martes, 31 de mayo de 2022
25 de febrero de 1942, el U-156 hunde al sur de Puerto Rico el petrolero británico La Carrière
1942, LA ALEMANIA NAZI BOMBARDEA PUERTO RICO
Aunque pudiera parecer que Puerto Rico estuvo alejado de los campos de batalla durante la Segunda Guerra Mundial, la realidad es muy distinta. En el marco de la guerra submarina emprendida por la Alemania nazi, durante la Batalla del Atlántico, fue lanzada en 1942 la “Operación Neuland” que tenía como objetivo atacar los barcos mercantes y los petroleros que navegaran por el Caribe. Fue durante esta campaña cuando una pequeña isla de Puerto Rico fue bombardeada por un submarino alemán.
En enero el submarino alemán U-156, comandado por Werner Hartenstein, partió hacia el Caribe. El 16 de febrero este sumergible junto a otros 6 atacaron la refinería de Aruba. En esta acción el U-156 hundió un barco y dañó otros dos.
Durante los días posteriores el U-156 hundió otros 4 barcos, incluido un petrolero al sur de Puerto Rico y un mercante al norte de la República Dominicana.
La noche del día 2 de marzo el U-156 se aproximó a Isla de Mona, una isla situada a unos 70 kilómetros al oeste de Puerto Rico. Según las informaciones, desde una distancia de unas dos millas al sur de la isla y aprovechando la noche, el U-156 emergió y desde la superficie bombardeó Mona con uno de sus cañones de cubierta, lanzando cerca de 30 proyectiles. Isla de Mona se convirtió así en el primer territorio estadounidense del Atlántico atacado durante la Segunda Guerra Mundial.
El Gobernador de Puerto Rico, Rexford Tugwell, informaría poco después que en la isla, casi deshabitada, se encontraban unos 170 muchachos en un campamento juvenil, aunque ninguno resultó herido ya que los proyectiles cayeron sobre los acantilados. Aún así, el responsable del campamento solicitaría protección inmediata.
Poco después, patrullas navales y aéreas estadounidenses comenzaron a buscar al submarino alemán, aunque no lo encontraron y este pudo regresar a su base en Lorient, en la Francia Ocupada, desde donde inició nuevas expediciones a aguas americanas, siendo hundido finalmente en marzo de 1943 al oeste de Barbados por un avión estadounidense.
Pero el ataque a Isla de Mona no fue la única acción de guerra llevada a cabo por los submarinos nazis en las proximidades Puerto Rico. Al sur de Mona fue hundido el 6 de junio el petrolero de bandera panameña C. O. Stillman. Poco después, en el Canal de la Mona fue hundido el barco estadounidense Cheerio. Más tarde, el 5 de junio de 1944, en la costa noroeste de Puerto Rico fue hundido el mercante de bandera panameña Pillory.
Para finalizar, y como curiosidad, hay que señalar que en 1944 Estados Unidos botó el USS Mona Island, un barco que estuvo destinado en Pacífico durante la guerra contra Japón.
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sábado, 21 de mayo de 2022
La batalla de Curupaytí (1866) según Bartolomé Mitre.
LA BATALLA DE CURUPAYTÍ (1866): LOS ALIADOS CONTRA PARAGUAY
El 22 de septiembre de 1866 la Triple Alianza sufrió un descalabro en las trincheras de Curupaytí de tal magnitud que a punto estuvo, como veremos, de romper la coalición y dar la victoria en la guerra a los paraguayos.
Todo empezó en Curuzú. Tras la toma del Fuerte de Curuzú por parte de los brasileños a principios de septiembre, los ejércitos aliados, en lugar de proseguir su avance y tomar fácilmente la batería de Curupaytí, como habían pensado en mayo y como acordaron en agosto, permanecieron inactivos mientras sus líderes discutían los planes a seguir, aunque su escuadra siguió bombardeando las posiciones paraguayas.
El día 8 se reunieron Bartolomé Mitre, Presidente de Argentina y General en Jefe de los aliados, Venancio Flores y Polidoro Jordão y planearon atacar Curupaytí el día 17. La escuadra bombardearía las posiciones paraguayas para inutilizar su artillería. Luego, un ejército de 18 o 20.000 hombres atacaría las líneas paraguayas mientras que la caballería aliada, comandada por Flores, rodearía a los paraguayos por su izquierda y provocaría una batalla en la retaguardia que permitiría tomar Curupaytí y a continuación seguir hasta Humaitá. Por último, el Mariscal Polidoro aguardaría con el resto del ejército para poder acudir al frente en caso necesario. Poco después el Barón de Porto Alegre y el Almirante Tamandaré darían su visto bueno a este plan.
