lunes, 3 de julio de 2023

OBERÁ, EL MESÍAS GUARANÍ QUE SE REBELÓ CONTRA LOS ESPAÑOLES

Es de sobra conocido que durante los casi tres siglos de dominación española de América cientos de rebeliones tuvieron lugar a lo largo y ancho del continente. De estos alzamientos, algunos, por sus características y protagonistas, llaman especialmente la atención. Este fue el caso de la rebelión mesiánica ocurrida en el Paraguay a finales de la década de 1570. 

Sobre esta rebelión tenemos dos relatos, el primero, el que aparece en el canto XX del poema La Argentina escrito por Martín del Barco Centenera y publicado en 1602, cuyo valor radica en que su autor fue testigo de parte de los hechos narrados. El segundo, la Historia del jesuita Pedro Lozano, escrita a mediados del siglo XVIII y parece que basada en La Argentina y en una parte perdida de la obra del cronista asunceno Ruy Díaz de Guzmán. 

Del Barco y Lozano cuentan que un sacerdote idiota, Martín González, en lugar de instruir bien en el cristianismo a las gentes de un pueblo guaraní, les hizo caer en serios errores doctrinales que les llevaron a la herejía. Este clérigo parece ser el mismo que en 1556 escribió al Consejo de Indias alertando sobre un levantamiento en Paraguay protagonizado por un niño que decía ser Dios o hijo de Dios. 

Sea como fuere, las actitudes de Martín González, en vez de ser refrenadas por el cacique del lugar, fueron promovidas por este. El cacique al que nos referimos es Oberá, cuyo nombre significa resplandor

La ambición se apoderó de él y en 1577 creó una secta con la cual pretendía hacerse “célebre entre sus gentes”. Para atraerse a sus congéneres, Oberá les prometió liberarlos del yugo español y comenzó a persuadirlos diciéndoles que él era el hijo de Dios “y que compadecido de las miserias de la nación Guaraní, se había hecho hombre y (que había) nacido de una virgen del mismo país, que le concibió sin obra de varón (…) para libertar á su pueblo...”. 

Del Barco y Lozano añaden que Oberá pretendía hacer esto abrasando a los españoles con el cometa que en aquella época había aparecido en el cielo y que él había ocultado. Este astro podríamos identificarlo con el gran cometa visible entre finales de 1577 y principios de 1578 que tanto asombró a la gente de aquel tiempo. 

A continuación, Oberá nombró Papa de su secta a uno de sus hijos, Guiraró, al que encargó despojar a toda su nación de los nombres que les habían impuesto los cristianos y luego conferirles otros con un nuevo bautismo según sus antiguos ritos. Del Barco señala que Oberá nombró emperador y rey a su otro hijo, al cual encargó castigar los delitos. 

Las predicaciones de Oberá fueron bien aceptadas entre su gente y su movimiento se extendió a otros tres pueblos de la zona del río Jejuí Guazú. Pronto, el supuesto mesías se hizo rodear de una guardia de flecheros y comenzó a ser adorado y a recibir ofrendas. Luego él y su seguidores se alejaron de los españoles, se negaron a servirles y se levantaron en armas, consiguiendo que todo Paraguay se alzase; aunque del Barco y Lozano parece que exageran la magnitud de esta rebelión. 

Según los relatos que tenemos, Oberá se entretenía con una muchedumbre de concubinas con quienes danzaba y cantaba canciones que compuso para su propia alabanza, persuadiendo a todos los demás para que también lo hicieran, lo cual hizo que los indios dejaran de cultivar la tierra, lo que provocó que murieran de hambre. Aunque esto pudiera sonar extraño, Martín González cuenta algo parecido en su carta de 1556. 

Las acciones de Oberá terminaron por alertar a las autoridades de Asunción ya en diciembre de 1577, por lo que enviaron a un tal Sebastián de León para reprimir este movimiento. 

