viernes, 29 de diciembre de 2023
Carta del cabildo secular de Panamá dando cuenta del ataque de piratas ingleses a Nombre de Dios en julio de 1572, y que han perturbado todo el reino aliándose con los negros cimarrones. Solicitan armas y municiones para poder defenderse
UNA COLONIA DE ESCLAVOS CIMARRONES EN EL ESTRECHO DE MAGALLANES (h. 1580)
Como hemos visto en otros videos, a lo largo de la historia de la América española hubo numerosos planes extranjeros para su conquista, como el plan marroquí del año 1600 para invadir las Indias Occidentales o el plan judío de 1655 para la conquista de Chile. Sin embargo, hay otros planes poco conocidos aún, como el proyecto inglés que pretendía colonizar el Estrecho de Magallanes con esclavos cimarrones de Panamá.
El artífice de este plan fue el escritor Richard Hakluyt, quien hacia finales de 1580 escribió un breve documento en el que exponía su proyecto para la conquista inglesa del Estrecho de Magallanes y su colonización con cimarrones.
Hakluyt comenzó su escrito señalando lo perjudicial, en especial para el comercio inglés, que era que el rey Felipe II de España se hubiera anexionado Portugal y sus colonias. Para contrarrestar esto, Hakluyt apuntó a tres acciones que deberían ser llevadas a cabo. Primero, la conquista del Estrecho de Magallanes; segundo, el establecimiento de un asentamiento inglés en la isla brasileña de San Vicente y en los territorios adyacentes; y tercero, el desarrollo del comercio en el noreste, territorio que debería explorarse.
En lo referente al primer punto, el que nos interesa, Hakluyt basaba su proyecto en las informaciones obtenidas por los ingleses durante la travesía del corsario Francis Drake por el Estrecho de Magallanes en 1578.
Primeramente, Hakluyt señalaba la importancia estratégica de este estrecho, al que consideraba la llave de las Indias Occidentales. Además, el escritor inglés apuntaba a lo fácil que sería que una gran armada se refugiara en aquel lugar, donde abundaba la madera, el agua dulce y las provisiones.
A continuación, Hakluyt proponía que un tal Clerke, un pirata por entonces encarcelado, expedicionara sobre el Estrecho de Magallanes a cambio de la obtención de un perdón. A este Clerke se le ha identificado con el pirata Thomas Clarke, aunque no hay ninguna certeza de ello.
Según Hakluyt, este pirata debería llevar cañones de hierro fundido para defender la posición y a un experto en fortificaciones para que fortificara el lugar. Seguidamente, Hakluyt proponía fortificar ambas orillas del estrecho para poder así repeler los ataques de los indios y las posibles contraofensivas españolas, sin embargo, este sería el primer paso, siendo lo recomendable tomar ambas entradas del estrecho para garantizar su posesión.
Para mantener esta conquista Hakluyt pretendía transportar al estrecho a cientos o miles de cimarrones y colonizar con ellos aquel territorio. Los cimarrones eran aquellos esclavos negros que se fugaban y se refugiaban en lugares agrestes donde formaban comunidades, algunas de cierta importancia, que las tropas españolas solo podían tomar después de muchos esfuerzos, si es que lo conseguían.
Según Hakluyt, los cimarrones, que odiaban a los españoles, podrían ser llevados al estrecho por Drake o por cualquier otro inglés. Pero, ¿por qué pensó Hakluyt en aquel famoso corsario? Todo se remonta a los años 1572 y 1573. En esa época Drake se encontraba incursionando en el territorio de lo que hoy es Panamá, donde se alió con los cimarrones del lugar. Por tanto, Hakluyt, buen conocedor de la amistad de Drake con los cimarrones, creyó que él sería la persona idónea para transportarlos al Estrecho de Magallanes.
Hakluyt pensaba que sería fácil inducir a los cimarrones a vivir bajo el suave gobierno inglés y asentarlos en el estrecho. Creía además que con los cimarrones, unos cuantos capitanes ingleses y una buena armada, se podría defender el estrecho y someter las minas de oro del Perú y toda la costa del Mar del Sur, es decir, del océano Pacífico.
El escritor inglés pensaba que los cimarrones, criados como esclavos, podrían soportar la crudeza del frío del estrecho mejor que los españoles y, tras ser liberados del tiránico gobierno español, vivirían allí bajo el gobierno de los ingleses. A los cimarrones, decía Hakluyt, se podrían sumar hombres y mujeres ingleses convictos.
Por último, terminaba Hakluyt el texto de su proyecto añadiendo varios datos sobre el estrecho obtenidos en la expedición de Drake, como su geografía o su fauna.
