domingo, 30 de julio de 2023
EXILIADOS CONFEDERADOS EN ARGENTINA
Se sabe que tras el final de la Guerra Civil Americana varios miles de excombatientes confederados abandonaron el país con destino a México, Brasil u Oriente Próximo, sin embargo es poco conocido que en Argentina se instalaron ocho, aunque es posible que fueran muchos más.
Los primeros confederados de los que hablaremos fueron cuatro oficiales que formaron parte de la tripulación del famoso CSS Shenandoah. En octubre de 1864 esta nave confederada partió de Londres, recorrió el Atlántico, entró en el Índico y se dirigió a Australia, luego entró en el Pacífico y fue hacia el norte, hasta los mares de Ojotsk y Bering, para luego descender hasta aguas de México, donde a principios de agosto de 1865 descubrieron que la guerra había acabado hacía semanas. A pesar de ello, en lugar de arribar a un puerto de Estados Unidos, decidieron regresar a Inglaterra por el Cabo de Hornos.
Finalmente el Shenandoah llegó a Liverpool el 6 de noviembre y allí fue rendido a los ingleses. En Inglaterra, según contaría años después el primer teniente del navío, William Whittle, las autoridades inglesas confinaron a la tripulación, pero al no considerar que hubieran actuado ilegalmente durante su viaje, la dejaron en libertad. En cambio, en los Estados Unidos los tripulantes del Shenandoah eran considerados como piratas y serían tratados como tal.
Entonces Whittle y tres de sus compañeros, los guardiamarinas John Mason y Orris Browne y el tercer teniente Sidney Lee, sobrino del famoso general confederado Robert E. Lee, pensaron en quedarse en Inglaterra o ir a Francia o México, aunque finalmente optaron por exiliarse en la República Argentina, donde creyeron que encontrarían mejores oportunidades.
Los cuatro marinos embarcaron a finales de enero de 1866 hacia Buenos Aires, a donde llegaron en marzo. Una vez en Argentina, y tras inspeccionar varios lugares, los cuatro marinos se asentaron en Rosario, donde compraron algunas hectáreas de terreno para el cultivo y la ganadería.
Un año después, en enero de 1867, el presidente de Estados Unidos, Andrew Johnson, concedió un perdón a cientos de antiguos confederados, entre ellos a Whittle y a sus compañeros. Tras esto, Brown y Mason regresaron a los Estados Unidos en mayo, haciéndolo Whittle y Lee en octubre de 1868, después de deshacerse de sus propiedades.
Pero estos no fueron los únicos tripulantes del Shenandoah que se instalaron en Argentina. En esa misma época también se instaló allí, concretamente en Santiago del Estero, el cirujano Charles Lining. En esta ciudad Lining ejerció de médico y de profesor de inglés, formando parte activa en la vida de la ciudad. Así podemos encontrarlo formando parte de varias comisiones, como la que luchó contra una epidemia de cólera en 1868. Finalmente Lining regresó a los Estados Unidos en 1874.
A continuación hablaremos de un caso curioso, el de los Page, padre e hijo que conocían Argentina ya antes de la guerra y que al finalizar esta regresaron a dicho país. El padre, Thomas Jefferson Page, fue enviado en 1853 a la Confederación Argentina por el gobierno de los Estados Unidos para explorar la Cuenca del Plata a bordo del Water Witch. Fue famoso en aquella época por casi provocar una guerra entre su país y Paraguay en 1855.
En 1861, al estallar la Guerra Civil Americana, Page regresó a Norteamérica, se unió al bando confederado y participó en la defensa de Richmond, la capital sudista. Luego fue enviado a Europa para comprar barcos de guerra y finalmente comandó el blindado CSS Stonewall, aunque este, tras una odisea por aguas europeas, no llegó a entrar en combate.
Tras acabar la guerra, Page regresó a Argentina, donde se dedicó a la ganadería en Entre Ríos. Tiempo después, durante la presidencia de Domingo Sarmiento, Page asesoró a los argentinos para la modernización de su armada y en la compra de varios buques de guerra en Inglaterra, para finalmente abandonar Argentina en 1884 e instalarse en Italia.
