea de abatís, que consistía en una barricada de árboles cortados con las ramas aguzadas y vueltas hacia el enemigo.
Después, hasta la siguiente defensa paraguaya, había un espacio de unos 300 metros plagado de zanjas y hoyos con estacas en el fondo conocidos como “bocas de lobo” que fueron rellenados de espinas. A continuación, se encontraba una segunda línea de abatís dividida en dos partes, la primera ocupaba la parte central del frente y la segunda, unos 50 metros más adelante, iba desde el río hasta el centro del frente.
Detrás de los abatís se encontraba un profundo foso con estacas en su interior. Tras el foso se levantaba un grueso muro de tierra con barbetas o espacios abiertos para la artillería. Detrás de este muro se excavó un foso interior donde se protegían las tropas paraguayas y sobre plataformas se colocaron dos baterías de coheteras Congreve y 49 cañones de varios calibres, algunos de los cuales habían sido capturados a los uruguayos en la Batalla de Estero Bellaco.
Luego, en la retaguardia, se construyeron varios polvorines subterráneos. Por último, todo el complejo defensivo estaba defendido 5.000 tropas de infantería y una división de caballería, ambas armas bajo el mando de José Eduvigis Díaz.
Seguidamente, todo este dispositivo terrestre enlazaba con la fortificación fluvial que cortaba el paso a la flota aliada. Primero, la línea fortificada de Curupaytí continuaba sobre la situación elevada de la barranca que discurría a lo largo de la orilla del río y en la que habían varios cañones que amenazaban a las naves imperiales.
A continuación, el río estaba cortado por varios elementos defensivos como una línea de estacas, minas o torpedos, damajuanas que simulaban sostener torpedos y, según Thompson, buques sumergidos. También había brulotes, es decir, viejas naves cargadas con materiales inflamables listas para ser lanzadas contra los buques enemigos y aguas arriba, los barcos paraguayos representaban la última línea defensiva.
Según Centurión, aquella mañana, a primera hora, los 22 buques brasileños, con más de 100 cañones, comenzaron un bombardeo sobre Curupaytí que duró cuatro horas. A eso de las 10 y media, tras ser atacados por las baterías aliadas, los paraguayos abandonaron la primera trinchera. A medio día tres acorazados brasileños avanzaron aguas arriba forzando la barrera de estacas y atacaron la retaguardia paraguaya, aunque sin mucho éxito debido a la altura de la barranca. Al mismo tiempo las baterías paraguayas del río causaron diversos daños en las naves brasileñas. De este modo, durante toda la batalla los aliados dispararon 5.000 balas de cañón por 7.000 de los paraguayos.
Poco después los aliados comenzaron a avanzar mediante cuatro columnas. A la izquierda los brasileños dirigidos por Porto Alegre y a la derecha los argentinos. La primera columna brasileña, comandada por Augusto Caldas, estaba conformada por infantería y caballería a pie y atacó por la parte más cercana al río.
La segunda columna brasileña, dirigida por Albino Carvalho, estaba compuesta de infantería, caballería a pie y artillería y atacó por el centro junto a la tercera columna, argentina y formada por infantería, comandada por el General Paunero. Por último, la cuarta columna, argentina y comandada por Mitre, estaba compuesta por infantería y algunas piezas de artillería, atacó por la derecha. Además, uno o dos batallones brasileños fueron apostados en la orilla opuesta del río para hostilizar a los paraguayos con sus rifles. En total las fuerzas aliadas estaban compuestas por unos 18.000 hombres.
Los aliados, protegidos por el fuego de su propia artillería y de la escuadra, avanzaron con dificultad por el barro hacia Curupaytí. Cuando llegaron a campo abierto se encontraron expuestos y, según Centurión, los cañones paraguayos abrieron fuego “con fragor espantoso que hacía temblar la tierra (…) sembrando en sus filas confusión y muerte”. Aún así, los aliados llegaron a la primera trinchera y la cruzaron con puentes hechos con árboles.
A partir de ese momento “las bombas, las balas rasas y metrallas que vomitaban” los cañones paraguayos comenzaron a abrir claros en las columnas aliadas, donde los hombres eran hechos pedazos y se levantaban columnas de agua mezclada con sangre. Sin embargo, como podemos ver en los cuadros del pintor argentino Cándido López, que participó en la batalla, las columnas aliadas, destrozadas, consiguieron llegar hasta la segunda línea paraguaya.