Obviamente, el plan de Hakluyt no se llevó a cabo, pero los ingleses nunca olvidaron la idea de la importancia de tomar y colonizar el Estrecho de Magallanes, cosa, que como vimos en otro video, trataron de hacer un siglo después.
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viernes, 22 de diciembre de 2023
Información de Matías Romero, Embajador de México en Estados Unidos, sobre el bombardeo francés de Acapulco (2 de abril de 1863)
EL BOMBARDEO FRANCÉS DE ACAPULCO (1863)
Durante la Segunda intervención francesa en México tuvieron lugar famosas batallas como la de Puebla o la de Totoapan, sin embargo sucedieron otros enfrentamientos menos conocidos, como la batalla de Acapulco, que por alguno de los eventos acaecidos fue calificada en aquella época como “acto de barbarie”.
Todo comenzó el 8 de enero 1863. Ese día se presentó frente a Acapulco la División Naval francesa del Océano Pacífico compuesta por la fragata Pallas, el aviso Diamant y las corbetas Galathée y Cornélie. Por los testimonios conservados sabemos que el Contraalmirante francés Bouet dirigió, a través del agente estadounidense Van Brunt, una serie de exigencias a Diego Álvarez, comandante de Acapulco.
Luego, Bouet envió al Diamant al interior de la bahía y a través de su capitán, Eugène Le Bris, dirigió a Álvarez las mismas exigencias, según las cuales, este debería desmentir un artículo que consideraba hostil e injurioso sobre la corbeta francesa Bayonnaise que había publicado el general ítalo-mexicano Luis Ghilardi dos meses antes.
Una vez sucediera esto, según Bouet, se firmaría con el comandante de la provincia una convención de neutralidad por la cual “los buques de guerra franceses tendrán todas las facilidades deseables para proveerse de víveres, agua y carbón, todas las veces que se presenten en Acapulco. Por su parte los buques de la división francesa del Océano Pacífico se abstendrán de todo acto de hostilidad contra la plaza de Acapulco”.
Además, Bouet decía que cumplidas estas condiciones, renunciaría a la demanda de la desmantelación de las baterías que había hecho al gobernador. A esto se añadió poco después la exigencia de que el padre de Diego Álvarez, Juan Álvarez, general en jefe de la División del Sur, destituyera Ghilardi.
En respuesta a las exigencias de Bouet, Diego Álvarez le comunicó a Le Bris que en lo referente a Ghilardi, debería ser este el que desmintiera su propio escrito. Además, Álvarez señaló que el italiano ya había sido apartado del mando y que se encontraba fuera del Estado. En cuanto a los suministros, Álvarez se negó a que fueran entregados a los franceses, pues estaría traicionando su deber y a su país. A continuación, respecto a la convención, Álvarez se mostró sorprendido por la propuesta, pues no entendía como un territorio que formaba parte de México, podría declararse neutral en la guerra entre Francia y México.
Mientras tanto, varios comerciantes extranjeros radicados en Acapulco dirigieron con permiso de Álvarez una nota a Bouet para que respetara sus intereses en aquel puerto, aunque este no les dio respuesta ni plazo de evacuación.
Al día siguiente, el 9, Le Bris insistió en la retractación de Ghilardi y comunicó a Álvarez la intención de Bouet de entrar pacíficamente en la bahía de Acapulco para proveerse de víveres, agua y carbón, y que confiaba en no encontrar hostilidad alguna. A esto respondió nuevamente Álvarez en que debería ser Ghilardi el que se retractara y no él. En cuanto a las provisiones, Álvarez dijo que no estaba facultado para otorgárselas. Sin embargo, según un relato francés, el mexicano habría aceptado entregar víveres a Bouet, pero sin comprometerse por escrito.
Luego, según este mismo relato, Álvarez habría manifestado su intención de conocer a Bouet. Este decidió entrar en la bahía, pero temiendo una emboscada, hizo preparativos para el combate. Así, a las 8.30 de la mañana del día 10, los franceses entraron en la bahía de Acapulco y poco después, hacia las 8.45, los fortines que rodeaban la plaza comenzaron a disparar contra los barcos enemigos, atrapando a dos de ellos en un fuego cruzado.
De inmediato, los buques franceses respondieron y con su mayor potencia de fuego, sobre todo el de la Pallas, consiguieron acabar con los cañones del fortín Guerrero en menos de una hora, solo recibiendo este buque algún impacto en su línea de flotación. Minutos después, sucedió lo mismo con el fortín Iturbide y a las 10 con el fortín Galeana. En cuanto a los fortines Hidalgo y Morelos, según el parte de Álvarez, los franceses se habían colocado fuera de su alcance.