En cuanto al hijo de Thomas, Philip, sabemos que nació en Washington D. C. en 1847 y que en 1864, en su adolescencia, participó en la batalla de New Market. Tras el final de la guerra se asentó primero en Buenos Aires, luego en la ciudad entrerriana de Concordia, donde se dedicó a la ganadería, y más tarde en la estancia Palmar de Ubajay, también en Entre Ríos. Hay noticias de que durante la Rebelión Jordanista Ricardo López Jordán lo envió como emisario para proponer la paz al gobierno argentino y que en 1890, se vio afectado por la crisis que la deuda argentina produjo en el Banco Barings. Philip Page falleció finalmente en 1941.
Por último, el octavo confederado del que hablaremos es Hunter Davidson. En su juventud participó en la guerra entre México y Estados Unidos. Años después, durante la Guerra Civil Americana, Davidson se unió a las fuerzas navales confederadas, donde destacó por varias acciones, en especial en las que hizo uso de torpedos.
Una vez acabada la guerra, Davidson se instaló en Inglaterra y junto a Thomas Page asesoró a los argentinos en la compra de buques de guerra. En ese tiempo también sabemos que intentó sin éxito que el general confederado Beauregard se uniera al ejército argentino. En 1874 se trasladó a Argentina, donde ayudó a la modernización de su flota fluvial y fue nombrado jefe de la División Argentina de Torpedos. Luego, durante los siguientes años, reconoció, entre otros, el curso del Alto Paraná. Finalmente, en 1885, Davidson fijó su residencia en Paraguay, muriendo en Pirayú en 1913.
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viernes, 21 de julio de 2023
VENEZUELA CONTRA CHILE DURANTE LA GUERRA DEL PACÍFICO
Durante la Guerra del Pacífico que enfrentó a Chile por un lado y a Bolivia y Perú por otro, varios países, de una u otra forma, se vieron salpicados por el conflicto o se inmiscuyeron en el mismo. Este fue el caso de la Venezuela de Antonio Guzmán Blanco.
Ya desde el principio de la guerra sabemos que el modo de actuar de Chile era impopular en Venezuela y en el resto de América. Por ello, el gobierno chileno presidido por Aníbal Pinto, consciente de esto, decidió en mayo de 1879 enviar a Domingo Godoy a Colombia y Venezuela con el fin de influir en la prensa de aquellos países. Sin embargo, Godoy fue capturado por los peruanos semanas después durante su travesía a Panamá y no pudo llevar a cabo su misión.
Las siguientes noticias que tenemos sobre la animadversión hacia Chile en Venezuela a causa de la guerra son de 1881. En febrero de ese año, con Lima ya ocupada por los chilenos, el presidente venezolano Antonio Guzmán Blanco, guiado por sentimientos americanistas dijo en su mensaje al Congreso las siguientes palabras:
“Nada me he atrevido a hacer oficialmente para impedir el escándalo inaudito de la guerra entre Chile, Bolivia y el Perú. He temido un desaire ofensivo a nuestra dignidad, que no hubiéramos podido vindicar por la distancia y las dificultades materiales que nos interceptan. Desgraciadamente, Chile ocupa ya a Lima, después de una gran batalla, más que grande, sangrienta. El pueblo peruano ha luchado y lucha todavía heroicamente, con honra para el patriotismo de Sur América. Os doy el pésame por la violación del gran principio de la fraternidad americana. Y como Jefe del Gobierno de Venezuela, denuncio en este documento, la reivindicación por Chile del derecho de conquista, y pido al Congreso, representante directo de la Nación, levante una protesta digna de nuestra historia, de nuestra gloria, y de la memoria del Libertador”.
Haciendo caso a esta petición, el Congreso venezolano emitió una protesta contra la actitud chilena en la que podemos leer lo siguiente: “Chile invadiendo los territorios del Perú y Bolivia, esparciendo en ellos la desolación y la muerte, pretende resucitar el absurdo derecho de conquista,...”. Y continuaba así la protesta: “en nombre del Gran Bolívar, Libertador también de aquellas infortunadas nacionalidades, protestamos con vos, solemnemente, contra la inicua y escandalosa usurpación de que son víctimas,...”.