Pero esto no debió de ser suficiente, por lo que en octubre de 1578 el Teniente de Gobernador y Capitán General de las Provincias del Río de la Plata, Juan de Garay, comenzó a preparar una nueva expedición. En un principio Garay tenía previsto ir a la conquista de la provincia de los nuarás, en el Mato Grosso, pero, alertado por el crecimiento del poder de Oberá y de que acudían a él nuevos seguidores desde lugares distantes, marchó contra él. 

Lo primero que hizo Garay fue reunir 130 soldados de los más valerosos y luego envió mensajeros a Villarrica y al Guayrá para que defendiesen sus pueblos. Seguidamente, ya en 1579, los españoles partieron de Asunción y remontaron el río Paraguay hasta el río Jejuí Guazú, desde donde siguieron por tierra hasta el nacimiento del río Ypané, estableciendo su campamento en un lugar llamado Fuente de los Lirios a la espera de la llegada de los rebeldes. 

A continuación ambos relatos dicen que llegaron dos indios, Pitum y Corací, que retaron a combatir a dos españoles para demostrar el valor guaraní. El desafío fue aceptado por Espeluca y Juan Fernández de Enciso y de inmediato comenzó un combate en el que los españoles, no sin dificultad, vencieron, consiguiendo los indios huir malheridos. 

Estos regresaron junto a su cacique, Tapuy-guazú. Delante de él alabaron el valor de los españoles, cosa que le irritó, por lo que dio orden de arrojarlos al fuego. Sin embargo, las dudas sobre Oberá se adueñaron de Tapuy-guazú, el cual reunió un consejo de guerra. En el habló el anciano Urambia, quien acusó a Oberá de farsante y reconoció el poder de las armas españolas, las cuales habían conquistado aquellos territorios según una antigua profecía. Por último, aconsejó abandonar la causa de Oberá y ponerse del lado de los españoles. 

No sin algunas reticencias, se siguió el consejo de Urambia y a continuación se enviaron mensajeros a Garay ofreciéndole su amistad, lo que el español aceptó, dirigiéndose este seguidamente al encuentro de Tapuy-guazú. Ya con él, otro anciano del lugar, Curemó, que en un principio se había opuesto a los españoles, aconsejó a Garay que avanzara hacia el norte, al río Yaguari, quizás el Apa, para evitar que los tapuimiris, aliados de Oberá, unieran sus tropas a las de este. 

Los españoles, junto a sus guías indígenas, avanzaron hasta el Yaguari y atacaron por sorpresa varios pueblos, los incendiaron y masacraron o capturaron a sus habitantes. A continuación los españoles regresaron al pueblo de Tapuy-guazú, donde descubrieron que los tapuimiris no eran aliados de Oberá y que todo había sido un engaño de Curemó para alejarlos de su poblado. Ante esto, Garay optó por perdonarlo para evitar enemistarse con su pueblo. 

Lo siguiente que nos cuentan las fuentes españolas es que Garay fue conocedor de que el cacique Guayracá, capitán general de las tropas de Oberá, había construido en el Ipanamé, quizás el río Ypané-mi, un fuerte  que contaba con torreones, fosos y trincheras. 

En este lugar varios caciques habían reunido un ejército de casi 5.000 guaraníes que se entrenaban continuamente a la espera de los españoles. Cuando estos llegaron y atacaron el fuerte, Oberá no hizo uso de sus supuestos poderes y huyó sin que se volviera a saber de él, lo que llevó a sus seguidores a desengañarse de las mentiras de aquel embaucador. 

Durante el asalto al fuerte se produjo una dura batalla en la que vencieron los hombres de Garay. La mayoría de los guaraníes murieron o huyeron, aunque se hicieron casi 300 prisioneros, entre ellos, un sacerdote de la secta fundada por Oberá, que además fue uno de sus primeros seguidores y que salvó la vida gracias a la intervención de del Barco. 

Tras esto los españoles, antes de regresar a Asunción, aún tuvieron que castigar a tres mestizos que habían promovido la revuelta de Oberá y a otro más, medio portugués, que pretendía extender ciertas herejías.

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