Allí los aliados lograron abrir unas cuantas brechas entre los abatís y asaltar las posiciones enemigas con las escalas que portaban, plantando algunas en el foso y penetrar hasta la cresta del parapeto paraguayo, pero sin lograr cruzar bayonetas con los paraguayos, aunque hay noticias de que los brasileños consiguieron penetrar en Curupaytí por la izquierda y tomar 4 piezas de artillería antes de ser rechazados, sin embargo, Centurión lo niega.
Entre una densa atmósfera de humo y polvo, el olor a sangre, pólvora y azufre, las estelas de los cohetes Congreve, las arengas de los jefes y los gritos de los heridos, los soldados aliados caían frente a la trinchera o dentro de ella víctimas del fuego cruzado de los cañones y de la fusilería paraguaya, en algo que Centurión calificó de espectáculo “horriblemente bello é interesante”.
Según Seeber, a causa de las numerosas perdidas, se dio orden de retirada que se anuló debido a la falsa noticia de que los brasileños habían penetrado en las defensas paraguayas por la izquierda. Así, los valerosos aliados, reforzados con nuevos batallones, embistieron por segunda vez las posiciones de los no menos valerosos paraguayos.
Cuenta Seeber que los soldados se llegaron a batir a pistola “pero caen hombres tras hombres, y el sacrificio resulta totalmente estéril”. A continuación, ante la imposibilidad de avanzar por el centro, los aliados intentaron atacar por los flancos, pero el río lo impedía por el izquierdo y la laguna por el derecho.
Mientras esto pasaba en Curupaytí, el brasileño Polidoro con miles de hombres debía desde su posición en Tuyutí hacer creer que atacaría el Paso Gómez, pero en realidad solo debía acometer si se daba la oportunidad. Al mismo tiempo, Flores, con 2.500 tropas de caballería brasileña y 500 argentinas y orientales, avanzó por la derecha pasando por el Estero Rojas, y tras atacar a unos pocos paraguayos, se retiró antes de que la caballería paraguaya cargara.
Por fin, a las 4, Mitre dio orden de retirada, pero los aliados, en su regreso a Curuzú, sufrieron más perdidas. Mientras tanto, los paraguayos, aunque seguía el bombardeo de la escuadra, celebraron la retirada aliada. Díaz quiso perseguirlos con la caballería pero López lo evitó, aunque Mitre cuenta que protegió su retirada con fuego de artillería durante más de tres horas, impidiendo así la salida de los paraguayos. Por entonces, cuenta Seeber que el campo de batalla estaba teñido por la sangre.
A continuación, los paraguayos pudieron salir de sus posiciones para recoger las armas aliadas y hacer prisioneros a los supervivientes, a pesar de que Mitre y Seeber informaran de que habían recogido a todos sus heridos. Por su parte, Thompson dice los heridos fueron masacrados por los paraguayos. Según Centurión, los paraguayos regresaron a sus posiciones disfrazados con los uniformes de los aliados y llevando consigo 6.000 fusiles de Liège, carabinas minié, espadas y alguna bandera, además de algún dinero y relojes.
Aquel día los aliados perdieron según Seeber más de 4.000 hombres, según Centurión más de 5.000, entre ellos bastantes jefes, muchos de los cuales serían enterrados en las zanjas del campo de batalla o echados al río. En cambio, Mitre cifró las perdidas en solo 3.000, entre muertos y heridos, aunque Thompson triplica esta cifra y habla de 9.000. Por su parte, los paraguayos solo tuvieron 92 bajas entre muertos y heridos, la mayor parte causados por los brasileños del Chaco, que a su vez sufrieron las granadas paraguayas.
Según se publicó aquel mismo día en El Semanario de Avisos de Asunción, “toda la extensión del campo de batalla quedó amontonada de cadáveres...”, “sangre, (…) cuerpos mutilados, caballos despedazados, (…) en que se ven los estragos de nuestros proyectiles,...”.
Tras esta catástrofe surgieron graves disensiones entre los aliados, también entre los mismos mandos brasileños, tanto que los paraguayos pensaron en que se podría romper la Triple Alianza. Igualmente surgieron las criticas en Argentina y Brasil, por lo que comenzó un periodo de inacción de varios meses y hubo un relevo de generales.
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