Semanas más tarde, en abril, el Secretario General de Estado de Perú, el capitán de navío Aurelio García, dirigió un mensaje al ministro de Relaciones Exteriores de Venezuela manifestando la gratitud del Perú y de su Gobierno por las palabras del presidente Guzmán Blanco ante “la inicua guerra de pillaje, devastación e incendio que Chile sostiene contra las Repúblicas del Perú y Bolivia”.
Tiempo después, en julio, el mandatario peruano, Nicolás de Piérola, dijo ante la Asamblea Nacional instalada en Ayacucho que los países de América, pese a sus simpatías, habían permanecido mudas ante la contienda del Pacífico. Sin embargo, señaló la excepción venezolana, recordó la protesta por la conducta de Chile y terminó diciendo que “la memoria de Venezuela y de su eminente jefe no pasarán para el Perú”.
Poco más tarde, el 2 de agosto, la Asamblea peruana promulgó una ley dando las gracias al Congreso y al presidente venezolano por condenar la conducta chilena.
Sin embargo, a pesar de la protesta venezolana, semanas después podemos encontrar muestras de cordialidad entre el nuevo presidente chileno, Domingo Santa María, y el presidente Guzmán Blanco. Así, con motivo de su elección como presidente, Santa María escribió en septiembre a su homólogo venezolano para comunicárselo y para expresar su deseo de fortalecer la amistad entre ambos países. A estas palabras respondió en noviembre el Guzmán Blanco en iguales términos, pero sin mencionar nada referente a la guerra.
Paralelamente a esto, en aquella época encontramos las informaciones del nuevo enviado chileno a Colombia y Venezuela, Miguel Cané y de otros diplomáticos. En una de estas informaciones se habla de la presunta intención de Guzmán Blanco de crear una alianza de varios países americanos contra la supuesta alianza chileno-brasileña. En otra comunicación, esta de Cané, se señala la profunda aversión del presidente venezolano hacia Chile y su posible interés por intervenir por la fuerza en el conflicto del Pacífico en el caso de que los chilenos no aceptaran una mediación.
Las siguientes noticias que tenemos sobre la antipatía venezolana hacia la ocupación chilena de territorios bolivianos y peruanos son de 1882. En ese año Guzmán Blanco diría en el Congreso de Venezuela que “si Chile triunfa, Sud-América vivirá en guerra, siglo tras siglo, como ha vivido y vive todavía la Europa toda”. A continuación proseguía el presidente diciendo: “lo que Chile pretende, involucra la más grande desgracia para el porvenir de todas y cada una de las naciones suramericanas”.
Más de dos años después, en agosto de 1884, ya finalizada la Guerra del Pacífico y también la presidencia de Guzmán Blanco, el nuevo enviado chileno a Colombia, José Antonio Soffia, escribió al Ministro de Relaciones Exteriores de su país para comunicarle varias noticias referentes a la animadversión de Venezuela hacia Chile. En la primera, decía que durante su misión en Bogotá había evitado que el Gobierno de Colombia se uniera a la “cruzada de antipatía” contra Chile a la que le incitó Guzmán Blanco.
En otra parte de su comunicación, Soffia decía que el año anterior, durante las celebraciones por el centenario de Simón Bolívar, Guzmán Blanco maniobró contra Chile mediante la celebración de una Conferencia en la que los diplomáticos presentes en las festividades firmaron un documento en el que, aunque no se citaba a Chile, se hacía referencia veladamente a este país en el artículo en el que se decía que se debía “desconocer el llamado derecho de Conquista” y en el que se hablaba de la integridad territorial de los países americanos.
Este documento, aunque molestó a los chilenos, no tuvo la mayor importancia y fue, que sepamos, el último movimiento venezolano contra Chile.
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viernes, 14 de julio de 2023
1918, LA “GUERRA” ENTRE ALEMANIA Y URUGUAY
Como vimos en otro video, a principios de 1918, en el marco de la Primera Guerra Mundial, se conoció un supuesto plan alemán para invadir Uruguay, lo cual alarmó al gobierno del presidente Viera. Aunque esta amenaza no se materializó, poco después, en marzo, un incidente con un submarino alemán a punto estuvo de provocar un conflicto entre Uruguay y Alemania.
Todo comenzó a principios de mes. En esas fechas el vapor español Infanta Isabel de Borbón zarpó de Montevideo con destino a España. A bordo, entre los numerosos pasajeros, se encontraba una misión militar uruguaya integrada por el general Julio Dufrechou, tres coroneles y un capitán que se dirigía a Francia para estudiar las operaciones militares en el frente occidental.