Mientras tanto, aprovechando la inactividad aliada, los paraguayos primero se establecieron en una trinchera a medio camino entre Curuzú y Curupaytí, pero el día 8 el Mariscal López, para proteger Humaitá, ordenó la fortificación de Curupaytí. Los planes de fortificación se atribuyen a Francisco Wisner de Morgenstern y a George Thompson, aunque el Coronel paraguayo Centurión en sus Memorias niega la autoría de este último. De inmediato se aumentó la guarnición y de día y de noche se excavaban trincheras, se cortaban árboles y se construían plataformas para los cañones.
A continuación, según cuenta Centurión, para ganar tiempo con el que acabar las fortificaciones de Curupaytí, López propuso a Mitre una entrevista. De este modo, durante un par de días se interrumpieron los bombardeos aliados y el día 12 tuvo lugar una conferencia entre ambos presidentes en Yataytí Corá, aunque esta no sirvió para alcanzar un arreglo pacífico. Ese mismo día las tropas argentinas se trasladaron hasta Curuzú, donde los ejércitos aliados acamparon.
El día 16 los aliados colocaron una batería a unos 400 metros de los paraguayos. El 17, según cuentan Centurión y el argentino Francisco Seeber, estaban listos para atacar pero el mal tiempo lo impidió, aún así, bajo una copiosa lluvia que duró tres días, se llevó a cabo un reconocimiento de las líneas paraguayas. El 18 se repitió la misma operación, aunque como cuenta Seeber, el reconocimiento fue insuficiente. El día 21, Thompson inspeccionó las fortificaciones de Curupaytí y dio su visto bueno.
Por fin, el 22 llegó el momento del ataque. Como veremos a continuación, el Fuerte de Curupaytí se presentaba casi inexpugnable. Frente al Fuerte de Curuzú, a un kilómetro y medio aproximadamente, se encontraban las defensas paraguayas de Curupaytí que formaban un frente fortificado de unos dos kilómetros.
El territorio entre Curuzú y Curupaytí estaba encuadrado a la izquierda por el río Paraguay y a la derecha por una laguna poco profunda llamada López o Méndez. Esta laguna comenzaba a la derecha de las posiciones aliadas y llegaba hasta las líneas paraguayas, para luego girar en dirección al río y cubrir el centro y la derecha del frente. En la orilla derecha de la laguna se encontraban otras fortificaciones paraguayas, lo que hacía imposible flanquear el Fuerte de Curupaytí.
El terreno entre Curuzú y Curupaytí, anegado por las lluvias de aquellos días, salvo algunas elevaciones, era por lo general llano, con partes arboladas y el resto estaba cubierto por maleza. A un kilómetro de Curuzú comenzaban las defensas paraguayas. Primero había, tras un parapeto de tierra, una trinchera que comenzaba en el río y discurría en paralelo a este y luego giraba hacia la derecha, hasta la laguna López, donde enlazaba con una línea de abatís, que consistía en una barricada de árboles cortados con las ramas aguzadas y vueltas hacia el enemigo.
Después, hasta la siguiente defensa paraguaya, había un espacio de unos 300 metros plagado de zanjas y hoyos con estacas en el fondo conocidos como “bocas de lobo” que fueron rellenados de espinas. A continuación, se encontraba una segunda línea de abatís dividida en dos partes, la primera ocupaba la parte central del frente y la segunda, unos 50 metros más adelante, iba desde el río hasta el centro del frente.
Detrás de los abatís se encontraba un profundo foso con estacas en su interior. Tras el foso se levantaba un grueso muro de tierra con barbetas o espacios abiertos para la artillería. Detrás de este muro se excavó un foso interior donde se protegían las tropas paraguayas y sobre plataformas se colocaron dos baterías de coheteras Congreve y 49 cañones de varios calibres, algunos de los cuales habían sido capturados a los uruguayos en la Batalla de Estero Bellaco.