A continuación, de acuerdo con el testimonio de un comerciante español presente en Acapulco, tras neutralizar a estos tres fortines -llamados Grifo, Hornos y Cameron en otras fuentes- los franceses comenzaron a las 11 a disparar hacia la población con una gran cantidad de bombas, sin respetar ni siquiera las casas identificadas con la bandera española, país amigo del Segundo Imperio Francés. Según este testimonio, el bombardeo cesó a las 4 de la tarde, y el resto del día la colonia española se dedicó a apagar los incendios que se habían producido en sus almacenes.
Luego, hacia el medio día, la Pallas atacó el fortín Álvarez, situado en el cerro de la Mira y al que los franceses se referían como el Gran Fuerte. Este ataque tenía como objetivo proteger a los destacamentos franceses que desembarcaron para inutilizar los cañones de las baterías que ellos llamaron Rouge y Cocotiers, el Hornos y el Cameron o Camarón de otras fuentes. Una vez allí, los franceses encontraron a sus defensores hechos pedazos por sus balas.
Según la comunicación que Álvarez dirigió a su padre, el fortín Álvarez no pudo responder a la escuadra enemiga ya que estaba situada fuera del alcance de sus cañones, además se lamentaba del mal montaje de los mismos. Sin embargo, según la versión francesa, fueron los estragos de sus balas los que hacían huir a los defensores de aquella posición, lo que impedía así que dispararan sus cañones.
También señalaba Álvarez en su comunicación que los franceses se habían ensañado con el puerto, ocasionando el derrumbe de algunos edificios, varios muertos y heridos, aunque apuntaba que la moral de la tropa y del pueblo se mantenía alta. Según informaciones francesas, sus bombas habían derribado varias casas, aunque los mexicanos habían tomado la precaución de evacuar la ciudad.
Al día siguiente, el 11 hacia las 6 de la mañana, los franceses, al parecer solo con la Pallas, reanudaron el bombardeo contra el fortín Álvarez, el cual siguió resistiendo. Según el comandante de Acapulco, en aquel momento sus fuerzas se hallaban desperdigadas por el puerto para evitar que los franceses desembarcaran o que intentaran proveerse de agua. Sin embargo, estos consiguieron desembarcar y clavar varios cañones, arrojando otros a la bahía.
Luego, el tercer día, el 12, los franceses volvieron a abrir fuego contra el fortín Álvarez a las 6 de la mañana, con especial intensidad entre la 1 y las 5. Álvarez contaría que los fuegos enemigos acribillaron la bandera mexicana, dejándola hecha trizas, aunque aguantando esta sobre el mástil hasta el último momento.
Tras esto, poco después de las 5 de la tarde, la escuadra francesa abandonó la bahía, siendo despedida por los cañones del fortín, más como gesto de celebración que con intención de alcanzarla. A continuación, las naves francesas, fueron a reparar sus averías y a hacer aguada a Zihuatanejo, o La Manzanilla según otras versiones, y luego a Mazatlán.
Según el comerciante español antes mencionado, el ataque se saldó con 10 muertos y 15 heridos mexicanos, por ninguno de los franceses. Por su parte, Juan Álvarez informó al ministro de Guerra que se continuaba preparando la defensa de Acapulco ante un más que probable regreso de la escuadra francesa, cosa que sucedió meses después, aunque esa es otra historia.
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miércoles, 6 de diciembre de 2023
El Congreso de las Provincias Unidas del Río de la Plata autoriza a Hipólito Bouchard a capturar la corbeta Santa Rosa de Chacabuco
CHILENOS CONTRA ARGENTINOS EN NICARAGUA (1819)
Como vimos en el anterior video, en 1819 dos corsarios americanos que luchaban contra los españoles se encontraron fortuitamente en aguas de América Central y se enfrentaron entre ellos en un combate en aguas de Nicaragua.
El primero de estos corsarios era un navío de Chile llamado El Chileno que en 1818, durante su primera expedición, capturó varios buques españoles en aguas de Perú y del golfo de Guayaquil, llegando a enfrentarse a dos fragatas realistas. Tiempo después, durante su segunda expedición, volvió ha hacer presas en aguas peruanas, para, a continuación, dirigirse hacia el norte, a California. Desde allí puso rumbo al sur, a aguas de Acapulco, donde capturó a la fragata española Cazadora en febrero de 1819. Seguidamente, El Chileno se dirigió al norte, a San Blas, donde se enfrentó a un corsario de las Provincias Unidas del Río de la Plata, la actual Argentina.