Según testimonios de la época, cerca de las islas Canarias el buque fue detenido por un submarino alemán que revisó su documentación, dejándolo ir a continuación. Luego, un pesquero francés disparó contra el Infanta Isabel y lo abordó, dejándolo también ir.
Después, en la mañana del día 18, cuando el navío se encontraba entre las Canarias y la ciudad española de Cádiz, el submarino alemán U-157, no el U-214 como se dijo en muchas informaciones de la época, disparó dos cañonazos que cayeron muy próximos al Infanta Isabel.
De inmediato el buque se detuvo y a continuación una lancha del Infanta Isabel se dirigió al submarino para mostrar la documentación del navío. Poco después la lancha regresó con varios alemanes a bordo, los cuales iban armados y portaban bombas destinadas a hundir el vapor. Estos subieron al buque español y tomaron posesión de él. Luego comenzaron a revisar los pasaportes de todos los pasajeros. En ese instante descubrieron a los miembros de la misión uruguaya, a los cuales detuvieron sin hacer caso a la intercesión de un cónsul español que se hallaba a bordo.
Los uruguayos fueron llevados al submarino, donde quedaron a disposición del comandante del mismo, Max Valentiner. Este les mostró instrucciones del almirantazgo alemán en las que Uruguay aparecía en una lista de países que se encontraban en guerra con Alemania. Por tanto, Valentiner les comunicó que serían llevados como prisioneros de guerra a Alemania.
Sin embargo, a continuación Valentiner les dio la opción de ser liberados si firmaban un compromiso de honor de que no pisarían ningún país aliado y de que regresarían a Uruguay. Aunque Dufrechou manifestó que desconocía tal estado de guerra y que su misión solo era de estudio, él y sus compañeros no tuvieron más remedio que firmar aquel documento.
Sorprendentemente, luego los uruguayos fueron obsequiados con una comida a bordo del submarino. Por último Dufrechou y sus hombres fueron devueltos al buque español y regalaron a los alemanes una caja de champagne en agradecimiento al buen trato recibido. Tras ocho horas, el Infanta Isabel por fin pudo reanudar su viaje, llegando al día siguiente a Cádiz.
A partir de este momento, y mientras la misión uruguaya se encontraba en España, comenzaron las reclamaciones de Uruguay. Dichas reclamaciones se centraron en dos puntos, en la aclaración de si Alemania consideraba realmente que estaba en guerra con Uruguay y en la anulación del compromiso de honor firmado por los miembros de la misión. Sin embargo, hay que señalar que las comunicaciones entre uruguayos y alemanes se hicieron a través de Suiza, ya que Uruguay había roto relaciones diplomáticas con Alemania en octubre de 1917.
Lo primero que hicieron los uruguayos fue exigir a los alemanes que declararan si el comandante del submarino obró de acuerdo a instrucciones del Gobierno de Berlín, es decir, si Alemania se consideraba en guerra con Uruguay. En caso afirmativo, Uruguay tomaría las medidas convenientes, que según se publicó en aquella época sería la declaración del estado de guerra. Por el contrario, si la respuesta era negativa, los alemanes deberían exonerar de su compromiso a la misión uruguaya.
Poco después, ya en abril, el ministro de Estado español, Eduardo Dato, a petición del embajador alemán en España, comunicó al embajador uruguayo en Madrid que el gobierno imperial estaría dispuesto a anular el compromiso suscrito por la misión uruguaya a cambio de que el gobierno oriental intercediera con el de Francia para que una misión militar chilena detenida en España pudiera pasar a Alemania a través del territorio francés.
A continuación, los uruguayos recibieron una comunicación de los suizos. En ella los alemanes liberaban a la misión uruguaya del compromiso firmado, pero al mismo tiempo pedían que Uruguay mediara con Francia en el asunto de la misión chilena, la cual también había llegado a España en el Infanta Isabel.
El gobierno uruguayo, como después explicaría Baltasar Brum, ministro de Relaciones Exteriores, no aceptó la anulación del compromiso e hizo hincapié en que primero debía aclarase si Alemania consideraba que estaba en guerra con Uruguay.