Luego, en la retaguardia, se construyeron varios polvorines subterráneos. Por último, todo el complejo defensivo estaba defendido 5.000 tropas de infantería y una división de caballería, ambas armas bajo el mando de José Eduvigis Díaz.
Seguidamente, todo este dispositivo terrestre enlazaba con la fortificación fluvial que cortaba el paso a la flota aliada. Primero, la línea fortificada de Curupaytí continuaba sobre la situación elevada de la barranca que discurría a lo largo de la orilla del río y en la que habían varios cañones que amenazaban a las naves imperiales.
A continuación, el río estaba cortado por varios elementos defensivos como una línea de estacas, minas o torpedos, damajuanas que simulaban sostener torpedos y, según Thompson, buques sumergidos. También había brulotes, es decir, viejas naves cargadas con materiales inflamables listas para ser lanzadas contra los buques enemigos y aguas arriba, los barcos paraguayos representaban la última línea defensiva.
Según Centurión, aquella mañana, a primera hora, los 22 buques brasileños, con más de 100 cañones, comenzaron un bombardeo sobre Curupaytí que duró cuatro horas. A eso de las 10 y media, tras ser atacados por las baterías aliadas, los paraguayos abandonaron la primera trinchera. A medio día tres acorazados brasileños avanzaron aguas arriba forzando la barrera de estacas y atacaron la retaguardia paraguaya, aunque sin mucho éxito debido a la altura de la barranca. Al mismo tiempo las baterías paraguayas del río causaron diversos daños en las naves brasileñas. De este modo, durante toda la batalla los aliados dispararon 5.000 balas de cañón por 7.000 de los paraguayos.
Poco después los aliados comenzaron a avanzar mediante cuatro columnas. A la izquierda los brasileños dirigidos por Porto Alegre y a la derecha los argentinos. La primera columna brasileña, comandada por Augusto Caldas, estaba conformada por infantería y caballería a pie y atacó por la parte más cercana al río.
La segunda columna brasileña, dirigida por Albino Carvalho, estaba compuesta de infantería, caballería a pie y artillería y atacó por el centro junto a la tercera columna, argentina y formada por infantería, comandada por el General Paunero. Por último, la cuarta columna, argentina y comandada por Mitre, estaba compuesta por infantería y algunas piezas de artillería, atacó por la derecha. Además, uno o dos batallones brasileños fueron apostados en la orilla opuesta del río para hostilizar a los paraguayos con sus rifles. En total las fuerzas aliadas estaban compuestas por unos 18.000 hombres.
Los aliados, protegidos por el fuego de su propia artillería y de la escuadra, avanzaron con dificultad por el barro hacia Curupaytí. Cuando llegaron a campo abierto se encontraron expuestos y, según Centurión, los cañones paraguayos abrieron fuego “con fragor espantoso que hacía temblar la tierra (…) sembrando en sus filas confusión y muerte”. Aún así, los aliados llegaron a la primera trinchera y la cruzaron con puentes hechos con árboles.
A partir de ese momento “las bombas, las balas rasas y metrallas que vomitaban” los cañones paraguayos comenzaron a abrir claros en las columnas aliadas, donde los hombres eran hechos pedazos y se levantaban columnas de agua mezclada con sangre. Sin embargo, como podemos ver en los cuadros del pintor argentino Cándido López, que participó en la batalla, las columnas aliadas, destrozadas, consiguieron llegar hasta la segunda línea paraguaya.
Allí los aliados lograron abrir unas cuantas brechas entre los abatís y asaltar las posiciones enemigas con las escalas que portaban, plantando algunas en el foso y penetrar hasta la cresta del parapeto paraguayo, pero sin lograr cruzar bayonetas con los paraguayos, aunque hay noticias de que los brasileños consiguieron penetrar en Curupaytí por la izquierda y tomar 4 piezas de artillería antes de ser rechazados, sin embargo, Centurión lo niega.
Entre una densa atmósfera de humo y polvo, el olor a sangre, pólvora y azufre, las estelas de los cohetes Congreve, las arengas de los jefes y los gritos de los heridos, los soldados aliados caían frente a la trinchera o dentro de ella víctimas del fuego cruzado de los cañones y de la fusilería paraguaya, en algo que Centurión calificó de espectáculo “horriblemente bello é interesante”.