Este corsario era la corbeta Santa Rosa de Chacabuco, o simplemente Santa Rosa, un navío de turbulenta historia. En 1817, mientras se encontraba en aguas de Chile, la tripulación se amotinó y se dirigió a las islas Hawái. Más tarde, en agosto de 1818, otro corsario de las Provincias Unidas, la fragata La Argentina, lo encontró allí. La Argentina, capitaneada por el francés Hipólito Bouchard, había zarpado del Río de la Plata en junio de 1817 y, tras atravesar, no sin problemas, el Atlántico Sur y el Índico, incursionó en las islas españolas de las Filipinas, después de lo cual se dirigió a Hawái. Allí, tras varias vicisitudes, Bouchard recuperó la Santa Rosa y, a continuación, ambas naves partieron hacia California, aún en manos españolas. En California, ya en noviembre de 1818, los corsarios, entre otras cosas, atacaron y tomaron Monterrey, para luego dirigirse hacia el sur, a aguas de México.
A finales de febrero de 1819 los dos corsarios de las Provincias Unidas comenzaron a bloquear el puerto novohispano de San Blas. El 1 de marzo, mientras seguían en San Blas, El Chileno se aproximó a aquel puerto, entonces la Santa Rosa se dirigió hacia él, de inmediato El Chileno, haciéndose pasar por un buque español, izó la bandera de aquel país y disparó 7 u 8 cañonazos a la Santa Rosa. Esta enarboló la insignia de las Provincias Unidas y respondió con otros tantos cañonazos, pero El Chileno, más veloz, consiguió retirarse sin que se le pudiera dar caza. Bouchard y los suyos esperaron un par de días el regreso de aquel buque que creían español, sin embargo, desistieron y se dirigieron a Acapulco, aunque durante la travesía lo avistaron a la lejanía.
Al llegar a Acapulco los corsarios comprobaron que el puerto estaba desierto, por lo que decidieron continuar su travesía hacia el sur, llegando a finales de mes al puerto salvadoreño de Sonsonate, donde la Santa Rosa hizo una presa. Luego se dirigieron al puerto nicaragüense de El Realejo, donde llegaron a principios de abril y donde, tras un combate contra las defensas del lugar, capturaron cuatro navíos españoles.
En esos momentos, según el relato de Bouchard, la Santa Rosa avistó a El Chileno. De inmediato se dio aviso a Bouchard y este se trasladó a la Santa Rosa, barco que en aquel momento tenía a bordo pocos marineros capaces ya que muchos eran isleños de Hawái. Como dejó escrito Bouchard en su parte el combate que se inició entonces se desarrolló así:
“El bergantín se vino encima de nosotros con bandera española, haciéndonos fuego. Fijando yo la de la patria, y teniéndolo en proximidad, le contesté con un costado. El se colocó a distancia de tiro de pistola por la popa, y amagando abordarnos, descargó todo un costado, y un cañón de a veinte y cuatro con los fuegos de fusilería”.
“Su amago de abordaje me obligó a ordenar mi gente para esperarlo; y en esta situación hizo las descargas dichas, me mató tres hombres, me hirió tres, que morirán sin duda, y me hizo varios y remarcables daños en el casco del buque, y en el cureñaje. Aquí es el momento de una sorpresa, por lo que va a escuchar Vuestra Excelencia. Después del combate referido, y en el acto de hacer el bergantín las terribles descargas ya dichas, y héchome aquellos estragos, arría la bandera española y enarbola la de Chile”.
“La admiración y el coraje sucedieron al dolor de ver aquella sangre vertida tan bárbaramente. Yo habría hecho el debido escarmiento, pero no tenía la bastante fuerza por faltarme La Argentina. Llamé al comandante del bergantín por quien supe apellidarse Coll y que el buque era El Chileno, Corsario contra los españoles. Las reconvenciones sobre su inicuo manejo se me atropellaron, y él no tuvo que contestar más que con la confusión que le causaban”.
“Le pedí su cirujano para curar los heridos, pues el mío estaba dentro del canal [de El Realejo]; y aunque le exigía momentos para instruir a Vuestra Excelencia de muchas cosas substanciales a la ilustre causa que sostenemos, él se hace a la vela por protestos de ninguna consideración”.
Por último, termina Bouchard su relato diciendo que La Argentina mientras tanto se ocupó en capturar a un barco que había avistado. Esta nave era la Cazadora, y al darse cuenta de que era la presa de El Chileno la liberaron, no sin antes tomar sus cañones, con los cuales armaron a una de sus presas.
Tras esto, El Chileno y su presa pusieron rumbo a Valparaíso, donde el corsario se hundió a principios de julio. Por su parte, Bouchard y sus naves también pusieron rumbo hacia el sur, siendo detenidos por la marina chilena en Valparaíso por esas mismas fechas, aunque esa es otra historia.
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