Poco después Alemania declaró que no se encontraba en estado de guerra con Uruguay, pero volvió a recordar el asunto de la misión chilena. Entre tanto el gobierno de Uruguay preguntó al de Chile si deseaba su mediación, a lo que los chilenos se negaron.
Los uruguayos pusieron esto en conocimiento de los alemanes, los cuales finalmente declararon a mediados de mayo que exoneraban de su compromiso a la misión uruguaya, acabando así un incidente en el que un estado de guerra inexistente pudo llevar a un verdadero conflicto armado entre Alemania y Uruguay.
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lunes, 3 de julio de 2023
OBERÁ, EL MESÍAS GUARANÍ QUE SE REBELÓ CONTRA LOS ESPAÑOLES
Es de sobra conocido que durante los casi tres siglos de dominación española de América cientos de rebeliones tuvieron lugar a lo largo y ancho del continente. De estos alzamientos, algunos, por sus características y protagonistas, llaman especialmente la atención. Este fue el caso de la rebelión mesiánica ocurrida en el Paraguay a finales de la década de 1570.
Sobre esta rebelión tenemos dos relatos, el primero, el que aparece en el canto XX del poema La Argentina escrito por Martín del Barco Centenera y publicado en 1602, cuyo valor radica en que su autor fue testigo de parte de los hechos narrados. El segundo, la Historia del jesuita Pedro Lozano, escrita a mediados del siglo XVIII y parece que basada en La Argentina y en una parte perdida de la obra del cronista asunceno Ruy Díaz de Guzmán.
Del Barco y Lozano cuentan que un sacerdote idiota, Martín González, en lugar de instruir bien en el cristianismo a las gentes de un pueblo guaraní, les hizo caer en serios errores doctrinales que les llevaron a la herejía. Este clérigo parece ser el mismo que en 1556 escribió al Consejo de Indias alertando sobre un levantamiento en Paraguay protagonizado por un niño que decía ser Dios o hijo de Dios.
Sea como fuere, las actitudes de Martín González, en vez de ser refrenadas por el cacique del lugar, fueron promovidas por este. El cacique al que nos referimos es Oberá, cuyo nombre significa resplandor.
La ambición se apoderó de él y en 1577 creó una secta con la cual pretendía hacerse “célebre entre sus gentes”. Para atraerse a sus congéneres, Oberá les prometió liberarlos del yugo español y comenzó a persuadirlos diciéndoles que él era el hijo de Dios “y que compadecido de las miserias de la nación Guaraní, se había hecho hombre y (que había) nacido de una virgen del mismo país, que le concibió sin obra de varón (…) para libertar á su pueblo...”.
Del Barco y Lozano añaden que Oberá pretendía hacer esto abrasando a los españoles con el cometa que en aquella época había aparecido en el cielo y que él había ocultado. Este astro podríamos identificarlo con el gran cometa visible entre finales de 1577 y principios de 1578 que tanto asombró a la gente de aquel tiempo.
A continuación, Oberá nombró Papa de su secta a uno de sus hijos, Guiraró, al que encargó despojar a toda su nación de los nombres que les habían impuesto los cristianos y luego conferirles otros con un nuevo bautismo según sus antiguos ritos. Del Barco señala que Oberá nombró emperador y rey a su otro hijo, al cual encargó castigar los delitos.
Las predicaciones de Oberá fueron bien aceptadas entre su gente y su movimiento se extendió a otros tres pueblos de la zona del río Jejuí Guazú. Pronto, el supuesto mesías se hizo rodear de una guardia de flecheros y comenzó a ser adorado y a recibir ofrendas. Luego él y su seguidores se alejaron de los españoles, se negaron a servirles y se levantaron en armas, consiguiendo que todo Paraguay se alzase; aunque del Barco y Lozano parece que exageran la magnitud de esta rebelión.
Según los relatos que tenemos, Oberá se entretenía con una muchedumbre de concubinas con quienes danzaba y cantaba canciones que compuso para su propia alabanza, persuadiendo a todos los demás para que también lo hicieran, lo cual hizo que los indios dejaran de cultivar la tierra, lo que provocó que murieran de hambre. Aunque esto pudiera sonar extraño, Martín González cuenta algo parecido en su carta de 1556.
