Todos saben que las legiones romanas a lo largo de los siglos se enfrentaron a todo tipo de enemigos como persas, celtas o germanos, pero es casi desconocido que, como nos dicen varias fuentes, los romanos tuvieron que enfrentarse a una gigantesca serpiente en el norte de África.
A mediados del siglo III a. C. la República romana y el Imperio cartaginés se enfrentaron durante más de veinte años por el dominio de Sicilia. En el año 256 el cónsul romano Marco Atilio Régulo desembarcó en el norte de África, en la actual Túnez, e invadió territorio púnico. Es aquí, cerca del río Bagrada, donde Régulo tuvo que hacer frente a lo que algunas fuentes llaman un dragón.
Las fuentes que hablan sobre la serpiente gigante o dragón de Bagrada las podemos dividir en tres grupos. Las que dependen de los libros perdidos de Tito Livio, las que dependen de Dion Casio y las que tienen un origen independiente. De todas, la que nos aporta más información es una de las más tardías, las Historias del hispano Orosio, que, basándose en Tito Livio, nos dice lo siguiente:
“Régulo, a quien le tocó en suerte llevar a cabo la guerra contra Cartago, movió el ejército y asentó el campamento no lejos del río Bagrada. En este lugar, al ser devorados por una serpiente de extraordinaria longitud un grupo de soldados que bajó al río para abastecerse de agua, el propio Régulo descendió con el ejército para destruir a la bestia; pero como los dardos no atravesaban su piel y era inútil todo lanzamiento de flechas -flechas que resbalaban por su horrible entramado de escamas como por un caparazón de escudos colocados oblicuamente y que eran rechazadas de una forma admirable por el propio cuerpo, de manera que era imposible herirla- y como, además, creía el cónsul que gran número de sus soldados era abatido por los mordiscos del animal, era aniquilado por sus ataques y asfixiado por el pestífero olor que de ella emanaba, mandó traer las armas arrojadizas, por medio de las cuales incrustó enormes piedras en su cuerpo espinoso y logró deshacer la trabazón de todo su cuerpo. […] Posteriormente, acribillada por todas partes con flechas, fue fácilmente reducida. El pellejo de esta serpiente fue llevado a Roma (se dice que su longitud era de ciento veinte pies) y durante algún tiempo maravilló a muchos”.
Si tomamos en cuenta la longitud del pie romano podemos calcular que la serpiente de Bagrada medía según las fuentes unos 35 metros, casi el triple de la Titanoboa que habitó Sudamérica hace 60 millones de años y que pesaba más de una tonelada.
A continuación citaremos otras fuentes, algunas de las cuales dan información que Orosio no recoge. La mención más antigua a la serpiente de Bagrada es la de Tuberón, conservada por Aulo Gelio. Luego están las fuentes que se basan en el desaparecido libro 18 de Tito Livio, como son Valerio Máximo, Floro o las períocas. Valerio Máximo nos cuenta que la monstruosa serpiente estranguló a muchos soldados con los anillos de su cola y que tras matarla, los romanos debieron cambiar de lugar su campamento ya que su sangre había contaminado las fuentes y el pestilente olor de su cuerpo inundaba la región.
Séneca y Plinio el Viejo, en el siglo I d. C., también menciona el suceso. Plinio nos dice que, no solo piel, sino también sus mandíbulas se conservaron en un templo de Roma hasta la Guerra de Numancia, a mediados del siglo II a. C.
A finales del siglo I d. C. el poeta Silio Itálico, en su poema épico Punica, es el que da más información nueva sobre la gigantesca serpiente africana, aunque al tratarse de un poema lo que dice hay que enmarcarlo más dentro de la literatura que de la historia. Silio habla de una gran cueva donde vivía una serpiente de cerca de 180 metros de longitud que se alimentaba de leones y rebaños. Silio compara a esta serpiente con la hidra de Lerma y con el dragón de Juno. Fue atacada por los romanos con enormes balistas y con su caballería. El poema la describe con cresta y una lengua de tres puntas, capaz de lanzar a los caballos de los romanos por los aires y aplastarlos. Pero, primero Régulo y luego sus soldados, consiguieron doblegar a la serpiente con flechas y lanzas, hasta que le destrozaron la cabeza y exhaló su última respiración violácea y venenosa.
Por último en el siglo III, en un fragmento de Dion Casio conservado por el bizantino Juan Zonaras se llama dragón a la Serpiente de Bagrada. Aunque no sabemos si con dragón Dion Casio se refería a un dragón tal y como lo conocemos ahora o simplemente a una serpiente de proporciones gigantescas, como es el caso de algunos de los dragones de la mitología griega.
Quizás nunca sabremos la realidad de este hecho, de sí se trata de una mera invención o sí estos relatos tienen un trasfondo verdadero que se han exagerado, lo único cierto es que durante siglos los autores romanos creían en la autenticidad del relato y en la existencia de aquella enorme serpiente.
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