Según Seeber, a causa de las numerosas perdidas, se dio orden de retirada que se anuló debido a la falsa noticia de que los brasileños habían penetrado en las defensas paraguayas por la izquierda. Así, los valerosos aliados, reforzados con nuevos batallones, embistieron por segunda vez las posiciones de los no menos valerosos paraguayos.
Cuenta Seeber que los soldados se llegaron a batir a pistola “pero caen hombres tras hombres, y el sacrificio resulta totalmente estéril”. A continuación, ante la imposibilidad de avanzar por el centro, los aliados intentaron atacar por los flancos, pero el río lo impedía por el izquierdo y la laguna por el derecho.
Mientras esto pasaba en Curupaytí, el brasileño Polidoro con miles de hombres debía desde su posición en Tuyutí hacer creer que atacaría el Paso Gómez, pero en realidad solo debía acometer si se daba la oportunidad. Al mismo tiempo, Flores, con 2.500 tropas de caballería brasileña y 500 argentinas y orientales, avanzó por la derecha pasando por el Estero Rojas, y tras atacar a unos pocos paraguayos, se retiró antes de que la caballería paraguaya cargara.
Por fin, a las 4, Mitre dio orden de retirada, pero los aliados, en su regreso a Curuzú, sufrieron más perdidas. Mientras tanto, los paraguayos, aunque seguía el bombardeo de la escuadra, celebraron la retirada aliada. Díaz quiso perseguirlos con la caballería pero López lo evitó, aunque Mitre cuenta que protegió su retirada con fuego de artillería durante más de tres horas, impidiendo así la salida de los paraguayos. Por entonces, cuenta Seeber que el campo de batalla estaba teñido por la sangre.
A continuación, los paraguayos pudieron salir de sus posiciones para recoger las armas aliadas y hacer prisioneros a los supervivientes, a pesar de que Mitre y Seeber informaran de que habían recogido a todos sus heridos. Por su parte, Thompson dice los heridos fueron masacrados por los paraguayos. Según Centurión, los paraguayos regresaron a sus posiciones disfrazados con los uniformes de los aliados y llevando consigo 6.000 fusiles de Liège, carabinas minié, espadas y alguna bandera, además de algún dinero y relojes.
Aquel día los aliados perdieron según Seeber más de 4.000 hombres, según Centurión más de 5.000, entre ellos bastantes jefes, muchos de los cuales serían enterrados en las zanjas del campo de batalla o echados al río. En cambio, Mitre cifró las perdidas en solo 3.000, entre muertos y heridos, aunque Thompson triplica esta cifra y habla de 9.000. Por su parte, los paraguayos solo tuvieron 92 bajas entre muertos y heridos, la mayor parte causados por los brasileños del Chaco, que a su vez sufrieron las granadas paraguayas.
Según se publicó aquel mismo día en El Semanario de Avisos de Asunción, “toda la extensión del campo de batalla quedó amontonada de cadáveres...”, “sangre, (…) cuerpos mutilados, caballos despedazados, (…) en que se ven los estragos de nuestros proyectiles,...”.
Tras esta catástrofe surgieron graves disensiones entre los aliados, también entre los mismos mandos brasileños, tanto que los paraguayos pensaron en que se podría romper la Triple Alianza. Igualmente surgieron las criticas en Argentina y Brasil, por lo que comenzó un periodo de inacción de varios meses y hubo un relevo de generales.
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miércoles, 18 de mayo de 2022
Carta de Simón Bolívar a Agustín de Iturbide (1821).
SIMÓN BOLÍVAR CONTRA AGUSTÍN DE ITURBIDE
Están de sobra acreditadas las diferencias, rivalidades y animadversiones entre algunos de los Libertadores de América, pero es menos conocida la antipatía y el desafecto que Simón Bolívar sentía hacia Agustín de Iturbide, Libertador y primer Emperador de México.
Sí con otros próceres de la independencia americana la antipatía nació por diferencias en cuanto a la conducción de la guerra y el gobierno de los nuevos Estados, la hostilidad de Bolívar hacia Iturbide surgió cuando este, al ser coronado, traicionó los valores republicanos y liberales de las nuevas naciones.