Las acciones de Oberá terminaron por alertar a las autoridades de Asunción ya en diciembre de 1577, por lo que enviaron a un tal Sebastián de León para reprimir este movimiento.
Pero esto no debió de ser suficiente, por lo que en octubre de 1578 el Teniente de Gobernador y Capitán General de las Provincias del Río de la Plata, Juan de Garay, comenzó a preparar una nueva expedición. En un principio Garay tenía previsto ir a la conquista de la provincia de los nuarás, en el Mato Grosso, pero, alertado por el crecimiento del poder de Oberá y de que acudían a él nuevos seguidores desde lugares distantes, marchó contra él.
Lo primero que hizo Garay fue reunir 130 soldados de los más valerosos y luego envió mensajeros a Villarrica y al Guayrá para que defendiesen sus pueblos. Seguidamente, ya en 1579, los españoles partieron de Asunción y remontaron el río Paraguay hasta el río Jejuí Guazú, desde donde siguieron por tierra hasta el nacimiento del río Ypané, estableciendo su campamento en un lugar llamado Fuente de los Lirios a la espera de la llegada de los rebeldes.
A continuación ambos relatos dicen que llegaron dos indios, Pitum y Corací, que retaron a combatir a dos españoles para demostrar el valor guaraní. El desafío fue aceptado por Espeluca y Juan Fernández de Enciso y de inmediato comenzó un combate en el que los españoles, no sin dificultad, vencieron, consiguiendo los indios huir malheridos.
Estos regresaron junto a su cacique, Tapuy-guazú. Delante de él alabaron el valor de los españoles, cosa que le irritó, por lo que dio orden de arrojarlos al fuego. Sin embargo, las dudas sobre Oberá se adueñaron de Tapuy-guazú, el cual reunió un consejo de guerra. En el habló el anciano Urambia, quien acusó a Oberá de farsante y reconoció el poder de las armas españolas, las cuales habían conquistado aquellos territorios según una antigua profecía. Por último, aconsejó abandonar la causa de Oberá y ponerse del lado de los españoles.
No sin algunas reticencias, se siguió el consejo de Urambia y a continuación se enviaron mensajeros a Garay ofreciéndole su amistad, lo que el español aceptó, dirigiéndose este seguidamente al encuentro de Tapuy-guazú. Ya con él, otro anciano del lugar, Curemó, que en un principio se había opuesto a los españoles, aconsejó a Garay que avanzara hacia el norte, al río Yaguari, quizás el Apa, para evitar que los tapuimiris, aliados de Oberá, unieran sus tropas a las de este.
Los españoles, junto a sus guías indígenas, avanzaron hasta el Yaguari y atacaron por sorpresa varios pueblos, los incendiaron y masacraron o capturaron a sus habitantes. A continuación los españoles regresaron al pueblo de Tapuy-guazú, donde descubrieron que los tapuimiris no eran aliados de Oberá y que todo había sido un engaño de Curemó para alejarlos de su poblado. Ante esto, Garay optó por perdonarlo para evitar enemistarse con su pueblo.
Lo siguiente que nos cuentan las fuentes españolas es que Garay fue conocedor de que el cacique Guayracá, capitán general de las tropas de Oberá, había construido en el Ipanamé, quizás el río Ypané-mi, un fuerte que contaba con torreones, fosos y trincheras.
En este lugar varios caciques habían reunido un ejército de casi 5.000 guaraníes que se entrenaban continuamente a la espera de los españoles. Cuando estos llegaron y atacaron el fuerte, Oberá no hizo uso de sus supuestos poderes y huyó sin que se volviera a saber de él, lo que llevó a sus seguidores a desengañarse de las mentiras de aquel embaucador.
Durante el asalto al fuerte se produjo una dura batalla en la que vencieron los hombres de Garay. La mayoría de los guaraníes murieron o huyeron, aunque se hicieron casi 300 prisioneros, entre ellos, un sacerdote de la secta fundada por Oberá, que además fue uno de sus primeros seguidores y que salvó la vida gracias a la intervención de del Barco.
Tras esto los españoles, antes de regresar a Asunción, aún tuvieron que castigar a tres mestizos que habían promovido la revuelta de Oberá y a otro más, medio portugués, que pretendía extender ciertas herejías.
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