Por las cartas de Bolívar y sus más estrechos colaboradores podemos ver como al principio el venezolano se alegraba por los éxitos de Iturbide, incluso en febrero de 1822 escribía al General Santander que “si Iturbide se declara Emperador es lo mejor del mundo”. En mayo, tras su proclamación como emperador, Iturbide escribió a Bolívar, al que se refería como amigo, para comunicárselo y para señalar que esto no alteraría la buena armonía entre Colombia y México.
En septiembre Bolívar recibía noticias sobre la coronación en julio de Iturbide y escribía a Santander contrariado, a diferencia del entusiasmo que mostraba meses atrás, y señalaba que la proclamación se había realizado por la fuerza. En su respuesta, Santander pronosticaba que, como así fue, el reino de Iturbide acabaría mal. Por su parte, el embajador José Rafael de Revenga, vaticinaba los alzamientos republicanos contra Iturbide, pronostico que también se cumplió.
En otra carta de Bolívar a Santander podemos leer: “...es muy posible que la anarquía suceda al imperio español. ¡Qué locura la de estos señores que quieren coronas (…), sin mérito, sin talentos, sin virtudes! ¡Quieren coronas (…) para entronizar la incapacidad y el vicio, y para distraer al verdadero patriotismo y el odio a los españoles”.
Paralelamente podemos ver una resistencia en las autoridades colombianas a reconocer al emperador mexicano a través de Miguel Santa María, enviado grancolombino a México, lo que agrió las relaciones diplomáticas entre ambos Estados.
A finales de septiembre, Bolívar escribió al político Fernando Peñalver y decía lo siguiente: “Mucho temo que las cuatro planchas cubiertas de carmesí, que llaman trono, cuesten más sangre que lágrimas, y den más inquietudes que reposo. Están creyendo algunos que es muy fácil ponerse una corona y que todos los adoren; y yo creo que el tiempo de las monarquías fué, y que hasta que la corrupción de los hombres no llegue á ahogar el amor á la libertad, los tronos no volverán á ser de moda en la opinión”. Al día siguiente el Libertador, en una carta a Antonio José de Sucre, se refería a los gobernantes de Buenos Aires como demagogos y a los de Chile, Lima y México como tiranos.
A continuación, en marzo de 1823, tras meses de silencio sobre el emperador de México, Bolívar escribió a Santander desde Guayaquil lo siguiente: “Nadie detesta más que yo la conducta de Itúrbide; pero no tengo derecho de juzgar su conducta. Pocos soberanos de Europa son más legítimos que él y que puede ser que no sean tanto”. Seguidamente, a pesar de su antipatía hacia Iturbide, Bolívar calificaba de censurable la actitud de Santa María, el cual, al parecer, estaba involucrado en una conspiración contra el Emperador mexicano.
En abril, Bolívar, haciéndose eco de las revueltas contra Iturbide y sin saber que este había abdicado en marzo, escribía de nuevo a Santander: “El que no está con la libertad, puede contar con las cadenas del infortunio y con la desaprobación universal”. En Julio, Santander escribía con satisfacción a Bolívar que “la farsa de Iturbide ha desaparecido” y señala “la prudencia del gobierno en dilatar sus relaciones con el Emperador Agustín” en vista del destino de este.
En septiembre Bolívar se hallaba en Perú donde le fue entregada la suprema autoridad política y militar para oponerse al presidente José de la Riva-Agüero que se encontraba enfrentado al Congreso de su país. En esas fechas, en un banquete en su honor, Bolívar en su discurso lanzó un alegato en pro del republicanismo en los siguientes términos: “Porque los pueblos americanos no consientan jamás elevar un trono en todo su territorio; que así como Napoleón fué sumerjido en la inmensidad del Océano, y el nuevo Emperador Iturbide derrocado del trono de Méjico, caigan los usurpadores de los derechos del pueblo americano, sin que uno sólo quede triunfante en toda la dilatada extensión del Nuevo Mundo”.
Un año más tarde, después de su abdicación y de su periplo por Europa, Iturbide regresó a México, donde fue capturado y ejecutado. Bolívar escribió a Santander contándole la noticia y manifestándole su alegría por la ejecución del ex Emperador ya que podría causar nuevos problemas en el país.
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martes, 10 de mayo de 2022
El submarino alemán U-530 en Argentina (julio de 1945).
1942, EL PLAN NAZI PARA ATACAR LA CARNE ARGENTINA
Durante la Segunda Guerra Mundial los submarinos se convirtieron en una de las principales armas de la Alemania Nazi. Los sumergibles permitieron a los alemanes llevar sus ataques a lugares tan lejanos como las costas africanas o el Caribe, e incluso, a punto estuvieron de llevar la guerra submarina al Río de la Plata, en aguas argentinas y uruguayas.
Cuenta Karl Dönitz, Jefe del Arma Submarina alemana, en su libro “Diez Años y Veinte Días”, que en julio de 1942, mientras planeaba las operaciones submarinas de los siguientes meses, ideó atacar en el Río de la Plata, donde pensaba que encontraría una gran concentración de mercantes. Allí creía Dönitz que sus submarinos del Tipo IX podrían hallar numerosos barcos frigoríficos que transportaban carne argentina a Inglaterra.
El lugar era óptimo. Un ataque en el Río de la Plata tomaría a los británicos por sorpresa, además, en la zona, a diferencia del Atlántico Norte, no había medidas de protección ni vigilancia aérea. Esta operación de diversión conllevaría que los aliados tuvieran que dedicar posteriormente recursos a proteger aquella zona, lo que haría dividir sus esfuerzos.
Aunque pudiera pensarse que el Río de la Plata no estaba al alcance de los submarinos alemanes, ya 1941 se habían llevado a cabo acciones en el Golfo de Guinea, además, unos meses antes habían entrado en servicio los primeros submarinos del Tipo XIV, un tipo de sumergible cisterna, conocido como “vaca lechera”, capaz de suministrar combustible en alta mar a los submarinos de combate, algunos de los cuales pudieron así operar incluso en el Océano Índico.
Y por si fuera poco, la llegada tras acabar la guerra de dos submarinos al Río de la Plata, el U-530 y el U-997, demuestra que los sumergibles alemanes eran capaces de realizar largas travesías.
Antes de llevar a cabo la operación, Dönitz preguntó al Ministerio de Relaciones Exteriores si habría alguna objeción en un ataque en aquella área. La respuesta fue negativa. El Alto Mando alemán no quería que un ataque en la zona hiciera a Argentina abandonar su neutralidad. Esto mismo había sucedido con Brasil en los meses previos, cuando tras el hundimiento de varios mercantes brasileños, el país sudamericano se encontraba de facto en guerra con la Alemania nazi desde primavera.
Por tanto, el Almirante Erich Raeder aconsejó a Dönitz cambiar de zona de operaciones, por lo que este siguió con los ataques en las costas brasileñas y envió submarinos a las inmediaciones de Ciudad del Cabo, en Sudáfrica.
Sin embargo, aunque Dönitz no pudo operar en el Río de la Plata, en los meses sucesivos varios barcos provenientes de Argentina fueron hundidos en el Atlántico. Así, a finales de octubre el Pacific Star, procedente de Rosario y con una carga de carne fue hundido al oeste de las Canarias, y poco después, el Corinaldo, procedente de Buenos Aires y con una carga de más de 5.000 toneladas de carne congelada fue hundido al oeste de Madeira.
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lunes, 2 de mayo de 2022
Cédula y Capitulación firmada de los Reyes Católicos sobre el rescate de los moros y moras, naturales de Málaga, 1487.
ISABEL LA CATÓLICA Y SUS ESCLAVOS
Aunque desde hace tiempo, en especial últimamente, se intenta presentar a la reina Isabel la Católica como contraria a la esclavitud por su negativa a la esclavizar a los indios americanos, lo cierto es que ella como reina de Castilla poseyó esclavos, cautivó a miles de personas y ganó dinero con el rescate de cautivos.
Uno de los momentos en los que la reina Isabel hizo más esclavos fue en 1487, durante la Guerra de Granada, cuando Málaga cayó en manos cristianas. En la crónica de Hernando del Pulgar se dice que cuando los reyes entraron en Málaga cautivaron a miles de moros y ordenaron repartirlos. Un tercio de los cautivos se distribuyó entre los grandes señores del reino, mientras que algunas moras fueron repartidas entre las señoras del reino y otras llevadas a palacio.
Otro grupo fue enviado al extranjero. 50 doncellas a la reina Juana de Nápoles, hermana de Fernando el Católico, otras 30 a la reina de Portugal y 100 al papa Inocencio VIII, los cuales procesionaron por las calles de Roma. Esto último queda contrastado por varios cronistas pontificios como Johann Burchard.
A otros de los cautivos se les dio un plazo para comprar su libertad, pero la mayoría no consiguió el dinero y fueron vendidos unos 11.000 según la crónica de Andrés Bernáldez. Distinta suerte corrieron cientos de judíos que también fueron cautivos por los Reyes Católicos en Málaga, estos, como podemos ver en documentos de la época, consiguieron recaudar el dinero para su rescate entre las comunidades judías de Castilla.
En estos años podemos encontrar otras referencias a esclavos de Isabel la Católica. Así, en las cuentas de Gonzalo de Baeza, Tesorero de la reina, hay continuas menciones a la presencia de esclavos en la Corte, sobre todo esclavas. En las cuentas de Baeza se aprecian anotaciones sobre gastos para ropa de estos esclavos. Por ejemplo, una saya para una “esclava de la infanta”, tela para Juanica, la “negra de la infanta”, “zapatos para un esclavo”, “una manta de cama, para dos esclavas de la infanta”, tocas para “tres esclavas de la infanta”, dos tocas “para dos esclavas de su Alteza”, ropa para diez esclavas o camisas para “dos canarias de la infanta”.
Esta última anotación deja claro que una de las hijas de la reina poseyó esclavas canarias, lo que contrasta con el especial interés que la soberana puso en liberar a un grupo de esclavos de la Gomera. En 1489 los reyes habían dado permiso para esclavizar a un grupo de gomeros, aunque poco después, al comprobarse que estaban bautizados, fueron declarados horros, es decir, libres, por lo que desde ese año las autoridades pusieron un gran empeño en que esos esclavos regresaran a su isla.
La siguiente noticia que demuestra la presencia de esclavos en la Corte castellana es el viaje que la infanta Juana emprendió a Flandes en 1496 para reunirse con Felipe el Hermoso. En los documentos del personal que componía la Casa de la Infanta se aprecia la presencia de cuatro esclavas, posiblemente de origen musulmán.
Otro documento que muestra como la familia de la reina poseyó esclavos es el testamento de la princesa Isabel, reina de Portugal, muerta en 1498. En este documento la princesa estableció que sus nueve esclavos serían liberados. Así, un año después, sus padres, encargados de cumplir las últimas voluntades de la princesa, liberaron a sus esclavos, que a juzgar por los nombres cristianos que llevaban, es posible que estuvieran bautizados antes de su manumisión. La presencia de esclavos cristianos en la Corte de la reina Isabel no sería una excepción, ya que en las cuentas de Gonzalo de Baeza se menciona a un “esclavo cristiano negro”.
Poco después, en 1501, podemos ver a la reina Isabel repartiendo esclavos entre los miembros de su Corte. En ese año, tras ser sofocada una rebelión de mudéjares en el antiguo Reino de Granada, fueron tomados cientos de esclavos, así lo cuenta Luis de Mármol Carvajal en su crónica, según la cual todos los pobladores mayores de once años de Níjar y Güevéjar fueron hechos esclavos.
Estos esclavos, de estas y otras poblaciones, según podemos ver en varios documentos, serían entregados por la reina a distintas personas. Por ejemplo, una esclava fue dada a la abadesa del Monasterio de Rapariegos, otra a Beatriz Galindo, criada de la reina, seis a Juana de la Torre, ama del fallecido príncipe Juan, otros al licenciado Mújica y otro al doctor de la reina.
En otro documento podemos ver a la reina ordenando a los encargados de vender a los esclavos de Níjar y Huebro que le envíen a varias jóvenes y niños. El texto dice así: “Alonso Vélez de Mendoza, Diego García el Rico y Diego Pérez, que tenéis cargo de vender los esclavos que fueron cautivos de Níjar y Huebro, yo os mando que luego que esta mi cédula vieredes enviéis aquí a Granada 4 esclavas buenas, de edad de 15 a 20 años y otros 5 niños y 5 niñas de los libres, de edad de 7 a 10 años, que son por todas 14 personas,...”.
Estos ejemplos demuestran que aunque la reina Isabel diera pasos para evitar la esclavitud de sus súbditos del Nuevo Mundo, no fue una abolicionista, ni estuvo nunca en contra de la esclavitud, pues ella misma hizo esclavos, poseyó esclavos y se lucró con la esclavitud.
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